martes, 15 de julio de 2014

Chuang Tzu: El Gran Maestro Venerable

Chuang Tzu, Filósofo Chino, aprox. Año 360 A.C.

El gran maestro venerable

                                                                                               
          Aquel que sabe lo que hace el Cielo y sabe lo que hace el ser humano ha llegado a la cúspide más alta. Conocedor de lo que hace el Cielo, vive con el Cielo. Sabedor de lo que hace el ser humano, usa la sabiduría de lo que sabe para emprender el conociemiento de lo que no sabe, y así vive los años que el Cielo le ha otorgado sin ser obliterado a destiempo; esta es la perfección de la sabiduría.
Existe, sin embargo, una dificultad. El conocimiento debe esperar a que algo llegue, algo a que aferrarse, y eso que ello espera es siempre falible. Por eso, ¿puedo saber a ciencia cierta que lo que llamo Cielo no es en verdad el ser humano, y que lo que llamo el ser humano no es en realidad el Cielo? Debe existir un ser humano verdadero[1] antes que pueda darse el verdadero conocimiento.
¿A qué me refiero cuando digo un ser humano verdadero? El verdadero ser humano de la antigüedad no se rebeló contra sus necesidades, no se vanaglorió en la prosperidad, y no planeó nunca su vida. Siendo así podía cometer errores sin arrepentirse de ellos; podía ser exitoso sin pompas. Siendo así podía escalar y llegar a los lugares más altos sin temor, podía meterse a cualquier corriente de agua sin mojarse, entrar a cualquier incendio sin quemarse. Su sabiduría era capaz de ascender y ascender hasta llegar a la Senda.
El verdadero ser humano de la antigüedad dormía sin soñar y se despertaba sin preocupaciones. Comía sin paladear y su aliento salía de sus entrañas. El ser humano de verdad respira con sus calcañales, mientras que el tumulto de la humanidad respira con la garganta. Aplastados y maniatados sueltan sus palabras como con basca. Profundos en sus pasiones y deseos son superficiales en su entendimiento de los designios del Cielo.
El verdadero ser humano de la antigüedad no se ufanaba. No sabía nada al respecto de andar amando la vida, ni nada sobre andar odiando la muerte. Surgió sin júbilo y regresó sin algazaras. Vino de súbito y de súbito se marchó; en eso paró todo. No se olvidó del lugar de su génesis, no trató de averiguar donde terminaría. Recibió lo que recibió y se deleitó en ello, luego se olvidó de ello y lo devolvió. A esto yo le llamo no usar la cabeza como repelente de la Senda, no hacer uso del ser humano en aras de coadyuvar al Cielo. A esto yo le llamo el ser humano verdadero.
Por ser de esta manera su mente olvida, su rostro es apacible, su frente es amplia. Es frío como el otoño, fragante como la primavera y su gozo y su ira prevalecen a través de las cuatro estaciones. Se arrima siempre a lo que es justo y nadie sabe donde están sus límites. Por eso el que combate, si es sabio, puede derrocar naciones sin perder jamás el corazón del pueblo. Su conquista enriquece diez mil generaciones, más él no profesa amor por aquellos seres futuros. De ahí que quien se deleita en el éxito de las cosas no es un sabio; aquel que tenga afectos no será benevolente; aquel que espere a que llegue la oportunidad perfecta no será una persona de valor. Aquel que se preocupa por el qué dirán y la fama y se pierde a sí mismo no es un ser humano de verdad. Aquel que se destruye a sí mismo y no posee la verdad no es un catalizador de la humanidad. Aquellos que fueron como Hu Pu-hsieh, Wu Kuang, Po Yi, Shu Ch’i, Chi Tzu, Hsü Yü, Chi T’o y Shen-t’u Ti – todos ellos se desvivieron en la servideumbre, se deleitaron en proveer bienestar a otros, pero no pudieron encontrar la plenitud en sí mismos.[2] 
Así era el verdadero ser humano de antaño: su aspecto era altivo y no se desmoronaba; parecía necesitar, pero no aceptaba nada; era digno en su justedad pero nunca insistente; era vasto en sus espacios abiertos, pero jamás ostentoso. Calmado o gozoso, parecía ser feliz; dubitativo no podía sino hacer ciertas cosas; irritado se le notaba en el rostro; cuando a gusto, descansaba en sus virtudes. Tolerante, parecía ser parte íntegra del mundo; plantado y solitario como una torre no podía amenazarlo nada ni nadie; aislado prefería el acto reflexivo; aturdido se olvidaba de lo que iba a decir.
Entendió que los castigos eran como su cuerpo, los ritos como las alas, la sabiduría lo que era preciso, la virtud como aquello que era razonable. Al entender que los castigos eran como su cuerpo era benigno en su matanza. Porque entendió que los ritos eran como alas, congenió con el mundo. Porque entendió la sabiduría como lo que era preciso, hubo cosas que no podía dejar de hacer. Porque entendió que la virtud era lo razonable, fue un varón que con ambos pies sobre la tierra llegó a la cumbre de la colina. Y con todo esto la gente realmente creyó que se desvivió trabajando para llegar ahí.[3] 
Por eso su gusto y su disgusto eran uno y el mismo.
Su forma de ser era una y su forma de no ser era una también. Al ser uno actuaba como un compañero del Cielo. Al no ser uno actuaba como compañero de la humanidad. Cuando el ser humano y el Cielo no se derrotan el uno al otro, entonces se puede decir que se ha manifestado el verdadero ser humano sobre la tierra.



La vida y la muerte son una fatalidad – constantes, como la sucesión de la claridad y la oscurana, esencialmente un asunto del Cielo. Hay ciertas cosas sobre las cuales nada podemos – están todas ellas supeditadas a la naturaleza de las criaturas. Si un ser humano está dispuesto a comprender que el Cielo es un padre y se da a amarlo como tal, entonces, ¡cuánto más no está dispuesto a dar por aquello que es aun más grande![4] Si entiende que quien lo gobierna es superior a él y si éstá dispuesto a morir por él, entonces, ¡cuánto más no está dispuesto a dar por la adquisición de la verdad!
Cuando los manantiales se secan y los peces se quedan estancados sobre el fango tratan de humedecerse los unos a los otros y se refrescan con la saliva de sus bocas, más sería mejor si se olvidaran los unos de los otros en los lagos y en los ríos. En vez de alabar a Yao y condenar a Chieh sería mejor olvidarse de ambos y convertirse uno mismo en la Senda.
El gran demiurgo me amasa, me trabaja con la vida, me comforta en la vejez, y me pone a descansar en la muerte. Por eso si tengo una buena opinión de mi vida, por lo mismo debo tener una buena opinión de mi muerte.[5]
Fíjate bien: escondes tu barca en la hondonada y tu red la disumulas entre el pantano y te dices a ti mismo que están a salvo. Pero al promediar la media noche un hombre fuerte se las echa al hombro y se las lleva, y en tu estupidez te preguntas porqué y cómo ha podido pasar eso. Te crees muy listo ocultando lo pequeño en lo grande, y sin embargo lo que escondes te abandona. Más si escondieras el mundo dentro del mundo, para que nada se pueda escapar, esta sería la realidad última con respecto a la perpetuidad de las cosas.
Has tenido la audacia de entrar a la forma humana y eso te da alegría. Pero la forma de lo humano tiene diez mil cambios que nunca se llegan a terminar. Tus alegrías, por eso, deben ser sin cuenta. Es por eso que el sabio vaga en la dimensión donde las cosas no pueden escapársele, y todo es preservado. Halla felicidad en una muerte temprana, en la vejez, en el principio, en el final. Si puede servir como modelo a la humanidad ¡imaginad cómo lo espera todo aquello que está enlazado a todos los cambios y a los diez mil seres!
La Senda tiene su realidad y sus signos, pero no posee ni forma ni acción. Tú la puedes entregar, pero no la puedes recibir; la puedes procurar pero no la puedes columbrar. Es su propia fuente y su propia raíz. Antes de que fueran el cielo y la tierra ya estaba presente; firme estuvo desde el orígen del tiempo. Le dio espiritualidad a los espíritus y a Dios; dio a luz al cielo y a la tierra. Existe más allá del punto más alto, y sin embargo no puedes llamarla altiva; existe debajo del límite de los seis rumbos y aun así no puedes llamarla cóncava. Nació antes del cielo y de la tierra, más no puede decirse que estuvo ahí mucho antes; es más antigua que los primeros tiempos, pero no puedes llamarla antiquísima.
Hsi-wei logró transformarse en la Senda y abarcó el cielo y la tierra.[6] Fu-hsi se transformó también en ella y penetró en la madre del aliento. La Osa Mayor se convirtió en la Senda y desde tiempos inmemoriales no claudica. El sol y la luna son la Senda y desde antaño no descansan. K’an-p’i se volvió la Senda y penetró el territorio de K’un-lun. P’ing-i también procuró la Senda y se devanó en el vasto río. Chien Wu se hizo la Senda y vivió en la gran montaña.[7] El Emperador Amarillo fue la Senda y ascendió al cielo nublado. Chuan Hsü la entendió y moró en el Palacio de la Oscuridad. Yü-ch’iang la entendió y se paró sobre los límites del norte. La Reina Madre del Oeste fue la Senda y tomó su lugar sobre Shao-kuang – nadie sabe donde comienza, nadie ha visto donde fenece. P’eng-tsu fue la Senda y vivió desde la época de Shun hasta la era de los Cinco Dictadores.[8] Fu Yüeh fue la Senda y se hizo ministro de Wu-ting, quien gobernó el mundo entero; después Fu Yüeh escaló las cimas hasta llegar al Gobernante del Este, se lo llevaron en un remolino el Vehículo del Escudriñamiento y El Rastro y así tomó su preciso lugar entre la muchedumbre de cuerpos celestes y las estrellas.[9] 


© 2014 - Traducción de Ario E. Salazar realizada en San Francisco, CA (noviembre de 2005) a partir de un tomo de Chuang-Tzu en la Biblioteca de la UNESCO (UNESCO Collection of Representative Works-Chinese Series. 1964. Traslación del Chino al Inglés de Burton Watson)  







[1] Otro término usado para hablar del sabio Taoísta, sinónimo del Ser Humano Perfecto o del 'santo.'
[2] De acuerdo a la tradición éstos fueron hombres que quisieron reformar la conducta de los demás o se empeñaron en dar el ejemplo guardando su propio decoro. Todos ellos fueron asesinados o cometieron suicidio.
[3] Como ha apuntalado Fukunaga, este párrafo que habla del gobernante Taoísta como alguien que hace uso del castigo, los rituales, etc. parece en contradicción con las enseñanzas de Chuang-Tzu. Sugiere Fukunaga que este párrafo es una adición tardía tal vez de un escritor del siglo III o II antes de Cristo e influenciado por un pensamiento legalista.
[4] Este pasaje ha puesto en problemas a muchos comentaristas, dado que Chuang-Tzu ha hecho uso de la palabra T’ien o Cielo como sinónimo de “la Senda.” Algunos han cambiado el orden de las palabras para poder decir “si un hombre entiende que el Cielo es su padre,” o pusieron jen en vez de T’ien para poder enunciar: “si un hombre comprende que es hijo de otro hombre...”     
[5] Otra posible traducción es: “si hace que mi vida sea buena hace por lo tanto que mi muerte sea igualmente buena.”
[6] Los personajes citados en este párrafo son todas deidades o seres míticos, pero algunos de los mitos a los que alude Chuang-Tzu son desconocidos, por lo cual la traducción se vuelve tentativa en ciertas partes.
[7] K’an-p’i es el dios de las montañas míticas K’un-lun al oeste, P’ing-i es la deidad del Río Amarillo, y Chien Wu es el dios del monte T’ai.
[8] El Emperador Amarillo y Chuan Hsü son gobernantes legendarios. La Reina Madre del Oeste es un espíritu inmortal que vive en el lejano Oeste, Yü-ch’iang es una deidad del norte inexpugnable. La edad de P’eng-tsu nos es dada aquí de acuerdo a la tradición como algo sucedido del siglo XXVI al VII antes de Cristo.
[9] Fu Yüeh es frecuentemente mencionado como un ministro del gobernante Shang Wu-ting (tradicionalmente entre 1324 – 1266 a.c.) pero muy poco se conoce de la leyenda que cuente que haya subido al cielo para volverse un astro.