viernes, 15 de enero de 2016



Alegato contra el frío: La parábola de los grillos contra la muerte

“…los grillos hacen ruidos siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto.” Juan Rulfo, del cuento “Macario.”


           

En los años subsiguientes a los Acuerdos de Paz empezó a circular con más frecuencia entre nosotros –tanto dentro del país como en el exterior- una frase decididamente luctuosa: deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño.” La frase es de nuestro poeta cervantino y universal: Roque Dalton y bien hubiera podido ser el epígrafe que encabezara el Informe de la Comisión de la Verdad “De la locura a la esperanza.”[1] Todos los motivos y la energía esperanzadora de un pueblo (y el humor negro que sostiene las patas de alambre de ésta triste frase) cobra aún más fuerza hoy que una vez más nos encontramos en uno de los momentos más trágicos, sórdidos, y paralizantes en nuestra marcha. Marcha me digo, ¿hacia dónde? ¿hacia qué? Vamos sin rumbo, a tumbos por los vaivenes de lo geopolítico –al estilo de los Buendía en Cien años de soledad. Lo nuestro es una suerte de uroboros pandémico de la violencia ilímite, y el diario azote que nos aqueja es mucho peor que la peste negra que asoló Europa en el medioevo, porque lo nuestro no lo causa la Yersinia pestis, sino que tiene amplia y profunda raíz en la cabeza y en el corazón, en el verdugazo impune y perpetuo que ha sido “el aire que respiramos, la familia en que nos curtimos y nos odiamos.”[2]

El histórico menosprecio hacia los sueños y aspiraciones del ciudadano común y el odio de clase que ha caracterizado a nuestra plutocracia y oligarquía porcinas han sido también –primeramente y por sobre todas las cosas- los síntomas del odio y la repugnancia hacia sí mismos, y por ende, hacia la vida y la auto-realización de los demás. Para acabar de amolar: el facineroso y abusivo abolengo de esa clase dominante destruyó el paraíso[3] y las bases que sentaron con ello dio a luz este engendro histórico que parece un infierno sin fin. El triste y amargo cociente intelectual, espiritual y cultural que nos han legado es una luenga noche oscura del alma nacional donde las únicas monedas de cambio han sido hasta ahora el escarnio, la desigualdad, la miseria generalizada por un lado y por el otro lado una opulencia desquiciante, ramplona; la misoginia, la corrupción, el abuso del poder, la impunidad, la intolerancia, y el cotidiano machismo exacerbado que inevitablemente deviene en fratricidio. Generaciones y generaciones de salvadoreños se han llenado de rabia hasta las encillas porque a través de sus travesías cotejamos y vemos que siempre ha habido un abismo infranqueable entre los que tienen todo hasta el asco y la repugnancia, y entre aquellos que cuando buscan sustento astillan la cal de las paredes, o directamente muerden la tierra seca de los viejos adobes. No exagero. Estas injusticias y ese nivel de ignominia son todavía reales en nuestro país, en pleno siglo XXI.





Los de afuera, los expulsados de nuestro terruño, a veces esquivamos la mirada porque siempre que echamos un vistazo al progreso de la democracia, la equidad, y la justicia en nuestro país lo que contemplamos es un paisaje yermo y apocalíptico. Una alta densidad poblacional marcada por la irresponsabilidad paternal, limitadas oportunidades para la educación laboral o superior, limitadas fuentes de empleo, cementerios clandestinos en plenos “tiempos de paz,” guerras intestinas entre la juventud desorientada y organizada para el homicidio, la extorsión y el fratricidio; una democracia postiza, en pañales, incipiente en el fortalecimiento de muchas de sus instituciones (espuria en otros aspectos), una clase dominante dividida[4] en “izquierda” y “derecha,” y por ende, una polarización irreductible con la trasnochada prédica del "enemigo en la otra acera.” ¿Es realmente sorpresa que ante dicho panorama familiar y nacional, o que, enquistados en ese medio tóxico y altamente electrizado, nuestros jóvenes de tugurio opten por los caminos del odio, el crimen y la violencia?

En una noticia que pone de manifiesto nuestra funesta realidad nacional y la hipocresía de la administración Obama, el periódico digital “El Faro” reporta:

“En 2015, según datos de la Policía, El Salvador tuvo 6,657 homicidios. Eso representa una tasa de 102.9 asesinatos por cada 100,000 habitantes. O sea, uno de cada 972 salvadoreños fue asesinado. Eso convierte al pequeño país en el más mortal de los países que no enfrentan una guerra.”

Más adelante, y dicho de otro modo:

“Durante el año pasado, en promedio 18 salvadoreños fueron asesinados cada día. Durante los primeros 10 días de 2016, el promedio diario es de 25.3. Si la tendencia se mantiene, El Salvador camina hacia el inicio de año más violento del siglo.” [5]

La aludida nota daba cuentas de las razones por las que los voluntarios estadounidenses destacados en nuestro país (a través del Cuerpo de Paz) tomaron la decisión de marcharse, bajo órdenes de su gobierno. El apresurado lector se preguntará: ¿Por qué es hipócrita la administración Obama? Porque al mismo tiempo que cita las factores de riesgo para la seguridad de los ciudadanos estadounidenses [“de buen corazón,” entiéndase] incrementa las redadas y las deportaciones de nuestros compatriotas –algunos con toda una vida de arraigo ya en el exterior- para lanzarlos con total humillación y menosprecio precisamente a las condiciones que resultan incómodas para los constituyentes estadounidenses, miembros de tan loable institución.[6]





Así nos ven nuestros fidedignos detractores y todos aquellos que desean mantenernos en ese exótico atraso cultural que tanto les gusta deconstruir. Así nos vemos a nosotros mismos en esos momentos difíciles de debilidad espiritual, de entumecimiento, de calambres en el alma, o cuando estamos al borde del abismo, tratando de borrar alguna escena de corrupción, impunidad, injusticia; cuando el egoísmo acecha y la maldad sanguinaria es palpable, como en los peores momentos de la guerra.

Es por eso que por este medio –y en nombre del Colectivo Ala de Colibrí- quiero acotar un genuino agradecimiento a todos aquellos amigos y amigas lejanos de Centro América y El Salvador que a pesar de las vicisitudes de la vida, y a despecho de las tóxicas hostilidades de un ambiente espiritual e intelectual cerradísimo, hacen siempre de tripas corazón y dan siempre muestras de sí mismos yendo en pos de la Estrella Mayor de la existencia y el porvenir.

Es un acto verdaderamente encomiable, dadas las condiciones de la realidad global en que se vive. Porque lo real, lo factual es que estamos todos sumergidos en una crisis de alcance global. Basta dar un sondeo a vuelo de pájaro por la sección internacional de cualquier periódico o rotativo impreso o en línea. Ante estas murallas amortajadoras ser prejuicioso o propositivo es una opción empecinada, que no un destino. Por eso agradezco que los músicos, los poetas, los pintores, los actores, los artistas gráficos, los escultores, los promotores culturales de buena cepa, y los místicos pensadores de mi país siempre den a beber de la generosidad de sus espíritus, y llenen de gozo genuino mis jornadas con sus ingenios y sus enfoques a través de los medios y vehículos a su disposición. Esa es la resistencia, sí, la obstinada y estulta resistencia llevada a su máximo término a veces con un teléfono celular agonizante o destartalado, con un pincel viejo y remendado, con una guitarra, un lápiz, o un cuaderno de chocolatina, pero todo el conjunto con la potencia de una flecha maravillosa lanzada al centro mismo de la oscuridad que nos acecha.






Las polémicas de blog, las facebookianas o de internet están siempre a la orden del día. Es interesante observar que a parte de ese haz de luz al que he aludido, contadas son las veces que encontramos contribuciones, comentarios verdaderamente pulidos o enriquecedores. Si nos descuidamos, desde afuera lo que se ve es una perpetua espondilitis anquilosante, una aplastante y paralizadora tendencia hacia lo sentencioso, plagando todos los medios de comunicación y de enlace con posiciones o criterios díscolos y abigarrados que crean un falso sentido de debate y de la realidad mundial y nacional. Desfilan a diario predicados hostiles que en realidad sólo son reacciones viscerales y fragmentarias (sin una verdadera formación teórica o científica; sin reflexiones serias sobre el asunto que se aborda). Quienes profieren tales aseveraciones nos señalan el curso maníaco y depresivo, altamente subjetivo de la burbuja, que como tal, razón tiene de sentirse frustrada en el pánico de su cerco. Desde esa inflexión poco interés se demuestra en el aprendizaje que requiere el ser una comunidad positiva, solidaria, efervescente por estos medios… y con lo tanto que puede dar esta herramienta intergeneracional hacia la construcción de un foro profundamente humanista y edificador. Cada uno de nosotros podría marcar la diferencia, pero por conveniencia, necedad o llana haraganería, a veces no lo hacemos.

Y es que es fácil hacer del terreno virtual un asidero de ripio y de bazofia moral e intelectual. Imagino que algo de placer debe causar esa crueldad refinada. Tornar el terreno en un campo, en un bosque fértil de cooperación y generosidad intelectual y espiritual: ésa es la gran tarea. Eso sería ganarle la partida a la frialdad del mundo, al rampante desapego que sufrimos en materia de valores y principios. Eso equivaldría a ganarle la partida al plano inclinado que puede ser la naturaleza muerta de la tecnología.

Reitero mis mejores deseos para el año recién comenzado y reitero mi agradecimiento por el gozo, la alegría de lo nimio, por la luz que recibo. Reitero también mi compromiso por continuar unido a esa quijotesca empresa desde este humilde medio, centrado en la convicción real y racional que el mejor sustrato de nuestro terruño son siempre las obras de nuestro pensamiento. Gracias compañeros y compañeras por esa noble dosis de ponderación y de empeño que ponen de manifiesto cada vez que se inclinan con la conciencia en llamas a marcar letras en el teclado. El testimonio visible de sus esfuerzos, el compartir esa energía coagulada en la obra de arte es nutriente y es riqueza para toda la humanidad. Cada gota de luz es una derrota al egoísmo y a la oscurana, y demuestra una vez más que los seres humanos y los pueblos verdaderamente libres viven marcados por una pasión por la solidaridad, la amistad, la cooperación y el amor al proceso creativo con su eventual devenir en un bosque feral y complejo de poderosas obras de arte.

Por eso sigo haciendo ruido –del buen ruido- resistiendo a través del acto creativo. En claro tengo que si claudicamos a todos nos lleva la tiznada…

A.E.S. a 15 de enero de 2016. Transmitiendo desde el Santa Helena.  








[1] “La expresión es muy acertada en sus dos partes, porque la locura es la enfermedad que se apoderó de la oligarquía y de sus servidores militares a través de sesenta años, que comenzaron con un delirio tremendo en enero de 1932, cuando el dictador Hernández Martínez no se limitó a sofocar un levantamiento obrero-campesino (más campesino que obrero) sino que fusiló a más de treinta mil ciudadanos y dio un decreto de "muerte a todo varón mayor de dieciocho años" de los departamentos de Ahuachapán, Sonsonate y parte de La Libertad.” Editorial Universitaria, Universidad de El Salvador, San Salvador, Mayo de 1993.

[2] Paráfrasis negativa de nuestra “Oración a la bandera,” uno de los símbolos patrios de El Salvador.

[3] Ver el largo ensayo de David Browning, “El Salvador: La tierra y el hombre.” Adjunto aquí un análisis de la obra: http://www.repo.funde.org/586/2/DTR-82-2.pdf

[4] Hoy se habla de “clase política de izquierda” y de “clase política de derecha,” como si la conveniente división del privilegio y sus mieses fuera buena noticia para el resto de la población.

[5] Los Cuerpos de Paz estadounidenses se van de un El Salvador que parece estar en guerra. 12 de enero de 2016.