lunes, 25 de abril de 2016

De la poesía y del amor, de nostalgias y una lágrima…

“…¿Sin tí, quién soy?
Solamente un filósofo, como todos los demás.

…Leal lengua materna,
Quizá después de todo a mí me toque tratar de salvarte.”
                                                                Czeslaw Milosz



***

Por Tony Peña

El amor de los padres y otros poemas” se me presenta de golpe en algún lugar de Granada, Nicaragua; Ario E. Salazar, su autor, trae consigo unos ejemplares entre ropa y objetos personales en su mochila llena de sueños y proyectos. El poemario, su título, me dejó cierta incertidumbre en torno a la dicotomía: Contenido – forma. Me preguntaba si el título me sugería una especie de consejos y sugerencias a los hijos y el respeto de ellos a aquéllos; en realidad, nada de eso encontré en su interior…El amor de los padres y otros poemas me introdujo a un largo y complejo túnel de variedad temática: La filosofía, el compromiso social, la necesidad de replantear lo hecho y deshecho, replanteo de lo construido y lo deconstruido; la nostalgia, el respeto y agradecimiento a los padres, el amor al terruño, la dualidad oriundo-inmigrante; lo telúrico y lo pastoril, entre otros tantos temas…
Escribir acerca de un texto, criticar un texto, analizar un texto se convierte en una polémica existencial; ello por una simpleza: el acto creador del poeta, a mi entender,  desentraña una individualidad, dilucida un estilo personalísimo; justifica una postura frente al mundo; argumenta una interioridad, expresa sentimientos y por supuesto, claro está, muestra, hasta cierto punto, un cierto dejo de egocentricidad como la característica que define a las personas que creen en sus propias opiniones e intereses. Lo planteado, ciertamente complica para realizar una reseña o una crítica a un texto literario.
El poemario de Ario E. Salazar, tal y como se advierte en la introducción, contiene “poemas de amor, pero escritos en una larga estación de luto”; pero esos poemas de amor se deslindan de ese amor ficto, de ese amor puritano, del amor a secas; el amor, en su última producción poética, se concreta al describir, por ejemplo, su terruño natal y particularmente su país natal.
 Al internarse es las páginas de El amor de los padres y otros poemas se va develando una poesía endosada al canon surrealista y siempre solidificada de franqueza y de conmoción, que esta vez viene acompañada de experiencias y vivencias propias; probablemente de vitrinas donde observarse, a modo de reflejo, y reencontrarse como parte, como siendo parte, siendo uno más entre tantos que recorremos el mundo penitenciando  con nuestra cruz a cuestas. Infalible comentario el bosquejado.
La idea objeto de estas líneas contiene alta dosis del valor de la sinceridad, concatenada a su íntima y profunda claridad argumental; libro vario temáticamente,  pero, simultáneamente, coherente en todos sus elementos constitutivos por el sustancioso y heterogéneo “stilus” del poeta; ése que, en el poeta probo, surge, muchas veces,  del aciago y sombrío pretérito que acongojó sus  ayeres  de infancia ya lejanos. El bregar  lo ha llevado a la madurez hasta culminar  en el manejo de su propia interioridad. Justamente, eso atisbo en  el poeta Ario E. Salazar, literato  sin disfraz ni falsedad, enemigo de la búsqueda de la exquisitez personal,  persistentemente pretenciosa y dramática. En este orden de cosas, El amor de los padres y otros poemas se nos manifiesta, liviano de bagaje, diáfano de adornos y atavíos, reconociendo, sin artificios, su empeño de contribuir con la juventud salvadoreña; entendida esa contribución, como una búsqueda constante e íntima de la adhesión al humanismo.
Una muestra poética dedicada a la vida, al futuro, al desencanto, a un siglo XXI caótico, pervertido, amañado, pero esperanzador; aunque, debo decir, una muestra poética vinculada a la vivencia personal del poeta.
Un acercamiento más preciso a la poesía de Ario E. Salazar nos llevaría, sin discusión, a la tenue influencia de Luis de Góngora, en otras palabras, a su reiterado uso de términos cultos, términos de diccionario; aclaro, no me refiero a lo barroco del uso de formas poéticas de difícil comprensión y a complejas y abundantes metáforas del Culteranismo; me refiero a ese rico vocabulario encontrado en la mayoría de los poemas: Céreo, lenocinio, mitrada, almizcles, límpida, tonsuras, cuévano, sentina, barbechos, amartele, brunas, ictericia, rémora, lenitivo, parvo, légamo, íncubos, barruntado, orlada, pardés, turgente, ubérrimo, indomeñable, lampadario, ergástulas, enteco, híbleo, aherrojamos, sentina, gemebundo, feral, bazas, genuflecto, guayados, cuenco…entre otros.

Ario no se olvida de los poetas, lanzando uno que otro dardo de ironía y crítica…

A los ancestrales poetas
Porque de festín en festín
Y despoetizados…”
"Enseñoreados todos/ elocuentes los poetas”(Primero de mayo)

“Y humillé  la flor trillada de los poetas” ( La vacación del gígolo)

Hay un poema en prosa que describe una conversación entre el poeta y la poesía…El poeta  “que había pasado la noche entera jorobado bajo una lámpara”,  cuestiona a la licenciosa poesía de dónde viene y porqué  llegar tan tarde, tan de madrugada…Y en un acto franco de reclamo, responde de manera indiferente: “si de veras te interesa  que te lo diga te lo diré de una vez por todas: vengo de andar con la gente. ¿Y tú?”(Ars poética)

No hay ninguna duda que existe una recriminación al poeta en tanto éste, no sale de su microcosmo, de su burbuja, actuando siempre de espaldas a la gente…La poesía tiene razón…

En “Parábola del poeta y la poesía”, hay una especie de vendetta del poeta a la poesía, sin embargo él deja al descubierto su conducta: “El poeta – que se reía de todo a mandíbula batiente- para no bajarle los humos a la poesía de una sola pescozada se apartó de ella en el acto…y salió a bailar un ratito con la indecencia”

El amor de los padres y otros poemas, podría aseverar con meridiana  certeza, se enmarca en gran dosis en la Poesía Conversacional, siguiendo a  Ulloa Sánchez (2015) 

“Tal vez la tendencia poética que más impacto ha tenido en los lectores en nuestros días sea la Coloquial o Conversacional.  Tal como lo dice su nombre esta es una poesía que se construye reproduciendo formas y estructuras propias de la conversación cotidiana.  La Poesía Coloquial o Conversacional es la antítesis de la poesía hermética, críptica y retórica.”

La Poesía Coloquial o Conversacional ha llegado a un público masivo cuando se ha hecho canción.  Joan Manuel Serrat, Payo Grondona, Pablo Milanés, Nacha Guevara; son algunos artistas que han musicalizado textos de Benedetti, Fernández Retamar, Pezoa Véliz, Efraín Barquero, Roque Dalton y muchos otros poetas que pueden ser incluidos dentro de esta corriente.
La Poesía Coloquial no es un fenómeno literario exclusivo de nuestra época.  Poesía coloquial ha existido desde tiempos remotos; poetas como Marcial, Catulo, Campoamor, Pezoa Véliz, pueden ser incluidos en esta línea.  Sin embargo, es necesario precisar que es alrededor de 1950 cuando se da en Latinoamérica esta tendencia con renovados bríos desplazando a las tendencias intelectualizantes.
Concluye Ulloa Sánchez: Como rasgos generales de la Poesía Conversacional se podrían señalar:   
·         Busca comunicar al lector sus experiencias, sentimientos y convicciones políticas, ideológicas y religiosas.
·         Utiliza el lenguaje de la calle.  A veces recurre a terminología propia de jergas técnicas o políticas.
·         Uno de los fundamentos teóricos de esta poesía radica en el supuesto que las realidades cotidianas están tan cerca de nosotros que dejamos de verlas.  La misión del poeta será entonces ayudarnos a verlas como si fueran una novedad que nos ha de fascinar.  Una Poesía Coloquial se puede referir al paradero de buses, a una bicicleta, a un panadero, a una separación, es decir, a cualquier elemento de la vida cotidiana.
·         Es natural que la Poesía Coloquial recibiera el impacto de la vida social y política de Latinoamérica.  Estos conflictos han sido tan severos que la Poesía Coloquial acusa el golpe y se vuelve una poesía comprometida que denuncia las injusticias.
·         La Poesía Coloquial puede adquirir muchas formas: autorreflexión, exhortación, narrativa.

“Levanto ambas cejas
me paso el índice de la siniestra
por cada una de ellas
Me llevo la punta del lápiz
a la lengua no lo niego”
(El dibujante de pacotilla)

“Ayer dejaste de temerle
a la trampa visceral del viento.
En mi cuerpo tu soledad de cometa
había de beber su quemadura”
 (Tarjeta postal)

“No ves que la patria se destornilla?
No ha acabado
de reventarnos
el lomo uno de ellos cuando...”
 (El amor de los padres)

“Las patas hediondas de la majada
¡Dios santo!
Lo que pesaba su muchedumbre…”
“…démosle la vuelta al mundo
como lo hizo supermán…
…salió para la Barra de Santiago
y  la mar lo infló…”
(La muerte del marero)


El poeta teórico cubano Fernández Retamar (2015) señala algunas características de la poesía conversacional:

·          La Poesía Conversacional se define positivamente, es decir, no parte contra algo, sino que postula que debe ser una poesía que llegue al hombre común y para eso utiliza el lenguaje de la conversación habitual.

·          La Poesía Conversacional no se define del todo.  Dentro de ella caben muchas corrientes diferentes.  Tampoco sus temas o tópicos son los mismos para todos los poetas conversacionales.

·          La Poesía Conversacional puede ser grave, tocar temas de profundo dramatismo, por ejemplo: los detenidos-desaparecidos, los explotados, los torturados...

·         Pudiendo ser seria, no cae en la solemnidad arcaica.  Es sencilla.

·         Es una poesía que tiene clara conciencia de que es un vehículo de transmisión de ideas políticas, religiosas, eróticas.  Es opuesta a la poesía escéptica.

·         Muestra la sorpresa o el misterio de lo cotidiano.

·         No se encierra en fórmulas.  Es muy amplia en las posibilidades de realización.

En ese orden de cosas, El amor de los padres y otros poemas, se manifiesta como muestra de la poesía coloquial o conversacional.

Dos situaciones finales que debo mencionar en este acercamiento a la poesía de Ario E. Salazar. Una, en torno al uso de la variante dialectal salvadoreña, llámese habla coloquial salvadoreña; dos,  lo relativo al amor, al arraigo al terruño. Es que el poeta no puede soslayar la realidad de su natal Chalchuapa, no puede evitar hablar como chalchuapaneco, como salvadoreño…


Notas

Ulloa Sánchez O. (2015) Poesía coloquial o conversacional. Hagamos un trato. Revista Lakúma- Pusáki  /El fuego en el agua/ Año 13, número 50.   

Fernández Retamar R. (2015) Poesía coloquial o conversacional. Hagamos un trato. Revista Lakúma- Pusáki  /El fuego en el agua/ Año 13, número 50. 


Tony Peña --- Poeta, Catedrático y Crítico Literario salvadoreño. Labora como docente del Departamento de Letras en la Universidad de El Salvador, Facultad Multidisciplinaria de Occidente. Coordina la Revista Minerva, órgano de difusión de la Facultad Multidisciplinaria de Occidente. Su labor literaria discurre entre la cotidianeidad interior y el acercamiento al erotismo. Algunos de sus poemas han sido publicados en la Revista Minerva, Universidad de El Salvador (Facultad Multidisciplinaria de Occidente); Revista “Papyroflexia…La poesía despierta”, Ciudad de Panamá, Panamá y la Cabuda Cartonera Editorial, El Salvador. Ha participado en diversas lecturas de poesía, entre las que destacan el Encuentro Internacional de Poetas “El Turno del Ofendido” Homenaje a Roque Dalton, 2008,2010; auspiciado por la Fundación Metáfora, la “Jornada de Poesía por la Libertad de los Cinco en El Salvador”, 2011 y Festival de Poesía "Amada Libertad llevada por el viento", 2014. Entre su obra está: “Poemas Cortos para Reír en Paz”, “Desde mis entrañas y otros poemas”, "Tiempos de victoria", "Poem Art, In Santana City", "Dimes y Diretes en Salsa a la Salvatore" y “Margarita después de la lluvia” (Poesía Inédita). Escribe ensayo y artículos, algunos publicados en los periódicos Co-Latino, El Tiempo y El Calero; y en las revistas “Minerva”, “ALFABECÉ” y “Expedición Americana”. Es considerado como trabajador de la cultura.



sábado, 2 de abril de 2016

HISTORIA DE UN FRAGMENTO – CONVERSACION ENTRE EINSTEIN Y TAGORE

Por Ario E. Salazar






La tarde del 14 de julio de 1930, Albert Einstein invitó a su casa de Kaputh, en las afueras de Berlín, a Rabindranath Tagore, el reconocido pintor, poeta, filósofo, y músico hindú que había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1913. Le urgía conversar con él. Los dos maestros, en sus respectivas materias, procedieron a tener una conversación de muy alto calibre donde con emoción, respeto, y gran acervo intelectual se metieron a dialogar sobre la eterna fricción que se da en los límites de la filosofía, la estética, la religión y la ciencia.  La importancia de Einstein en el mundo de la ciencia y la ética (al final de su vida) es harto conocida. La importancia de Tagore, en el mundo de la poesía, la literatura, y la religión como vehículo hacia la liberación del alma ha sido casi olvidada. Se le conoce sólo por referencias en el Occidente, y en castellano aun menos. Por ejemplo, se sabe que Neruda se inspiró en “El jardinero” de Tagore cuando escribía sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada.” A Tagore se le conoce por antologías, por selecciones, y de manera arbitraria y fragmentada dado que éste polímata oriental escribió novela, música, canciones, ensayo, teatro, piezas de ballet, cuentos, bitácoras de viajes, y dos autobiografías, o libros de memorias. En los registros de la Academia Sueca figura, por sobre todas las cosas, como poeta, como resultado de los más de 50 volúmenes de poemas que publicó a través de su vida. En sus conciertos el finado Facundo Cabral, de muy grata memoria, divulgó mucho una frase de él que decía: “Cuando un hombre trabaja Dios lo respeta, pero cuando un hombre canta Dios lo ama.” Es en calidad de poeta y polímata que hoy lo rescatamos y nos acercamos, si quiera de manera fragmentaria, a un preciso instante en el tiempo en el que éste eminente poeta conversó con Einstein, el siempre escéptico, y así, por el sortilegio del diálogo compartido, hoy quedan encapsulados para bien de nuestras conciencias y nuestras memorias, ahí, o más bien dicho aquí, bien cerca de nosotros, sentados alrededor de alguna mesa que los oyó enunciar sus verdades en aquella tarde esplendorosa de 1930. El siguiente fragmento es una traducción hecha por Ario E. Salazar, del Colectivo Artístico Ala de Colibrí, y fue sacado del libro del Dr. David L. Gosling “Science and the Indian Tradition: When Einstein Met Tagore,” publicado en   Nueva York en 2007, por la editorial Routledge.


***





EINSTEIN – ¿Usted cree en la Divinidad como algo aislado de éste mundo?

TAGORE – No aislado. La personalidad infinita del ser humano comprende el Universo. No hay nada que no pueda ser absorbido por la personalidad humana, y esto prueba que la Verdad del Universo es la verdad humana. Tomo como ejemplo un hecho científico para explicar esto – la Materia está compuesta de protones y de electrones, con vacíos entre ellos, sin embargo tenemos la impresión de que la materia es sólida. De igual modo, la humanidad está compuesta de individuos, y no obstante tienen su interconexión de relaciones humanas, lo cual otorga unidad vivencial al mundo humano. El universo entero está ligado a nosotros de manera similar, en ese sentido, es un universo humano. Le he dado seguimiento a esta línea de pensamiento a través del arte, la literatura y la conciencia religiosa del ser humano.

EINSTEIN – Hay dos concepciones distintas sobre la naturaleza del universo. Por un lado tenemos quienes ven al mundo como una unidad que depende de la humanidad. Luego tenemos a aquellos que ven al mundo como una realidad que no depende del factor humano.

TAGORE – Cuando nuestro universo está en armonía con el ser humano, lo eterno, lo cual conocemos como La Verdad, se pone de manifiesto y se hace sentir como belleza.

EINSTEIN – Esa es la concepción puramente humana del universo.

TAGORE – No puede haber otra concepción. Este mundo es un mundo humano. La visión científica de ello es también propiedad de los seres humanos científicos. Hay un canon de razón y gozo que le otorga Verdad [a la ciencia], el canon del Ser Humano Eterno, cuyas experiencias se concretan a través de nuestras experiencias.

EINSTEIN – Es una forma de la realización de la entidad humana.

TAGORE – Correcto. Una entidad eterna. Es nuestro deber llevarla a término a través de nuestras emociones y nuestras actividades. A través de nuestras limitaciones realizamos al Ser Humano Supremo, algo que carece de limitaciones. La ciencia se preocupa de aquello que no está en el confín de los individuos, es el mundo impersonal de las Verdades. La religión realiza estas verdades y las conecta a nuestras más profundas necesidades. Nuestra conciencia individual de la Verdad cobra significancia universal. La religión le aplica ciertos valores a La Verdad, y constatamos que esta Verdad es buena a través de nuestra armonía al comulgar con ella.

EINSTEIN -- ¿Insinúa que La Verdad, o la Belleza no son independientes de la humanidad?

TAGORE – NO.

EINSTEIN – Si la humanidad cesara de existir, el Apolo de Belvedere ya no sería hermoso.

TAGORE – No.

EINSTEIN --  Estoy de acuerdo con ésta concepción de la Belleza, pero no con respecto a la Verdad.

TAGORE -- ¿Por qué no? La Verdad sólo se lleva a cabo a través de la humanidad.

EINSTEIN – No puedo corroborar que mi concepción sea la correcta, pero ésa es mi religión.

TAGORE – La Belleza está en el ideal de la perfecta armonía lo cual existe en el Ser Universal. La Verdad es la perfecta comprensión de la Mente Universal. Nosotros, los individuos nos acercamos a ella a través de nuestros propios errores y desaciertos, a través de nuestra experiencia acumulada, a través de nuestra conciencia iluminada, de otro modo, ¿cómo podremos conocer la verdad?

EINSTEIN – [En éste mismo instante] No me es dado comprobar científicamente que La Verdad debe de ser concebida como una Verdad que es válida independientemente de si existe o no la humanidad, pero creo en ello firmemente. Por ejemplo, creo que el teorema de Pitágoras, en la geometría, enuncia algo que es aproximadamente cierto independientemente de la existencia de la humanidad. De cualquier modo, si hay una realidad independiente de la humanidad, hay también una Verdad relativa  a esta realidad. Y del mismo modo la negación de la primera engendra la negación de la existencia de la segunda.

TAGORE – La Verdad, que es una con el Ser Universal, tiene que ser, esencialmente, humana. De otro modo cualquier mérito alcanzado en nombre de la verdad no puede ser llamado verdad – al menos La Verdad que es descrita como científica y que sólo puede ser concebida a través del proceso de la lógica, dicho de otro modo, no puede ser concebida sin un órgano pensador que es humano. De acuerdo a la filosofía hindú existe Brahma, La Verdad Absoluta, algo que no puede ser concebido a través del aislamiento de la mente individual ni mucho menos puede ser descrito con palabras; es algo que únicamente se puede alcanzar al sumergir al individuo en su infinitud. Pero ese tipo de Verdad no tiene entrada en la ciencia. La naturaleza de la Verdad que usted y yo estamos discutiendo en éste momento es una apariencia – es decir, lo que aparenta ser verdadero para la mente humana y por eso mismo es humano, y podemos llamarle maya o ilusión.

EINSTEIN – Entonces de acuerdo a su concepción, que es una concepción hindú, no se refiere a la ilusión únicamente individual, sino a la de la humanidad entera.

TAGORE – La especie también es parte de una unidad, de un todo, de la humanidad. Por eso toda la mente humana alcanza la Verdad. La mente hindú y la europea se encuentran en una misma realización en común.  

EINSTEIN – De hecho, la palabra “especie” es utilizada en alemán para designar a todos los seres humanos, aun los sapos y los monos pertenecen a esa designación.

TAGORE – En la ciencia uno se abre paso a través de la disciplina de eliminar las limitaciones personales de nuestra mente individual para así poder llegar a la comprensión de La Verdad que existe en la mente del Ser Humano Universal.

EINSTEIN – El primer tropiezo está en definir si La Verdad es independiente de nuestra conciencia.

TAGORE – Lo que conocemos por verdad estriba en hallar la armonía racional entre los aspectos subjetivos y objetivos de la realidad; ambas dimensiones le pertenecen al Ser Humano Suprapersonal.

EINSTEIN – Aun en nuestra vida cotidiana nos vemos impelidos a asignarle una realidad independiente a la nuestra a los objetos que usamos. Hacemos esto para conectar las experiencias de nuestros sentidos de manera racional. Por ejemplo, aunque nadie esté dentro de ésta casa, esa mesa prosigue estando donde está.

TAGORE – Correcto. Se mantiene fuera de la mente individual, pero no fuera de la mente universal. La mesa que yo percibo es perceptible por un mismo tipo de conciencia que yo poseo.

EINSTEIN – Si no hubiera nadie en ésta casa, la mesa existiría de todos modos -¡pero esto es ilegítimo desde su propio punto de vista!- porque no podemos explicar qué significa el hecho de que la mesa esté aquí, independientemente de nosotros. Nuestro natural punto de vista con respecto a la existencia de la verdad aparte de la humanidad no puede ser ni explicado ni probado, pero es un credo que a nadie le falta, hasta los seres primitivos lo manejan. Le atribuimos a La Verdad una objetividad suprahumana; es indispensable para nosotros, ésta realidad que es independiente de nuestra existencia, nuestra experiencia, y nuestra mente, y sin embargo no podemos decir qué significa.

TAGORE – La ciencia ha probado que la mesa como objeto sólido es una apariencia, y por lo tanto aquello que la mente humana percibe como una mesa no existiría si la mente misma no existiera. Al mismo tiempo tenemos que admitir que también le pertenece a la mente humana el hecho de que hasta la última realidad física no es otra cosa sino una multitud de separados y movedizos centros de fuerza eléctrica. En la aprehensión de La Verdad hay un eterno conflicto entre la mente humana universal y esa misma mente contenida en el individuo. El perpetuo proceso de reconciliación se está llevando a cabo en nuestra ciencia, filosofía, en nuestra ética. De cualquier modo, si es que hay una Verdad absolutamente desligada de la humanidad, pues, para nosotros esa verdad sencillamente no existe. No es difícil imaginar una mente a la cual la secuencia de cosas le pasa no en el espacio, sino únicamente en el tiempo, como sucede en la secuencia de notas dentro de la música. Para ese tipo de mente tal concepto de la realidad es parecido a la realidad musical en la cual la geometría pitagórica no puede tener sentido. Está la realidad de papel, infinitamente diferente a la realidad de la literatura. El tipo de mente poseída por la polilla que devora a esa literatura de papel realmente no existe, y sin embargo vemos que para la Mente Humana la literatura posee más valores de  La Verdad que el papel mismo. De manera similar, si existiese alguna Verdad que no tiene una relación sensual o racional con la mente humana, permanecerá erguida como una gran nada, en tanto y en cuanto nosotros prosigamos siendo seres humanos.

EINSTEIN -- ¡Entonces resulta que soy más religioso que usted!

TAGORE – Mi religión es la reconciliación del Ser Humano Suprapersonal, el espíritu humano universal, al seno de mi existencia individual.  

FIN


  

   



lunes, 29 de febrero de 2016

La flecha en el sortilegio: “Hombres sin mujeres,” de Haruki Murakami


“El talento se parece al tirador que da en un blanco que los demás no pueden alcanzar; el genio se parece al tirador que da en un blanco que los demás no pueden ver.Arthur Schopenhauer

Hay tradiciones milenarias que -por más máscaras que sostengan- siempre terminan sorprendiéndonos cuando al fin descubrimos los rasgos de su rostro laberíntico, multiforme, y vertiginoso que generaciones y generaciones han ido enriqueciendo y transformado con el paso de los siglos. Los apresurados y acaso desinformados lectores de mi tierra pensarán (accediendo quizá a los sopores abotagados de sus escarmentadas rutinas) que el Japón, ese remotísimo y extraordinario archipiélago oriental de 6,852 islas fantásticas, es incapaz de albergar un prodigio más. De algún modo hemos aprendido a identificar a esa cultura con un extraño y teratológico maridaje que sin piedad comprime geishas, sintoísmo, kamikazes, maremotos, y una desesperada y peculiar afición por la innovación tecnológica. Quizá se piense, descabelladamente, que el Japón está exento de que se le añada otro ramalazo de rareza sin pudor: el de su literatura, pródiga en imágenes y alucinaciones. Es unánime y convencional nuestro desconcierto al tratar de entablar un diálogo parejo con los escritores de esos mares pacíficos y septentrionales. A nivel mundial tanto el neófito como el especialista concuerdan en un juicio inexacto y nebuloso con respecto a la cultura y literatura japonesa. Tanto la cultura como su literatura están entre las más fascinantes y menos conocidas del mundo.
Es curioso observar que aún en un mundo desprovisto de los antiguos embalajes que aislaban la experiencia humana (para ponerla únicamente a disposición de la plutocracia nacional) nuestra concepción del alma nipona prosigue maniatada al sushi, al manga, a las virtudes de la rígida obediencia, y a esa ordenada marcha hacia la total deshumanización del individuo como presa de la tecnologización en una sociedad con arraigos en la tradición y en lo porvenir. A ésta paupérrima lente, que proviene de las limitadas fuentes y referencias del privilegio criollo de nuestros países, en círculos más democráticos y avanzados, se le conoce como “el efecto quimono,” o “japonismo.”[1] En claro queda que el tono parroquial y chovinista de esas percepciones es verdaderamente anacrónico. Como ejemplo (y para desbaratar dichas limitaciones intelectuales) basta señalar que la isla de Honshū, de la cual Tokio es parte, es la mayor área metropolitana del mundo donde residen más de 30 millones de personas en un área geográfica de 225,800 kilómetros cuadrados. Dicho de otro modo y en nuestra vernácula audacia: la sola población de esa isla nipona supera la población total de El Salvador por casi 5 veces (4.96), si consideramos que en el año 2014 se estimaba que la población total de El Salvador rondaba los 6.383.752 habitantes, residentes todos en un área geográfica de 221,000 kilómetros cuadrados.  










Es desde esa exotizada y defenestrada comarca cultural del planeta (y de nuestra pobrísima  información sobre ella) que llega hasta nosotros la obra fresca, pulsante y enjundiosa de Haruki Murakami. Una obra fértil en los registros que da de su milenaria tradición, y concebida por un bicho raro entre los hommes de lettres de todas las regiones del mundo moderno por ser uno de los escritores best-seller que más desacierto y polémicas ha causado no sólo en su país de origen, sino en los centros de intelligentsia y en las editoriales del occidente también.
El fenómeno Murakami –como se le conoce en la industria editorial contemporánea- se inicia en el año 1979, con la escritura de su primera novela “Escucha al viento cantar.” Según la ficha mitoanecdótica[2] del libro, el elegido contaba en ese entonces con 29 años de edad, y según él antes de aquello “nunca había escrito nada. Era una persona ordinaria. Administraba un club de jazz y no había creado un bledo.”[3]
Como todos los eventos transcendentales en la autobiografía de cada escritor, el momento del desdoble profundo ocurre en la cotidianeidad, mientras veía un juego de béisbol en el Estadio Jíngu, en el barrio de Shínjuku, en Tokio. Cuenta que cuando salió a batear Dave Hilton, un avezado bateador estadounidense, éste marcó un doble jonrón y ese fue el preciso instante en que el kami de la escritura (un dios o un espíritu antiguo de la naturaleza) lo despedazó en dos haciéndolo regresar a casa transfigurado, marcándolo con la agónica idea de escribir su primera novela. El resto de la historia es harto conocida o de fácil acceso a través del internet. Ha creado un culto que aplasta las intenciones de cualquier maníaco de sopesar al objeto de su obsesión dado el alto volumen de entradas en referencia a Murakami y a sus trece novelas, sus seis colecciones de cuentos, sus ocho libros de ensayos y sus incontables artículos, traducciones, documentales, entrevistas, etc.   





  
En ésta nota nos daremos a discutir la más reciente traducción de una de sus colecciones de cuentos: “Hombres sin mujeres.” En mis manos tengo la versión de TusQuets editores, que pertenece a la respetable “colección andanzas,” publicada es tapas rústicas en México en marzo de 2015. No nos queda claro si su traductor, Gabriel Álvarez Martínez, ha vertido los relatos del japonés al castellano o si la traducción nos llega por vías del inglés. Sin reparar demasiado en el vehículo lingüístico por el cual llega hasta nosotros, podemos afirmar que los relatos y su traducción son de calidad, y la edición es elegante.
El manejo de las ambientaciones y los inicios del relato en cada entrega es verdaderamente afiligranado y lleno de posibilidades. Ninguno de los cuentos empieza con insinuaciones sobre lo que se aviene. Más bien la mayoría de los relatos comienzan con una verdadera puesta en escena, o con un meditado paneo que nos pone a la par del personaje de inmediato, sin saberse hacia donde se dirige el asunto. Es un estilo que establece un umbral, o mejor dicho, una serie de umbrales que resplandecen. Al pasar nosotros por ese juego de umbrales que crepitan se nos tuercen sistemáticamente los aros de la realidad a dos, a tres pasos del principio, y su autor logra zanjar en las expectativas del lector un contraste que magistralmente impregna un sello de plenitud y sustento en la experiencia del lector. Quienes se desviven por hallar hedonismo en la lectura no tienen que esforzarse mucho en esta galería de situaciones y personajes que en cada línea ponen de manifiesto la versátil, constante e ingeniosa vida interior de Murakami, muy a la manera de Kafka, uno de sus héroes y manías predilectas.  
Como el título de la colección lo indica, la presencia arrolladora y enigmática de féminas sui generis (y las exaltaciones o los estragos que causan ya sea estando al centro de la trama o en funciones periféricas) es lo que marca el ritmo del argumento en cada uno de estos cuentos. El único relato que falla de cabo a rabo en su cometido es el que se intitula “Samsa enamorado.” Cualquier narrador temerario que se enfrasque en la tarea de continuar los trazos vivientes del mejor Kafka debería repensar la estratagema y tensar mejor el recurso. Murakami no lleva a su feliz término la proyección temática puesta en marcha –prodigiosamente y desde el fondo de la desolación- por la superna pluma y destrezas de Kafka. Quizá inspirado por otros ejemplos, como el de Stevenson (The New Arabian Nights) o por “El fin” de Jorge Luis Borges, Murakami se animó a hacer el intento. Lamentablemente Samsa enamorado desafina y abre un vacío en la secuencia de los relatos de la colección, acomodándose en una esquina para ser nada más que un altar, un abigarrado homenaje al ícono. Al no profundizar en la raíz del personaje vemos que a medio camino el relato se desmorona, dejándonos en el paladar el sabor que nos dejaría un copo de nieve cuando lo que había era hambre y no sed.  
Lo que sí queda claramente establecido es que aun cuando falla, el hombre y el espíritu detrás de estos relatos están conscientes de lo que es saber crear mundos, o recrearlos en algunos casos para darles algún sentido. Existen en éste escritor prolífico un acervo, un dominio de temas occidentales y un diestro engarce con los de su propia tradición. El fino mestizaje que se logra y que surte de la pluma de Murakami es precisamente lo que muchos de sus detractores le achacan y le desprecian. Consecuentemente quienes lo estudian y lo veneran lo hacen enfocándose en ese doble linaje con que impregna a cada una de sus obras. Es importante señalar que en toda la obra de Murakami hay siempre un dejo, un amago, un sentimiento original que nos intriga. Posee además una sensibilidad netamente urbana. Brillan por su ausencia el esnobismo o la pedantería típica de los eruditos. La mirada intimista, el whiskey, el jazz, y el paisaje urbano de Tokio son los motivos recurrentes en estos relatos. Es evidente que el hombre dialoga con  obsesiones profundas y que por dentro lleva una enorme carga emocional que le permiten, al sentarse ante la página vacía, transfigurarse en lo suyo. En una nota que data de 2013, Gerardo Lima (colaborador de la revista digital Letrarte) acotaba:

Murakami (Kioto, 1949) ha sido vilipendiado por lectores, conocedores, legos, y demás fauna. Muchas veces, sin argumentos bien sustentados. El autor tampoco es la gran maravilla que revolucionará la literatura universal. Sin embargo, queda el cosquilleo de saber si ocupará un escalafón en la historia de la literatura japonesa. Atrás ha quedado Kawabata, Mishima, Dazai Osamu, y hasta Oé. Las letras niponas ya no exhiben las viejas y tardadas ceremonias del té, ni hay geishas pululando alrededor. Aunque, a la generación de Murakami, tampoco les hace falta. El sentimiento de desasosiego, de extrañeza, de extranjerismo, queda ahí, flotando. A pesar de que Banana Yoshimoto, Abe o Murakami mismo coloquen un vaso con whisky en la mano de un personaje en lugar de una vasija con sake, eso no hace a este menos japonés ni hace que la situación sea menos estética o trascendente (dado el caso).[4]
           
El párrafo anterior es parte de una reseña que Gerardo Lima le hiciera al largo ensayo escrito por Carlos Rubio, el crítico y académico español que dedicó un libro entero al descubrimiento, estudio y comprensión de las claves literarias y culturales escondidas en la narrativa de Murakami. De lo expuesto en esa obra de Rubio, Lima sustrae las aclaraciones para los siguientes conceptos:   

“Omote Nihon” y “ura Nihon” son las dos expresiones utilizadas para describir las dos grandes vertientes socioculturales que yacen en Japón. Para el lector de Murakami, la primera será fácilmente reconocible, ya que es el Japón de afuera, el que da su cara al exterior, del que todo mundo sabe. Celulares, tecnología de punta, animé, comida exquisita, grandes edificios, trenes abarrotados de gente, inclinaciones respetuosas, sake, sushi, etc. La otra, el “ura Nihon”, o Japón del interior, se refiere más a esa parte “escondida” para el simple turista, para el gaijin que no se atreve a pisar otras ciudades y, especialmente, los pequeños pueblos de Japón. No todo lo que brilla es oro, y no todo Japón son rascacielos y luces de neón.

De la colección entera, el relato que mejor resume ese esquivo concepto de ura Nihon llega a nosotros en la página 175 del volumen. Es el cuento intitulado “Kino.” Es la quintaesencia del universo murakamiano porque ese es el relato donde convergen y se hibridan hasta las encillas todas las criaturas que son la ménagerie[5] que tanto caracteriza a esa atrevida aventura literaria del sujeto Murakami. Por ejemplo, el lector concentrado observará que hay al menos cinco presencias femeninas en el cuento. Y sin atragantar el hilo del relato, funcionan a las mil maravillas. A ver si resumimos.
Kino (el álter ego de Murakami) es un hombre común y corriente “serio y parco en palabras.” El principio del cuento nos muestra a un hombre que se maneja a tumbos, desubicado por la vida, sin propósitos y quizá hasta desmerecido. El magistral paneo de Murakami nos pone junto a él justo cuando está tratando de re-edificarse al centro de su ser después de una trágica experiencia amorosa. El pasado inmediato antes del bar donde ahora nos lo encontramos queda definido en unos simples trazos. Trabajaba en una empresa donde se confeccionaban y vendían zapatillas deportivas exclusivas y personalizadas, en un mar de empresas donde todo era impersonal y salado. Viajaba mucho en función de su trabajo y esto le gustaba. Estaba casado con una mujer hermosa a la que dejaba sola demasiado tiempo. Un día regresa antes de lo previsto a casa y encuentra a su bella esposa desnuda, gozosa, rezumando sexo y sensualidad mientras en cuclillas arroja todo su frenesí sobre el falo traicionero de uno de sus compañeros de trabajo en “la empresa mediana con sede en Okayama que no vendía tanto como Mizuno o Asics.”
Ante la fatal y bochornosa escena Kino sólo siente vergüenza ajena, se tapa los ojos, y sale corriendo de la habitación llevándose consigo sólo las prendas que lleva puestas y su maletín de viaje. Nunca más vuelve a casa, se divorcia de su mujer, venden los bienes mancomunados, y con su parte termina dueño de un bar donde van a recalar “su humilde colección de discos... un tocadiscos de marca Thorens y un amplificador Luxman.” Hay una tía –una de esas tías intrigantes y hermosas de las que Mamá siempre ha sospechado- hay una gata gris de espeso pelaje, hay un sauce centenario, una atmósfera de café transformado en bar, whiskey, jazz, polvos imaginados y reales, otra mujer que entra y sale de escena (“no te mezcles con esa chica… si lo que necesitas es acostarte con alguien, acude a una profesional. Sólo has de pagar.”) Por supuesto se intuye que habrá un final apoteósico saturado de situaciones, sensaciones y criaturas con talantes y ecos mitológicos.

“Con los ojos fuertemente cerrados, Kino sintió el calor de su piel… Era algo que había olvidado hacía mucho tiempo. Algo de lo que había estado separado largo tiempo…”
  
Una de las artes marciales más antiguamente practicadas y menos conocidas del Japón es el denominado “Zen de pie,” o Kyūdō, que consiste en lanzar flechas al blanco con un enorme arco de madera o bambú rústico (el yumi) a una distancia de 28 metros que median entre el arquero y su objetivo. El tema central de dicho arte marcial es cultivar el desarrollo moral y espiritual de sus practicantes a través de la concentración de cada fibra del ser en la tarea. Cargar el impulso de cada lanzamiento con buenas intenciones, intenciones que se canalizan a través de la energía impoluta que transita por nuestro cuerpo, es elemental. Despejar la mente para contemplar conceptos como los de “flecha viva,” y “flecha muerta,” es por supuesto, fundamental. A la hora de enfocarse en la ceremonia de preparar el arco y de lanzar las flechas el sensei, o maestro, sabe identificar si el arquero ha empuñado y lanzado cada una de sus flechas con o sin inocencia, con o sin perversidad, con o sin energía poluta. Hay un registro de energía que dimana y se desprende del arquero y que da fe del espíritu con el que la flecha ha arribado a su destino. Basándose en ese registro de energía que queda suspendido en el aire después del disparo, el maestro decide si seguirá instruyendo al pupilo –o no- para que siga avanzando en los niveles de perfeccionamiento en la ejecución de su arte.
Aprovechando esa analogía cultural diré que para mí, yo tengo que de las siete flechas que Haruki Murakami nos lanza en esta entrega de “Hombres sin mujeres” seis son, sin lugar a duda, flechas vivas, magistralmente acertadas. Sólo Samsa enamorado se quiebra y se disfuma irreparablemente… antes de que el arquero acomode y afiance bien esa flecha en el arco de sus mitos y sus sueños.   


 © Ario E. Salazar, enero-febrero de 2016.   














[1] Escribe Carlos Rubio en la introducción de su libro “El Japón de Murakami” (Aguilar editores, España, 2012): “No cabe la menor duda de que la internalización de nuestra sociedad [española, entiéndase] y, en concreto, la familiaridad de las nuevas generaciones con productos japoneses como las historias gráficas del manga, del anime, o de los videojuegos han contribuido felizmente a la superación del efecto quimono, el cual, hace sólo cincuenta años, representaba una barrera para el aprecio de un autor japonés fuera de su país.”
[2] Neologismo. Híbrido entre “mito” y “anecdótico,” es decir, aquellos recuentos de esos instantes míticos y mágicos en el nacimiento de cada escritor, suscitados en un entrecruce especial y onírico que parte aguas existencialmente hablando. Siempre referencian hechos reales que luego, en la idealización de la memoria, son retocados y transformados en experiencias místicas y trascendentales en pos de enriquecer la autobiografía del escritor y la génesis de la primera sentencia en la primera obra creada… es el dato, la transmutación en la toma de conciencia situado en un entrecruce específico en las vías del tiempo de la vida de un creador. N. del A.
[3] Entrevista con John Wesley Harding. Invierno de 1994. Revista BOMB.
[4] Gerardo Lima. Reseñas: “El Japón de Murakami,” de Carlos Rubio. Letrarte, 18 de noviembre de 2013. http://letrarte.gob.mx/2013/11/el-japon-de-murakami-de-carlos-rubio/

[5] Galicismo. “Una colección de bestias o animales extranjeros, fantásticos o silvestres reunidos por alguien en un sólo sitio con la única intención de ser exhibidos.”