miércoles, 28 de agosto de 2013

Los Darwinistas Literarios: Tercera y última parte.




En última instancia puede ser que el Darwinismo Literario nos enseñe un poco menos sobre libros específicos y más sobre cuál es el sentido, el punto preciso de por qué hacemos la literatura. La pregunta entonces surge: ¿cuál ha de ser el punto de la literatura, si es que ella no representa en sí una rareza nuestra que es inofensiva? A primera vista nos puede parecer que leer es una reverenda pérdida de tiempo, convirtiéndonos a todos en pequeñas versiones de Don Quijote, enredados en nuestra imaginación a tal punto de que no sabemos distinguir entre molinos de viento y supuestos gigantes. Estaríamos mucho mejor si pasáramos mas tiempo copulando o arando nuestras tierras. Los Darwinistas tienen la respuesta, o mejor dicho, tienen muchas respuestas posibles. (A los Darwinistas Literarios les agrada mucho la idea de múltiples respuestas, convencidos de que la mejor respuesta se impondrá a las demás).

Una de esas ideas es que la literatura es una reacción de defensa ante la expansión de nuestra vida intelectual que tuvo lugar en el momento en que empezamos a adquirir los fundamentos de una inteligencia superior, hará cuestión de unos cuarenta mil años. En ese momento –de súbito- el mundo le fue revelado al Homo sapiens en toda su alarmante complejidad. Al tomar viajes imaginativos que eran al mismo tiempo ordenados logramos, como especie y en aquel entonces, agenciarnos de la confianza necesaria para interpretar esta nueva realidad, vastísima y densa. Otra teoría profesa que leer literatura es una manera de estar siempre en forma, un ejercicio en el juego de las posibilidades, en el reino aquel donde habita la pregunta “¿y qué pasaría si…?.” O sea, si eres capaz de imaginarte la batalla entre griegos y troyanos, entonces si de repente te encontraras en una pelea callejera tendrás una mejor posibilidad de ser el victorioso. Otra teoría ve al acto de escribir como una sublimación sexual. Es consabido que algunos escritores parecen estar exhibiéndose, parecen estar provocando la situación que traerá una pareja que los encuentre atractivos y vigorosos. En la película intitulada “El prestidigitador literario” (The Ghost Writer, en Inglés), el narrador de Philip Roth plácidamente le informa a otro escritor que “en la Ciudad de Nueva York si has publicado siete libros no debes conformarte a estar a gusto con una sola mujer. Con siete libros ya te mereces por lo menos dos,” dice el personaje. Hay otra teoría que dice que la literatura tiene como función primordial el integrarnos a todos en una misma cultura. Los psicólogos evolucionistas creen que las imaginaciones compartidas o los mitos producen cohesión social, lo cual se transforma en ventaja de supervivencia. Y una quinta idea propone que la literatura empezó como un acto religioso, o como el intento de satisfacer una fantasía. Por ejemplo: aseguramos el éxito de nuestra próxima cacería al dar un recuento emocionante y detallado de la última que tuvimos. Finalmente, puede ser que los miembros del sexo opuesto encuentren tan atractivo, precisamente, la aparente inutilidad de la escritura. Puede ser que, tal cual sucede con la cola tornasolada del pavo real, la falta de utilidad concreta de la literatura nos conduzca a especular que quien la practica goza de una excelente salud. Pone de manifiesto que el escritor o la escritora en cuestión tiene vitalidad hasta para tirar a la garduña.

Como posición general, los Darwinistas Literarios colocan a la literatura en una escala de valores donde no la hallamos como lujo ni como añadidura, si no como algo que nos conecta a nuestra verdadera sustancia de ser. Hay mucha exhuberancia en éste punto de vista, y también mucha conjetura. Eso se debe a la parte inusual de la biología evolucionista en el sentido de que no sólo pregunta “cómo” funcionan las cosas, si no también “por qué” – y no el típico “por qué” de explicaciones provincianas, como por ejemplo ¿por qué es que el agua se congela a 32 grados Fahrenheit? si no que indaga y profundiza, como cuando pregunta “por qué” ciertas cosas existen (¿por qué desarrollamos un par de pulmones? ¿Por qué estamos programados a sentir el amor? Etc.) No hay protocolos de laboratorio para resolver éste tipo de incógnitas y de misterios para los cuales las técnicas inductivas de la ciencia están paupérrimamente preparadas a la hora de formular respuestas, de manera tal que al final las conclusiones obtenidas por los biólogos evolucionistas van más allá de lo que pudieran alcanzar sus propias investigaciones.

Tomemos, por ejemplo, el miedo humano por las serpientes. De acuerdo a Edward Wilson, el miedo éste se remonta a los principios de la era prehistórica, la etapa evolutiva en la que muchos de nuestros ancestros murieron como resultado de las mordidas de culebras venenosas. Aquellos que aprendieron a temerle a las víboras resultaron sobrevivir en mayores números que aquellos otros, descuidados. Este fue el período en el que los circuitos esenciales del cerebro humano se estaban organizando, de modo que nuestro miedo, ahora anacrónico pero impregnado en nuestra esencia genética, ya superó la etapa para la que fue diseñado. Aún mucho después de que las víboras dejaron de matarnos tan seguido, nuestro cerebro sigue acordándose de cómo fue aquella experiencia. Al correr del tiempo (dado que habíamos sido traumados cuando éramos más fáciles de impresionar) las serpientes tomaron roles centrales en la vida de nuestra imaginación. De ahí surte la protección que recibían los reyes del antiguo Egipto bajo la tutela de Wadjet, la diosa en forma de cobra, o el símbolo de Quetzalcóatl, el dios Maya y Azteca de la muerte y la resurrección, y la fascinación de D.H. Lawrence cuando un huésped no invitado por él “deslizó su suave vientre amarillo y marrón parsimoniosamente” en una de sus canaletas de agua.

Como se puede apreciar esto de las culebras es una bonita historia respaldada por algunos trazos de evidencia. Los niños tienen una predisposición a temerle a las culebras que sólo necesita de uno o dos encuentros con ellas para que se encienda. Ese miedo a veces se queda a pesar de que sean superados muchos otros miedos generados en la niñez. Y muchos primates, nuestros familiares más cercanos, también tienen una predisposición –un potencial que puede ser muy fácilmente encendido – de tenerle miedo a las culebras. Pero todavía hace falta saber mucho, antes de que nos arrojemos a asegurar que nuestra obsesión con las culebras es un ejemplo de eso que Wilson llama, en su propia acuñación de la frase, “la co-evolución de una cultura genética,” algo en lo que descansa de sobremanera mucha de la teoría de la psicología evolucionista, así como mucha de la teoría del Darwinismo Literario.

Supongamos que hay un módulo en el cerebro que se dedica a predisponernos a temerle a las culebras. Bueno, hasta ahora ese módulo no ha sido localizado. También carecemos de estadísticas concretas que nos puedan revelar el número de muertes sucedidas en la prehistoria como resultado de las mordidas venenosas de las víboras. Digamos que supiéramos eso, aún así no sabríamos si ese número de muertes sería significativo para engendrar una fobia, que por lo demás, y por alguna razón inexplicable, cogió arraigo en nuestra mente hasta manifestarse hoy día en la mente moderna, en vez de ir desapareciendo conforme la selección evolutiva se iba llevando a cabo, tal como se esperaría que una fobia inútil se comportara. Por ejemplo, hoy día pudiera ser que la gente que ama a los reptiles sean quienes se reproduzcan más que los ofidio-fóbicos, dado que la carne de reptil es deliciosa y sus cueros se pueden vender por mucho dinero; sin embargo carecemos de evidencias para sustentar este otro patrón de conducta. Al mismo tiempo cabe preguntarse por qué hay otros peligros aún mayores para los cuales nuestros ancestros no desarrollaron ninguna fobia – hablemos por ejemplo de... el fuego.




Cuando en nuestro análisis tratamos de evaluar la importancia de los mitos que giran alrededor de los reptiles no queda más que asumir ciertas cosas. Primero que nada, ¿son las serpientes más prominentes en nuestra imaginación que, digamos, un águila? Por cierto las águilas nunca nos han depredado. Y de ser así, nuestra fascinación por los reptiles, ¿surte de algo especial –de la activación de un módulo si se quiere – o surte acaso de los movimientos, o de la fisonomía de las culebras – su parecido con un palo (y aquí te invocamos, ¡oh Freud!) o de su parecido a un pene? ¿O será que se centra nuestra fijación en estas criaturas en el hecho de que matan a través de su veneno y no a través de mortales dentelladas como hace la mayoría de animales? ¿Por qué obcecarnos en la idea de que tenemos este miedo ancestral que data de la era prehistórica, cuando asesinaron a muchos de nuestros antepasados?

Hay veces en que sentimos que la teoría psicológico-evolutiva es más que nada el principio de una ciencia y no una ciencia en sí. Consideremos, por ejemplo, la interrogante mayor de cuál es el rol de la imaginación en nuestro proceso evolutivo. Pongamos que es hereditaria nuestra capacidad de imaginación. Muchos psicólogos evolutivos asumirían que dicha capacidad fue favorecida a través del proceso de selección natural y que por lo tanto nos ayuda a sobrevivir. Pero de igual modo puede ser que la imaginación no sea una adaptación a supuestas presiones evolutivas sino un resultado del hallazgo de simplemente haberse adaptado a su medio el ser humano. Bien pudiera ser que las presiones evolutivas favorecieron un proceso mental relacionado, como por ejemplo, la curiosidad, y puede ser que a raíz de esto la parte superior del cerebro (donde residen estas actividades mentales) produjo la imaginación como destreza. Esa parte del cerebro es como una profunda piscina de neuronas. Y como dice Stephen Kosslyn, un catedrático de psicología en la Universidad de Harvard, “si todo esto fue de hecho una meta clara de la selección evolutiva, eso ya es fuente de especulación para cualquier persona…”

Para ser justos, debemos de decir también que algo de crédito merecen los psicólogos evolutivos por preguntarse si es posible que complejos patrones de conducta sean transmitidos a través de un nexo genético-cultural, a pesar de que hasta ahora no existan las pruebas de que esto sea así. Esa premisa sigue siendo una carnada intelectual apetitosa. Lo que ellos necesitan para superar las trabas de sus propias teorías es el equivalente a lo que hallaron quienes – a principios del siglo XX – elaboraron las bases para entender cómo es que funcionan los genes, o por lo menos más y mejor ciencia que respalde a sus conclusiones.

De un enfoque similar podrían beneficiarse los Darwinistas Literarios.

Se beneficiarían mucho del estudio y de la observación de escritores y de lectores en un laboratorio para testimoniar qué partes del cerebro nos dirigen hacia nuestro gusto por la literatura, y cuáles son las implicaciones de la existencia de esa región del cerebro. Tales experimentos serían capaces de revelarnos cosas impresionantes. Por ejemplo hoy sabemos que la estructura del cerebro llamada hipocampo juega un papel importante en la elaboración de la memoria a largo plazo. Al hacer escaneos del cerebro de lectores utilizando Imágenes de Resonancias Magnéticas – IRMs - (o MRIs por sus siglas en Inglés) para observar el influjo sanguíneo en diferentes regiones del cerebro, quizá pudiéramos observar también cómo es que ciertas obras literarias estimulan o activan el hipocampo de dichos lectores. Esas obras que encienden más frecuentemente el hipocampo son las que la gente en definitiva termina recordando perpetuamente. Es así que estos exámenes de IRMs enfocados en el hipocampo de cualquier sujeto pudieran proveernos con los primeros trazos de una base científica, biológica, para sustentar la transitada noción de que Orgullo y prejuicio es un clásico y quizá también una verdadera justificación para el resto del canon literario.

Lo que podría ser más interesante aún es pensar en la posibilidad de que un día los escaneos cerebrales nos ayuden a entender el acto mismo de leer. “La lectura provoca un estado mental bastante peculiar,” dice Norman Holland, un profesor que dicta una cátedra sobre ciencias de el cerebro y la literatura en la Universidad de Florida en Gainesville. “Si te compenetras en una historia, en un cuento, empiezas a olvidarte de tu cuerpo; se te olvida el entorno en el que estás. Llegas a sentir emociones reales hacia los personajes.” ¿Por qué sucede esto? ¿Qué pasa en nuestras cabezas? ¿Estamos en un sueño, en un trance?

Edward Wilson me comentaba que tiene la convicción de que la neurobiología nos ayudará a confirmar muchos de los descubrimientos hechos por la psicología evolucionista, especialmente en lo que concierne a las humanidades, y para eso le hace un llamado a “cualquier neurobiólogo joven y con ambiciones, a cualquier psicólogo, o a cualquier escolasta de las humanidades.” Podrían convertirse en el Cristóbal Colón de la neurobiología, según él, y dice “si ahorita me dieran un millón de dólares para hacer algo, me empederniría sacando imágenes del cerebro.” De hecho, no siempre es necesario tener un millón de dólares para sustentar el trabajo porque los costos de la tecnología necesaria siguen bajando. Steven Pinker, un psicólogo cognitivo de la Universidad de Harvard, se atreve a decir que “dentro de cinco años todos los departamentos de psicología tendrán una máquina escaneadora en el sótano de sus facultades.” Con la ayuda de dicha tecnología Wilson dice que la ciencia y el estudio de la literatura se empalmarán en una “simbiosis mutua,” científica, dándole así al campo de la crítica literaria los principios fundacionales que hoy por hoy no posee.

David Sloan Wilson, el co-editor de El animal literario (que también es hijo del novelista Sloan Wilson), ve el potencial de “ese abrazo mutuo” desde otra perspectiva. “La literatura,” dice, “es la historia natural de nuestra especie,” y su diversidad es la prueba de que somos individuos y diversos. Por ejemplo en Orgullo y prejuicio nadie se inmuta al ver que en el comienzo del libro el primo hermano del padre de la señorita Bennet llega a la casa a proponerle nupcias. En el libro Moll Flanders de Daniel Defoe el personaje epónimo de la trama puede ver, por un lado, el incesto cometido con su hermano considerándolo como “la cosa más nauseabunda en la tierra,” y por el otro lado puede también decir que “no tiene mayores preocupaciones desde el punto de vista de su conciencia,” porque no sabía que eran parientes cuando se acostaron. Los seres humanos somos complejos, y los mejores libros sobre nosotros mismos también lo son. Por lo tanto, en vez de encasillar a la literatura, David Wilson dice que el Darwinismo Literario puede abrir aún más el campo de la psicología evolucionista.

De hecho, puede que ya haya logrado lo suyo. Pensemos en la psicología evolucionista. Es seductora y metafórica, encantadora e imaginativa. Da gusto entrar en ella. Toma añicos de información y de eso construye una visión del mundo. Nos convence de que comprendemos porqué es que las cosas pasan como pasan. Cuando llega al éxito, la psicología evolucionista nos impresiona con la elegancia y la economía de sus visiones, y cuando fracasa lo que nos entrega es la sensación de que el atrevido autor no supo qué hacer con tanta información. Puede ser verdadera, o tener partes que son verdaderas, y cuando te has topado con ella dejas de ver las cosas como lo hacías antes: casi tiene el grave poder de las conversiones sobre nosotros. Por lo tanto, ¿no ves el enorme parecido que tiene con la literatura?



FIN



Traducción de Ario E. Salazar. Colectivo Ala de Colibrí. Chalchuapa.
Sacado de La antología de los mejores artículos de ciencia “The Best American Science Writing, 2006.”

 

miércoles, 14 de agosto de 2013

Los Darwinistas Literarios, Segunda Parte


Es muy fácil pensar las cosas; pero es muy difícil serlas.” Nietzsche


Por ahora podemos decir que el Darwinismo Literario es únicamente un club con potencial de crecer y de convertirse en un grupo. Sólo se cuenta con treinta – más o menos – neófitos declarados en el mundo académico. El amplísimo campo de la biopoesía – disciplina que relaciona a la música y a las artes visuales con las teorías de Darwin – quizá podría añadir un puñado más. Aún así la propuesta del Darwinismo Literario ha conquistado la imaginación de un número de catedráticos que crecieron con otras técnicas de crítica literaria y que en algún momento terminaron enfadados de ellas. Brian Boyd, por ejemplo, un reconocido experto en la obra de Vladimir Nabokov y catedrático de la Universidad de Nueva Zelanda en Auckland dio un giro en sus años cuarenta hacia el Darwinismo Literario que lo hizo presa de lo que él llama “una sencillísima y poderosa idea.”

Pudiera parecer extraño que catedráticos del idioma Inglés faltos de inspiración se vuelquen hacia la biología evolucionista, pero no debemos subestimar el atractivo que alberga la visión del mundo que Darwin formuló. Tiene una manera especial de llamar la atención de la gente. Es cierto que a muchos de nosotros nos incomoda el que se nos recuerde que los seres humanos descendemos de los monos (o peor aún, de bacterias procarióticas), pero también a muchos de nosotros nos gusta la sutil certeza que el Darwinismo nos ofrece. A pesar de que su teoría promulga que el cambio incesante es la esencia de la vida, tiene la facultad de ser una filosofía alentadora porque profesa de que hay respuestas. Es más, una filosofía que nos sugiere de que “sobreviven los más fuertes” es un piropo para cada uno de nosotros ya que estamos aquí, leyendo precisamente sobre esto. Por lo tanto no nos sorprende que la biología evolucionista ha superado la etapa de ser invocada únicamente como una teoría que versa sobre los cambios físicos en la constitución de los seres vivientes. Ahora también es una herramienta explicativa que tiene atractivo tanto para el catedrático como para el pequeño psicólogo de barrio que todos llevamos dentro. (En sus explicaciones de por qué se comporta como un chico malo, Jack Nicholson le dijo a un entrevistador del New York Times en el 2002: “tengo una debilidad por lo que me atrae. No es simplemente cuestión de psicología. Es glandular y tiene que ver con la continuación de la especie sin pensárselo demasiado.”)

El Darwinismo Literario –como tantas ramificaciones del árbol del Darwinismo – tiene una tendencia a hallar deleite en aquellos que andan en busca de explicaciones universales. Como sucedió antes con el Freudianismo y el Marxismo, tiene ambiciones a gran escala: el buscarle explicaciones no únicamente a un texto en particular o a un autor seleccionado sino a todos los textos y a todos los autores a través del tiempo y a través de las culturas. Puede que le sirva también a los catedráticos de la lengua Inglesa para recuperar un poco de la influencia – y del dinero – que las ciencias, en la lucha Darwiniana por recursos universitarios, le han robado a la facultad de humanidades durante el último siglo. Pero por ahora para ponerse en marcha bajo las consignas del Darwinismo Literario uno tiene que ser independiente e intrépido. “La más sencilla y efectiva forma de repudiarnos es ser ignorados,” dice Carrols.

Los Darwinistas Literarios dan la sensación de ser un culto. Cuando se ponen a chismorrear sobre aquellos colegas que en privado comparten sus ideas, pero que por temor a la academia en público no dan a conocer sus verdaderas creencias, algunas veces hasta los llegan a catalogar como que están “en el clóset.” Al ahora cincuentón de Carroll la conversión a la nueva disciplina le sucedió cuando en su juventud se hallaba perdido –a pesar de tener plaza fija de por vida- como catedrático del idioma Inglés en la Universidad de Missouri en St. Louis. Cuenta que agarró El origen de las especies y El orígen del hombre, y tuvo la sacudida, la convicción intuitiva de que había dado con la llave maestra para resolver el acertijo de la literatura. A Carroll siempre lo habían seducido las grandes ideas. Dice haber pasado por una intensa etapa “Hegeliana” cuando tenía veintiún años. “El concepto fundamental se cristalizó en mí en cuestión de semanas,” rememora, y dice que las notas que empezó a tomar en un estado de “altísima intensidad” se fueron coagulando hasta llegar al libro ahora imprescindible sobre el asunto: Evolución y teoría literaria, publicado en 1995.

Jonathan Gottschall, el editor de El animal literario comenzó su maestría en lengua Inglesa en la Universidad Estatal de Nueva York en el campus de Binghampton en 1994 y estaba sorprendido de ver el poco interés que sus profesores tenían por dar con “el enorme proyecto délfico de ir en busca de la sustancia de la naturaleza humana. No tenían vocación para el conocimiento. Es más, parecían pericos recitando únicamente las palabras.” Cuando en una tienda de libros usados se topó con una copia de El simio al desnudo, libro del zoólogo Desmond Morris, publicado en 1967, las observaciones del autor sobre el empalme entre la conducta de los primates y la conducta humana hallaron sentido en él. (A menudo los animales juegan un papel importante en los procesos de conversión. Así tenemos que Ellen Dissanayake, una bíopoeticista en la Universidad del Estado de Washington, y autora del libro ¿Para qué ha de servir el arte? fue incitada a tener su conversión en parte al ponerse a observar la conducta de animales salvajes y al hacer comparaciones entre los animales y sus niños – su esposo era director del Zoológico Nacional de Washington en aquel entonces.)

Poco después de haber leído El simio al desnudo, Gottschall volvió a leer la Ilíada, uno de sus libros predilectos. “Como siempre,” escribe en la introducción a El animal literario “Homero hizo que mis huesos se flexionaran y me dolieran bajo el peso de todo el terror y la belleza de la condición humana. Sin embargo esta vez también se me dio el experimentar a la Ilíada como quien está frente a un drama de simios al desnudo: pavoneándose todos ellos, acicalándose, peleándose, tatuando sus pechos, y bramando en su poderío mientras competían por la dominación social, por las mejores hembras, y por los recursos materiales.” Aventuró a llevar sus ideas y conceptos a la clase. “Cada vez que yo decía ‘sociobiología’ y ‘biología evolucionista’ en clase, mis compañeros lo único que visualizaban era ‘eugenesia’ y ‘Hitler.’ Aquellas reacciones eran una medida concreta de cuán tóxico era aquel material,” recuerda.

Su interés por el Darwinismo Literario parece no haberle ayudado en su carrera. Por ejemplo El animal literario fue rechazado por más de una docena de casas editoriales antes de que la editorial Northwestern University Press accedió a tomar el manuscrito. El mismo Gottschall sigue desempleado (aunque debemos de aclarar que ésta es una condición propia de los que tienen un doctorado en lengua Inglesa). Los Darwinistas Literarios alegan de que hasta el día de hoy ninguno de sus adeptos declarados ha recibido una plaza fija a nivel nacional. “La mayor parte de mis amigos terminaron en escuelas élite o en sus equivalentes,” dice Joseph Carroll, mientras que él trabaja “en un campus lejano que es parte de un conglomerado de proveedores educativos para un sistema universitario.”

El Varón Alfa del Darwinismo Literario es el septuagenario biólogo egresado de la Universidad de Harvard Edgard O. Wilson. “No hay nadie más a quien se le deba tanto,” asegura Gottschall. Wilson contribuyó con el prólogo de El animal literario en el que vaticina que si el Darwinismo Literario prevalece y “no únicamente la naturaleza humana, sino que sus mejores producciones literarias pueden ser ligadas con fundamento a sus raíces biológicas, entonces tendremos uno de los más grandes eventos en la historia intelectual. ¡Las ciencias y las humanidades al fin unidas!” Por treinta años Wilson se ha ocupado de preparar el camino para que tal momento llegue. En 1975 lideró la expansión de la biología evolucionista moderna con la publicación de su libro: Sociobiología: la nueva síntesis. En el último capítulo de la obra trató de demostrar que las presiones evolutivas juegan un rol importante no sólo en la sociedad animal sino en la cultura humana también. “Muchos científicos se hubieran quedado quietos si yo me hubiera dedicado únicamente a estudiar chimpancés,” Wilson se daría a recordar más tarde, “pero el desafío y la exaltación que sentía eran demasiado grandes como para resistirme.”

En su obra Sobre la naturaleza humana publicada tres años después Wilson volvió al asunto con renovadas energías. La disciplina que surgió –en parte gracias a sus esfuerzos- la psicología evolucionista asegura que muchas de nuestras actividades mentales y las conductas que de ellas se derivan (el lenguaje, el altruismo, la promiscuidad) se pueden rastrear hasta llegar a las preferencias que fueron codificadas en nosotros durante la prehistoria cuando eran necesarias para ayudarnos a sobrevivir. De acuerdo a los psicólogos evolucionistas todos los desajustes mentales que tenemos, así como los deseos de cantar o de ahorrar son circuitos mentales con los que estamos programados. También es la labor de los psicólogos evolucionistas el desentrañar y desmitificar la sustancia de la conciencia misma aventurando la teoría, por ejemplo, de que el cerebro es una colección de módulos separados que han ido evolucionando para facilitar operaciones mentales, algo parecido a uno de esos cuchillos multiusos equiparados con un sin fin de herramientas. El cerebro no es algo parecido a un alma. Una repercusión controvertida de sus teorías es que la evolución es la causante de tantas desigualdades en muchos grupos. Sólo hace falta recordar el lío en el que se metió Lawrence Summers, el Presidente de la Universidad de Harvard en el 2006, al especular de que la evolución era culpable de dejar a las mujeres con menor capacidad que los hombres para dar un rendimiento óptimo en los campos científicos y en la ingeniería: dicha noción aún nos sigue irritando.

Al mismo tiempo hoy día hablamos casualmente de preferencias innatas, comportamientos de adaptación, y estrategias para mejorar nuestra condición física. Consideremos hasta qué punto la psicología evolucionista ha desplazado a Freud. ¿Hoy quién diría que ha descubierto una tribu remota donde existe el incesto como tabú y que por eso podemos concluir que eso es así porque los hijos viven reprimiendo inconscientemente una atracción sexual hacia sus madres? En vez de eso citaríamos algún principio de biología evolucionista que declara que hemos desarrollado una repugnancia innata por la endogamia porque produce defectos de nacimiento y éstos a su vez son una barrera para nuestra supervivencia.

Recién le pedí a Wilson en una conversación telefónica que me diera una apreciación del estado en el que se encontraba la revolución que él tímidamente comenzó. Me interesaba saber qué tan lejos han llegado los sociólogos y los psicólogos en el proceso de incorporar principios evolucionistas en sus campos de trabajo. Wilson se rió y muy afablemente me contestó “me parece que no han avanzando mucho.” Sin embargo parece emocionarse con la idea de que la sociobiología pueda ser capaz de botarle el polvo a las artes –especialmente a la literatura- con su magia inherente. “La confusión es lo que reina en el campo de la crítica literaria,” ha dictaminado Wilson en su prólogo a El animal literario. Por teléfono clarificó aún más su punto: “Se limitan a seguirlo presentando, a seguir enseñándolo, a seguir explicándolo de la mejor manera en que se les ocurre.” Dentro de la crítica literaria en boga, especialmente en la escuela de Derrida, sólo ve “una expresión de desarraigadas asociaciones libres y una tentativa por crear directrices analíticas basadas en percepciones idiosincrásicas que no aclaran cómo es que el mundo y la mente funcionan. No pude hallar ningún tipo de coherencia.” Quizá intuyendo mis objeciones se dio en proceder: “No estamos hablando de reducir, corroer, deshumanizar. Estamos hablando de aportar historia profunda, de darle una profunda historia genética a la crítica literaria.”

Los Darwinistas Literarios usan esa “historia profunda” para explicar el poder de los libros y de la poesía que de otro modo podría confundirnos, añadiendo quizá de este modo satisfacción a nuestra lectura de ellos. Tomemos por ejemplo a Hamlet. Al ponerlo bajo la lupa del Darwinismo Literario, la trama de Shakespeare se convierte en la historia de un joven con el dilema de escoger entre un interés personal (apoderarse del reino a través del asesinato de su tío, el nuevo esposo de su madre) y su interés genético (si su madre tiene hijos con su tío, él podría tener nuevos hermanos que poseerán tres octavos de sus genes). ¡Por eso vemos al príncipe de Dinamarca tan confundido sin saber qué hacer!

Veamos también el estudio que Jonathan Gottschall elaboró sobre la Ilíada: enfáticamente sugiere que la lucha por las mujeres en esta épica no sustituye a la lucha por el territorio, como muchos comentaristas han asumido, sino que es el tema central del poema que es el resultado de un desequilibrio en la antigüedad en lo referente a la relación porcentual entre hombres y mujeres, un dato que fue excavado en parte a través del estudio de los vestigios arqueológicos hallados en osarios contemporáneos a la obra.

Una de las principales propuestas de la psicología evolucionista dice que el placer es adaptable, por lo tanto es significativo que da gusto practicar el Darwinismo Literario. Si bien es cierto que sus observaciones sobre libros individuales pueden ser entretenidas y memorables, también a veces pueden parecer cursi. “Una muy rica probadita del pastel, pero ¿qué han hecho con el resto?” dice David Sloan Wilson, un editor de El animal literario y catedrático de biología y antropología en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghampton.

Además, el Darwinismo Literario no es diestro en explicarlo todo. Es bueno para el análisis de las grandes novelas sociales, o sea, explicando el comportamiento de las personas en el contexto de un grupo. Como bien señala el novelista inglés Ian McEwan en su contribución a El animal literario “si uno se pone a leer relatos de… tropas de bonobos (chimpancés enanos) uno halla en esos relatos los borradores de todos los temas de la novela inglesa del siglo XIX.” De ninguna manera estoy dispuesto a creer –por muy arrojada que sea nuestra imaginación- que un chimpancé sea capaz de evocar en nosotros la finura de obras como La tierra baldía (The Waste Land) o el Finnegans Wake. El tono, el ángulo o punto de vista, la fiabilidad del narrador – éstos son tropos literarios que por lo general se les escapa a los Darwinistas Literarios, una limitación interpretativa que quizá pueda estar directamente ligada al carácter de Darwin. Una vez su hijo se quejó de su padre diciendo que “siempre nos dejaba atónitos el ver la clase de basura que el viejo toleraba a la hora de seleccionar novelas.” Darwin se sentía muy atraído a libros que eran darwinianos. De igual modo, los Darwinistas Literarios están en mejores manos cuando leen a Emile Zola y John Steinbeck que cuando leen a Henry James o a Gustave Flaubert. Con gusto me daría a leer sus apreciaciones sobre las obras históricas de Shakespeare antes de leer lo que piensan sobre las tragedias, y leería lo ponderado sobre las tragedias antes de entrar en las comedias, y por ejemplo en sus análisis sobre La tempestad me daría mucha curiosidad leer sus observaciones sobre la tríada de los personajes de Próspero, Miranda, y Fernando pero no hallaría quizá el mismo deleite en sus apreciaciones sobre Calibán o Ariel. La verdad es que no me interesa analizar el tipo de presiones evolutivas que aquejan a los distraídos, o a los elfos o a seres hechos de rocío.




domingo, 11 de agosto de 2013

Convocatoria: Primer Festival Internacional de Poesía de Occidente

Cada poema invadiendo y desgarrando/ la amarga telaraña del hastío.” Más que una noble consigna lo antedicho es un llamado a la solidaridad entre hermanos: estamos de acuerdo contigo Alvaro Mutis. Bajo el auspicio de La Fundación Metáfora y con la colaboración del Colectivo Ala de Colibrí, la voz alentadora de la solidaridad se hará presente en la Ciudad de Chalchuapa a través del Primer Festival Internacional de Poesía de Occidente, evento que se llevará a cabo desde el 18 al 24 de agosto del presente año en nuestra bella ciudad y en otras ciudades en el Occidente del país. El evento está dedicado a Tony Peña, poeta santaneco. 




Confirmados a dar lo mejor de sí mismos en este primer festival están: Joan Bernal (Costa Rica), María Farazdel (República Dominicana), Liza Alas (El Salvador), Heber Sorto (Honduras), Agustín Molina (El Salvador), Amílcar Durán (El Salvador), Aroldo Gonón (Guatemala), Noé Lima (El Salvador), Francisco Morales Santos (Guatemala), William Alfaro (El Salvador), Gustavo Campos (Honduras), Sheila Candelario (Puerto Rico), Jorge Haguilar (El Salvador), Margarita Drago (Argentina/EEUU), Juana Ramos (El Salvador/EEUU), e Irene Santos (República Dominicana). Unidos a ellos estarán Otoniel Guevara, reconocido poeta nacional, y los jóvenes poetas chalchuapanecos del Colectivo Ala de Colibrí: Kike Zepeda, Mauricio Pacheco, y William Morales.

Los poetas, de pronto, encabezamos la rebelión de la alegría,” ha dicho Pablo Neruda. Acérquese, únase y promueva ésta rebelión y tentativa amorosa que desde hacía rato era necesaria en nuestra región...

Para seguir de cerca el programa de lecturas y los avances del Festival, únase a nuestra página de Facebook siguiendo este link: CHALCHUAPA 1er Festival Internacional de Poesía de Occidente 



martes, 6 de agosto de 2013

Los Darwinistas Literarios, Primera Parte


Recientemente ha habido una expansión en los círculos de la teoría Darwiniana de la evolución, desplazándose de la biología a la psicología hasta el territorio de las ideas. Ahora también ha penetrado en el campo de la literatura. El escritor y crítico norteamericano D.T. Max le echa un vistazo a ésta nueva forma de crítica literaria.


Jane Austen publicó Orgullo y prejuicio por primera vez en 1813. Tenía sus aprehensiones con respecto al libro y quejumbrosamente señalaba en una carta enviada a su hermana de que la obra le parecía “demasiado liviana, alegre y efervescente.” Pero dichas cualidades pueden ser precisamente las causantes de que ese libro sea la más popular de sus obras. La novela nos cuenta la historia de Elizabeth Bennet, una jovial muchacha nacida al seno de una familia aristocrática (venida a menos) que por azar conoce al Señor Darcy, un verdadero aristócrata. Al principio los dos se caen mal. El Señor Darcy es arrogante; Elizabeth es lista y despierta. Sin embargo, a través de una serie de pequeños encuentros que los hace verse en una luz reveladora y atractiva Elizabeth y el Señor Darcy al fin llegan al amor – ayuda a la trama la sabia intervención de Darcy en el problema del rapto de la hermana menor de Elizabeth, Lidia, perpetrado por un oficial llamado Wickham (Darcy resuelve sobornar al desconsiderado don Juan para que éste se case con Lidia) Total, la pareja dispareja se enamora, se casan, y como se intuye al finalizar el libro, viven felices por el resto de sus días.

Para el lector promedio Orgullo y prejuicio es una comedia romántica. El placer derivado de la obra surge de la vivificante cuota de realidad que Austen vierte en los personajes y la familiaridad que aún hoy sentimos por ellos: sentimos que conocemos a Elizabeth y a Darcy. En un plano literario mayor podemos decir que degustamos del diálogo inteligente de la autora y de su experto manejo del humor. Por razones similares los críticos han tenido a bien catalogar a la novela como a un clásico, lo cual representa la más alta (si no es que la más definida) expresión de que la obra queda aprobada.

Más para una emergente escuela de crítica literaria conocida como Darwinismo Literario, la novela se significa por razones diferentes. Así como Darwin estudió a los animales para descubrir los patrones evolutivos tras su desarrollo, los Darwinistas Literarios leen libros en busca de los innatos patrones de conducta de los seres humanos, entre ellos: el deseo de tener hijos y de criarlos; el esfuerzo por obtener recursos (dinero, propiedades, influencia); y el asunto de la competencia y la cooperación al seno de las familias y las comunidades. Alegan que es imposible la apreciación y la comprensión de un texto literario a menos de que estemos concientes de que los seres humanos nos comportamos universalmente de ciertas maneras. Alegan de que esto es así porque nuestros circuitos han sido programados para que seamos de esa manera. Para estos críticos las obras de literatura más genuinas y efectivas son aquellas que aluden o ejemplifican estas verdades básicas y sencillas.

Desde los primeros enunciados en el primer capítulo: “Es una verdad universalmente aceptada de que un hombre soltero y posesionado de una buena fortuna debe sin duda querer tener una esposa,” hasta las palabras finales de la obra: “Feliz en la satisfacción de sus sentimientos maternos fue llamado el día aquel en que la señora Bennet (la madre de Elizabeth y de Lidia) se desprendió de sus dos buenas hijas,” la novela está cargada con la clase de ritos de transformación personal que para los Darwinistas Literarios apuntan hacia un mayor significado. Uno de ellos -por ejemplo- llama a la novela su “mosca frutífera.” En el libro las mujeres se desviven por casarse con hombres de estatus social elevado, en armonía con la idea darwiniana de que las hembras intentan siempre encontrar parejas cuyos estatus garantizarán el éxito de los retoños. De igual modo, en la contraparte los hombres compiten para poder casarse con las mujeres más atractivas, en armonía con la idea darwiniana de que los machos buscan juventud y belleza en las hembras como signos inequívocos de que son fértiles. Los juegos de flirteo entre Darcy y Elizabeth demuestran el trabajo que los mamíferos nos tomamos en discernir y hacer la distinción entre intereses pasajeros (una aventura amorosa, un mero despertar sexual) e intereses a largo plazo (estabilidad, compromiso, fortuna, buena salud física y mental). Mientras tanto Wickham – el pobre diablo burócrata que en su intento por aparearse inicia tratando de robarse a la hermana de Darcy y termina robándose a Lidia – es el claro ejemplo de lo que los biólogos evolucionistas llaman, “la teoría del subrepticio macho caliente” (y que conste que estoy usando un liviano eufemismo comparado a como ellos realmente hablan).

Las personas situadas más allá de la edad fértil también tienen su rol en el paradigma de los Darwinistas Literarios. Consideremos por ejemplo a la señora Bennet, la madre de Elizabeth. Jane Austen la cataloga de “perpetuamente bufa,” y la mayor parte de críticos en los dos últimos siglos han estado de acuerdo con ella. Pero para los Darwinistas Literarios su obsesión con el matrimonio tiene perfecto sentido, porque también le va la vida en ello. Si una de sus dos hijas tiene hijos, entonces la señora Bennet habrá transferido su bagaje genético, alcanzando así la meta primordial de todo ser viviente de acuerdo a los teóricos evolutivos: la re-producción de los genes propios. (Alguien una vez le preguntó a J.B.S. Haldane, un biólogo inglés, si le hubiera gustado ser su hermano y él dijo que no, pero que sí le hubiera gustado ser dos hermanos u ocho primos)

Es importante estar al tanto de las corrientes de crítica literaria del momento para entender en qué se diferencian los Darwinistas Literarios. La teoría de crítica literaria del momento tiende a ver al texto como el resultado de una condición social en particular, o en menores casos ve en lo escrito una red de referencias que emerge de otros textos. (Jacques Derrida, el padre de la deconstrucción es famoso por haber acuñado la frase que estipula de que “nada queda fuera del alcance del texto.”) Generalmente la teoría de crítica literaria se enfoca en las maneras en las cuales las identidades del escritor y de el lector – heterosexual, homosexual, femenina, masculina, de color, blanca, colonizado o colonizador – forjan una cierta narrativa o su interpretación. En algunos casos estos teóricos consideran que la ciencia no es más que otro tipo de lenguaje, o ponen en tela de juicio lo dicho por científicos cuando dicen que hablan en nombre de la naturaleza. Los ven con sospecha, y dicen que lo que en verdad están haciendo es poner en claro su propia afirmación del poder. Los Darwinistas Literarios rompen con estos cercos ideológicos. Primero que nada, su misión es estudiar a la literatura a través de la biología – no a través de la política o de la semiótica. En segundo lugar, dan por sentado de que la literatura es poseedora de su propia verdad, o de un conjunto de verdades, pero aseguran que esas verdades son derivadas de las leyes de la naturaleza.

The Literary Animal (El animal literario) es la primera antología docta dedicada al tema del Darwinismo Literario. Se nutre de varios campos que son parte del haz de estudios evolucionistas darwinianos, inclusive aquellos que profesan psicólogos y biólogos evolucionistas, y por su puesto no faltan los catedráticos en literatura. Los ensayos de la obra son ponencias que examinan la importancia del nexo entre varones en la épica y en los romances, la batalla de los sexos en la obra de Shakespeare y el motivo tan recurrente en la tradición literaria de Japón y del occidente del hombre que rechaza al hijo bastardo porque es hijo del adulterio. El animal literario sondea siglos y culturas individuales con más valentía que bravura. “No hay obra literaria escrita en ninguna parte del mundo, en ninguna época, elaborada por cualquier autor, que esté fuera del alcance del análisis darwiniano,” asevera Joseph Carroll, un catedrático del idioma Inglés en la Universidad de Missouri en St. Louis en un ensayo que aparece en El animal literario.

¿A qué llevar a la literatura a un plano científico que esencialmente brega con las ciencias sociales?

La respuesta nos la provee Jonathan Gotschall, uno de los editores de El animal literario, y lo sintetiza así: “Una cosa fundamental que la literatura nos brinda es datos, información. Información rápida, sin límites, cruzando fronteras culturales a un bajo costo.”

Hay un don circular en esta clase de argumentos que se centra en usar textos que hablan de la gente para demostrar que la gente se comporta de maneras muy humanas. Y aquí me acuerdo del verso de Robert Frost que dice: “La tierra es el lugar más apropiado para amar/ No puedo concebir otro lugar en donde esto sea mejor.” Pero el Darwinismo Literario tiene un segundo enfoque: también quiere investigar porqué leemos y escribimos ficción. Al centro del Darwinismo Literario está la idea de que heredamos muchas de las predisposiciones que catalogamos como culturales a través de nuestros genes. Dicha propuesta pone a nuestro comportamiento bajo la misma lupa y bajo los mismos exámenes de aptitud como hasta ahora se había hecho con nuestros cuerpos, es decir, si un rasgo conductual carece de propósitos entonces la evolución –dado cierto período de tiempo- puede que lo elimine. Por lo tanto, se hacen la pregunta los Darwinistas Literarios, ¿porqué seguimos empeñados en seguir practicando este extraño ejercicio de la imaginación? ¿En qué nos beneficia la escritura y lectura de nuestras ficciones? En su ensayo intitulado Ingeniería de narrativa a la inversa Michelle Scalise Sugiyama trata de simplificar el asunto desarmando tramas, separando las partes en personajes, escenarios, ambientaciones, causalidades y cronogramas de acción (lo que ella llama “los aparatos y piñones del arte de contar cuentos) para luego preguntarse qué función cumple cada uno de ellos: ¿cómo contribuyen a nuestro proceso de adaptación? ¿cómo es que nos vuelven más capaces de transferir nuestros genes?

Traducción de Ario E. Salazar. Colectivo Ala de Colibrí. Chalchuapa.
Sacado de La antología de los mejores artículos de ciencia “The Best American Science Writing, 2006.”







lunes, 5 de agosto de 2013

¡Bienvenidos!

El Colectivo Ala de Colibrí de la Ciudad de Chalchuapa, en el departamento de Santa Ana, es un grupo de artistas de diferentes disciplinas (pintura, música, literatura) que busca hacer contribuciones en materia creativa al medio cultural chalchuapaneco y nacional, adelantando así la propuesta de que el arte es una vía hacia el disfrute de la vida plena y perdurable.

Por este medio los invitamos a que se embarquen con nosotros a viajar en la alegría de hacer esa fiesta espiritual que transfigura a los pueblos: el arte y la poesía. Estamos sabedores, como dice el maestro Cardenal, de que a  través de nuestros esfuerzos:


                                 “Nuestro pueblo celebrará una gran fiesta
                                 El pueblo nuevo que va a nacer.”



De antemano agradecemos la presencia de cada uno de ustedes, su apoyo y sus colaboraciones. Tenemos muchos proyectos en mente. Para la comunidad que hemos formado es importante recalcar que creemos fielmente que la acción colectiva – a todos los niveles- es lo que marca la diferencia a la hora de transformar los paradigmas de la problemática cultural en la que nos hallamos inmersos. Esperamos que junto a ustedes nos volvamos parte vital de la solución.

Atentamente, desde Chalchuapa, El Salvador.