domingo, 5 de marzo de 2017

EL PODER DE LA POESÍA EN GRANADA

Por Ario E. Salazar



Desde mi ventana veo que la lluvia ha cesado su martirizante chipichipi sobre las callecitas del pueblo. Ese gélido chipichipi ha hecho añicos el manto de nieve que nos cercaba. A lo lejos el mar de Bellingham, joven y proceloso, ésta mañana tritura cualquier conato de cobardía en el esfuerzo de andar descalzo por el valle de los recuerdos. Sobre sus olas se embarcan mis pensamientos y fundamentalmente recuerdo. Recuerdo que El 7 de febrero de 2017, justo antes de embarcarme hacia el XIII Festival de Poesía de Granada, muere el gran pensador Búlgaro Tzvetan Todorov. Pensador que decía: “Cuando se encuentran dos culturas no hacen la guerra; hacen el amor, y nacen niños que comparten rasgos comunes. Esa es la historia de la humanidad.” Con esa entrañable brújula partí hacia Granada. La Poesía me buscó y eligió hace más de seis lustros. Yo no lo sabía entonces, pero Granada iba a ser quizá mi mejor puerto poético. Fui uno de los elegidos, uno de los convocados cuyo deber era entablar nexo con otras estéticas y con otras culturas, invitado a conmemorar la gran fiesta de la palabra viva, ese Ka cosmopolita y vital que transfigura la luz y el viento tornando en vivencia el harpa de los ríos. Cada uno de nosotros, cada uno de los conjurados, con sus dolencias y sus gozos, somos una suerte de río tributario que desemboca en Granada por siete noches de mágica espesura. Somos una suerte de ríos circulares y de Granada, que es el mar, de Granada te llevas a casa lo que en primera instancia habías traído. Sin duda. En mi caso hablo de aprendizaje, iluminación, agradecimiento, generosidad y del hedónico abrazo a la potencia transformadora que tiene ese despliegue de la conciencia creadora, fuerza pura que es lámpara del corazón del ser humano y es capaz de despertar entumecidos gigantes: la Poesía. Más allá de los dulces recuerdos, de Granada salgo y regreso a mi mundo libre de censuras, atiborrado de ternuras y aprendizajes ilímites.



En Granada aprendí que la Poesía es un proyecto y un don del espíritu. Que los festivales de Poesía son el mestizaje de la palabra. Que las flautas ancestrales de Diriamba, al tocar para su Toro Huaca, son hermanas de las flautas de Tesalia. Aprendí que todo lo que sucede, sucede entre nosotros y que hay mujeres que han escuchado primigeniamente a sus dioses en español. Aprendí que en cada crepúsculo los chocoyos forman un estrépito de cantos y revoloteos capaces de resonar en la plaza con el mismo vigor que ostentan las palabras de los poetas del mundo. Igual pulso tienen en su frenesí. Aprendí que quienes eliminaron a Roque Dalton han desandado la historia, que realmente son ellos los que se encuentran caídos, muy por debajo de la altura del hombre. Aprendí además que Cristo, Marx y Quetzalcóatl regentaban la vida heroica de ese poeta Centroamericano. Aprendí que los colores de la danza son como los colores del destino, y que sale y entra la noche por las hendijas de nuestro corazón. Recorrí rigurosamente la ciudad con pasos rituales y bifurcados. Mi cuerpo andaba sobre los empedrados mientras que mi espíritu sobre las páginas de mis hermanos y hermanas poetas. Como limaduras de sol arrumbadas en las esquinas de algún negocio o algún impregnado convento, efímeros vientecillos de virtud saltaban desde el centro del universo hacia mí. Bisbiseaban consignas o mensajes inexistentes fuera de esta dichosa gota de ámbar que era Granada en febrero. Fue a través de esos vientecillos de virtud que supe que cuando Hero cruzó las aguas grifos y grullas se paseaban por la orilla. Supe de alguien cuya familia acabó como un cuerpo de cristal, destrozado en el suelo. Quien rubrica ese verso es un íntimo hermano mío. En Granada tuve noticias de un Animal No Identificado. Vi su tríptico de un amor no encontrado y la casa que se derrumba sobre el amante. 






Recibí bien la lección. Aprendí que la luna es al loco lo que la poesía es al poeta; que los trapecistas son almas con cierto nivel de sarcasmo y que no es bueno contradecir en público al Búho, aunque uno tenga la razón. De lo contrario uno se vuelve su presa favorita. Granada es mística, mágica, encantadora. La Poesía embruja tanto a los poetas como a sus habitantes por siete noches alucinantes. Ahí aprendí que lo que creamos nos sigue a todas partes y entrega cosas al aire dondequiera que vayamos.  Aprendí que las Voces de América Latina son pletóricas, telúricamente continentales, y que llevan en su alforja el embrión de la libertad, sueños, voces y más voces… catedrálicas voces. Si cada poema de América fuera un árbol, la tierra sería un santuario de pulmones.  Mezcla de labios y de párpados bendecidos por los timbres de la eternidad, las esquinas culturales y lingüísticas del planeta se juntan y se besan en las calles de Granada y dan a luz un racimo de esperanzas. Dentro de éste Festival está Nicaragua y el mundo, pero durante ocho días y siete noches el tiempo cesa y se queda inmóvil lo mundano. Se retuerce Ponce de León en su tumba cuando le digo que la Fuente de la Eterna Juventud está en Granada, en el Festival de Poesía que a guisa de Torre de Babel hace de la palabra el instrumento superno, edificante de un mundo sin muros, ni zanjas, sin odio ni egoísmos; una atmósfera febril y ubérrima donde la dignidad humana derrumba el anacrónico mitema de la otredad. Las plantas, los peces, los pájaros y demás animales de la fauna real y fantástica deambulan sobre un aire descomunalmente enrarecido por el poder adánico que les concede la Poesía. En Granada derrumbé el último vestigio de los puentes de la otredad que me desmerecían. En los trazos del poema ajeno emprendí la conjetura de descifrar el rostro de mi alma. Sólo así comprendí que mi nombre tiene algo de cielo y algo de tragedia, porque me duele el mundo. Que mis constelaciones están regidas por tres mujeres sabias, por siete gatos lúcidos. Que quienes sabemos algo de la muerte sabemos que es más sencilla que una montaña. Que para alcanzar la dicha siempre nos hace falta una pulgada. Que el tiempo de Granada, en su Festival de Poesía, es siempre “Hoy.” Y que en ése “hoy” hasta los pájaros escriben en el aire. Que es imposible que yo mismo sea el hombre que cae por la ventana de la alienación. Comprendí que por fortuna no soy ningún profeta. Que los profetas son “gente seria” y que tienen que comportarse en la debida forma, lo cual para mí es una camisa amansa-locos. Comprendí que la Poesía es energía, un sendero hacia la causa primigenia, un relámpago de revelaciones, y que aun así las amenazas a la Poesía han sido cambiantes y difusas, según los vientos políticos, según el estado de conservación de los equilibrios sociales en las distintas partes del mundo. Sí, sí, sí lo confieso, soy un saqueador de primera clase. Cierro mis meditaciones con una bucanera paráfrasis de un poema de Toshishiro Motomura y del prólogo de Aérea, Revista Hispanoamericana de Poesía, porque tanto y tanto fulgor genésico acaparé en las calles y los sitios de Granada durante el XIII Festival Internacional de Poesía, que me freí las ansias y el cerebro, y no me quedó más opción que acceder a pulsar y descargar toda esa energía sobre la página feral con el mismo amor y agradecimiento con el que retuve cada una de estas vitales preseas que a forma de alhajas os he venido mostrando procazmente y con franqueza en mi recuento. Yo, que no soy aquel que se bebiera un vaso de vino dos mil años antes del nacimiento de Platón, sí puedo decir que soy aquel ser Sagitario para siempre marcado por el fuego purificador de la poesía encontrada en mis congéneres cosmopolitas, en los ojos de la muchedumbre granadina, en las plazas, en las calles y en los recintos de Granada, Nicaragua. El XIII Festival de Poesía de Granada es una imperecedera gota de ámbar coagulada y resguardada para siempre en el seno de la fraternidad y la solidaridad que existe entre todos los pueblos del mundo. ¡Abajo con los muros Poetas del Mundo! y ¡Que viva la Poesía!