Por Ario E. Salazar
Desde mi
ventana veo que la lluvia ha cesado su martirizante chipichipi sobre las
callecitas del pueblo. Ese gélido chipichipi ha hecho añicos
el manto de nieve que nos cercaba. A lo lejos el mar de Bellingham, joven y
proceloso, ésta
mañana tritura
cualquier conato de cobardía
en el esfuerzo de andar descalzo por el valle de los recuerdos. Sobre sus olas
se embarcan mis pensamientos y fundamentalmente recuerdo. Recuerdo que El 7 de
febrero de 2017, justo antes de embarcarme hacia el XIII Festival de Poesía de Granada, muere el gran pensador Búlgaro Tzvetan Todorov. Pensador que decía: “Cuando se
encuentran dos culturas no hacen la guerra; hacen el amor, y nacen niños que comparten rasgos comunes. Esa es la historia de
la humanidad.” Con esa entrañable brújula partí hacia Granada. La Poesía
me buscó y eligió hace más
de seis lustros. Yo no lo sabía entonces, pero Granada iba a ser quizá mi
mejor puerto poético. Fui uno de los elegidos, uno de los convocados
cuyo deber era entablar nexo con otras estéticas y con otras culturas, invitado
a conmemorar la gran fiesta de la palabra viva, ese Ka cosmopolita
y vital que transfigura la luz y el viento tornando en vivencia el harpa de los
ríos. Cada uno de nosotros, cada uno de los conjurados, con
sus dolencias y sus gozos, somos una suerte de río
tributario que desemboca en Granada por siete noches de mágica
espesura. Somos una suerte de ríos circulares y de Granada, que es el mar, de Granada
te llevas a casa lo que en primera instancia habías
traído. Sin duda. En mi caso hablo de aprendizaje,
iluminación, agradecimiento, generosidad y del hedónico
abrazo a la potencia transformadora que tiene ese despliegue de la conciencia creadora,
fuerza pura que es lámpara del corazón
del ser humano y es capaz de despertar entumecidos gigantes: la Poesía.
Más allá de los dulces recuerdos, de Granada salgo y regreso a
mi mundo libre de censuras, atiborrado de ternuras y aprendizajes ilímites.
En Granada aprendí que la Poesía es un proyecto y un don
del espíritu.
Que los festivales de Poesía son el mestizaje de la palabra. Que las flautas
ancestrales de Diriamba, al tocar para su Toro Huaca, son hermanas de las
flautas de Tesalia. Aprendí que todo lo que sucede, sucede entre nosotros y
que hay mujeres que han escuchado primigeniamente a sus dioses en español. Aprendí que en cada crepúsculo los chocoyos forman
un estrépito
de cantos y revoloteos capaces de resonar en la plaza con el mismo vigor que
ostentan las palabras de los poetas del mundo. Igual pulso tienen en su frenesí. Aprendí que quienes eliminaron a
Roque Dalton han desandado la historia, que realmente son ellos los que se
encuentran caídos,
muy por debajo de la altura del hombre. Aprendí además que Cristo, Marx y
Quetzalcóatl
regentaban la vida heroica de ese poeta Centroamericano. Aprendí que los colores de la
danza son como los colores del destino, y que sale y entra la noche por las
hendijas de nuestro corazón. Recorrí rigurosamente la ciudad
con pasos rituales y bifurcados. Mi cuerpo andaba sobre los empedrados mientras
que mi espíritu
sobre las páginas
de mis hermanos y hermanas poetas. Como limaduras de sol arrumbadas en las
esquinas de algún negocio o algún impregnado convento, efímeros vientecillos de
virtud saltaban desde el centro del universo hacia mí. Bisbiseaban consignas o
mensajes inexistentes fuera de esta dichosa gota de ámbar que era Granada en
febrero. Fue a través de esos vientecillos de virtud que supe que
cuando Hero cruzó las aguas grifos y grullas se paseaban por la
orilla. Supe de alguien cuya familia acabó como un cuerpo de cristal,
destrozado en el suelo. Quien rubrica ese verso es un íntimo hermano mío. En Granada tuve noticias
de un Animal No Identificado. Vi
su tríptico de un amor no encontrado y la casa que se derrumba sobre el amante.
Recibí bien la lección. Aprendí
que
la luna es al loco lo que la poesía
es al poeta; que los trapecistas son almas con cierto nivel de sarcasmo y que no es bueno
contradecir en público
al Búho, aunque uno tenga la razón. De lo contrario uno se vuelve su presa favorita.
Granada es mística, mágica, encantadora. La Poesía embruja tanto a los poetas como a sus habitantes por
siete noches alucinantes. Ahí
aprendí que lo que creamos nos
sigue a todas partes y entrega cosas al aire dondequiera que vayamos. Aprendí
que las Voces de América Latina son pletóricas, telúricamente continentales, y que llevan en su alforja el
embrión de la libertad, sueños, voces y más
voces… catedrálicas voces. Si cada poema de
América fuera un árbol, la
tierra sería un santuario de pulmones. Mezcla de labios y de párpados bendecidos por los
timbres de la eternidad, las esquinas culturales y lingüísticas del planeta se juntan
y se besan en las calles de Granada y dan a luz un racimo de esperanzas. Dentro
de éste
Festival está
Nicaragua y el mundo, pero durante ocho días y siete noches el tiempo
cesa y se queda inmóvil lo mundano. Se retuerce Ponce de León en su tumba cuando le
digo que la Fuente de la Eterna Juventud está en Granada, en el Festival
de Poesía
que a guisa de Torre de Babel hace de la palabra el instrumento superno,
edificante de un mundo sin muros, ni zanjas, sin odio ni egoísmos; una atmósfera febril y ubérrima donde la dignidad
humana derrumba el anacrónico mitema de la otredad. Las plantas, los
peces, los pájaros
y demás
animales de la fauna real y fantástica deambulan sobre un aire descomunalmente
enrarecido por el poder adánico que les concede la Poesía. En Granada derrumbé el último vestigio de los
puentes de la otredad que me desmerecían. En los trazos del poema ajeno emprendí la conjetura de descifrar el rostro de
mi alma. Sólo
así comprendí que mi nombre tiene algo
de cielo y algo de tragedia, porque me duele el mundo. Que mis constelaciones
están
regidas por tres mujeres sabias, por siete gatos lúcidos. Que quienes sabemos
algo de la muerte sabemos que es más sencilla que una montaña. Que para alcanzar la
dicha siempre nos hace falta una pulgada. Que el tiempo de Granada, en su
Festival de Poesía, es siempre “Hoy.” Y que en ése “hoy” hasta los pájaros escriben en el aire.
Que es imposible que yo mismo sea el hombre que cae por la ventana de la alienación. Comprendí que por fortuna no soy
ningún
profeta. Que los profetas son “gente seria” y que tienen que comportarse en la
debida forma, lo cual para mí es una camisa amansa-locos. Comprendí que la Poesía es energía, un sendero hacia la causa primigenia, un relámpago de revelaciones, y que aun así
las amenazas a la Poesía
han sido cambiantes y difusas, según
los vientos políticos,
según el estado de conservación de los equilibrios sociales en las distintas partes
del mundo. Sí, sí, sí lo
confieso, soy un saqueador de primera clase. Cierro mis meditaciones con una
bucanera paráfrasis de un poema de Toshishiro Motomura y del prólogo de Aérea,
Revista Hispanoamericana de Poesía,
porque tanto y tanto fulgor genésico
acaparé en las calles y los sitios
de Granada durante el XIII Festival Internacional de Poesía, que me freí las
ansias y el cerebro, y no me quedó más opción
que acceder a pulsar y descargar toda esa energía sobre la página
feral con el mismo amor y agradecimiento con el que retuve cada una de estas
vitales preseas que a forma de alhajas os he venido mostrando procazmente y con
franqueza en mi recuento. Yo, que no soy aquel que se bebiera un vaso de vino
dos mil años antes del nacimiento de
Platón, sí puedo decir que soy aquel ser Sagitario para siempre
marcado por el fuego purificador de la poesía encontrada en mis congéneres cosmopolitas, en los ojos de la muchedumbre
granadina, en las plazas, en las calles y en los recintos de Granada,
Nicaragua. El XIII Festival de Poesía
de Granada es una imperecedera gota de ámbar coagulada y resguardada para siempre en el seno
de la fraternidad y la solidaridad que existe entre todos los pueblos del mundo.
¡Abajo con los muros Poetas del Mundo! y ¡Que
viva la Poesía!