“Just because one condemns their brutal murders doesn’t mean
one must condone their ideology.” (El hecho de que uno condene sus brutales asesinatos no
significa que uno deba avalar su ideología) Teju
Cole, The New Yorker, The Unmornable Bodies.
“A pesar de sus innovaciones, su colección de
sentencias lo emparentaba con el estilo de la magia de la gran época.” José
Lezama Lima, El juego de las decapitaciones.
Por iconoclasta[1],
sardónica, crasa, blasfema, insolente o indefendible que
parezca la obra de un artista, es asaz condenable el crimen de su mordaza, encarcelamiento, o el de su asesinato a causa de
ella. Más aún cuando esto se da
en el seno de una nación libre, orgullosamente
atea, o laica. Cierto es que la línea editorial de la
revista parisina Charlie Hebdo es indefendible
y cuestionable para muchos temperamentos, más
ello no es razón para volverla anatema y
despedazarle los sesos a sus trabajadores. Sus caricaturistas no merecían la muerte despiadada que terminaron recibiendo el pasado
7 de enero de este año. A todas luces queda claro
que perdemos todos cuando la discordia entre un conjunto de comunidades al seno
de un país libre y soberano deviene en
homicidio e inmolación. El respeto, la protección y preservación
de cualquier forma de vida deberá ser por siempre
nuestra estrella mayor. Lo demás es bisutería. Por eso, aunque no comparta sus ideas y
planteamientos estéticos, me solidarizo con las víctimas de esta tragedia.
Es menester también señalar que es inaudito y reprochable que -tras imponer demandas exigiendo respeto “formal” e “informalmente”-
un artista (o un grupo de artistas) no ceda ante dichas peticiones y que en vez de
parar, mejor se ensañe contra toda una comunidad étnico-religiosa defenestrando a corta-cabeza todos
sus símbolos, sin ponderar el doble filo que desarrolla esa constante
de sorna y provocación teledirigida a todos los miembros de ese grupo en el mundo; hicieron constar una clara relación de privilegio y de
poder. Es consabido que sí existe una “enciclopédica” libre expresión
muy sana, necesaria, y justa… distinta a la muy pedante bravuconería verbal y legal que permite robarle la dignidad al
vecino, o deshumanizar impunemente a un adversario cultural, religioso, político, literario, etc. hasta desquiciarlo. Es
tergiversado y perverso aprovecharse de un sistema para extraer de él ventajas opresoras, opulencia económica o cultural (y poder), escudándose tras el sacrosanto estado de derecho alcanzado
con el sacrificio de muchos otros en una nación. El
humanista inglés
William Hazlitt una vez escribió: “El amor hacia los demás
es el amor a la libertad. El amor de uno mismo es el amor al poder.”
El poder o el privilegio desquiciante, por ser onerosos, radicalizan a sus rehenes genuflexos, o en su defecto crea condiciones donde empiezan a justificarse la concepción de acciones extremas y brutales entre los genuflexos que ya se encontraban “radicalizados.” A muchos les cuesta no sucumbir a estos malos designios del privilegio y del poder. (Ghandi y sus seguidores a diario necesitamos de mucha fortaleza interior para ir siempre de la mano de la paz. Es duro permanecer centrados y fuertes en su cotidiana meditación.)
Cuando a un adversario se le convierte en presa pública de una perpetua denigración, burla, irrespeto, deshumanización, marginalización, y arrodillamiento en cualquier ámbito de su existencia, el hasta entonces adversario (ahora desquiciado) cambia de vía, y su furia se vuelve fanática. La explosión de ese embotellamiento del odio recibido a lo largo del tiempo, torna –por ley simple de la olla de presión- al “otro,” al “ente abusivo, burlón y provocador,” en enemigo. Se barajan entonces otras intenciones, y el “ofendido” tiene únicamente tres opciones: ignorar las provocaciones, buscar amparo legal, o subir al siguiente peldaño en el esquema del conflicto.
El poder o el privilegio desquiciante, por ser onerosos, radicalizan a sus rehenes genuflexos, o en su defecto crea condiciones donde empiezan a justificarse la concepción de acciones extremas y brutales entre los genuflexos que ya se encontraban “radicalizados.” A muchos les cuesta no sucumbir a estos malos designios del privilegio y del poder. (Ghandi y sus seguidores a diario necesitamos de mucha fortaleza interior para ir siempre de la mano de la paz. Es duro permanecer centrados y fuertes en su cotidiana meditación.)
Cuando a un adversario se le convierte en presa pública de una perpetua denigración, burla, irrespeto, deshumanización, marginalización, y arrodillamiento en cualquier ámbito de su existencia, el hasta entonces adversario (ahora desquiciado) cambia de vía, y su furia se vuelve fanática. La explosión de ese embotellamiento del odio recibido a lo largo del tiempo, torna –por ley simple de la olla de presión- al “otro,” al “ente abusivo, burlón y provocador,” en enemigo. Se barajan entonces otras intenciones, y el “ofendido” tiene únicamente tres opciones: ignorar las provocaciones, buscar amparo legal, o subir al siguiente peldaño en el esquema del conflicto.
Hay un giro y un cambio
radical si se elige subir a ese siguiente peldaño.
La prédica de adversarios cambia a ser la prédica de los enemigos. Es gravísimo
el cambio de tono. Los polos se ennegrecen y cargan de malvadas energías a la humanidad que los profesa. Las palabras que
antes eran banderas se vuelven relámpagos y truenos. Suenan
los tambores de guerra. Por ejemplo: con un adversario se sostienen profundas diferencias
ideológicas, y hasta perpetuamente polémico puede ser el debate con él
o con ellos, más el diálogo entre las partes es lo que los humaniza a todos,
y la armonía no es un fin, sino un proceso, una partida de ajedrez
interminable. Todos están de acuerdo sobre
las reglas del juego, y se sabe dónde están los límites de la partida
que se juega. Un enemigo, en cambio, es facineroso y tiene actitud de
trinchera. No escatima, y muy dispuesto está
a jugarse la vida en aras de arrebatarle la vida a sus enemigos, porque quien
vive en ese dial no dispone de uno, ni de dos, sino de varios enemigos. Jesucristo
fue claro en su concepción del enemigo. Una
vez dijo: “más miedo hay que tenerle al que
por encima de matarte el cuerpo, es capaz de asesinarte el espíritu.” En esta tragedia entre fanáticos de Oriente y Occidente, unos fueron y mataron el
cuerpo físico de sus enemigos (aquellos
fanáticos de lo “todo
es permisible” bajo la ley de la libre expresión…
“porque estoy en mi hacienda y éste es mi derecho.” Su mensaje era: “¿No les gusta lo que
hago animales? ¡Váyanse de mi hacienda!”). Claire Berlinski publica el 8 de
enero, en la revista Time, el
siguiente reporte:
En 2012, en una
entrevista con Le Monde se le preguntó a
Stéphane Charbonnier, director de Charlie Hebdo, si se sentía inclinado a bajarle
al tono de las tendencias inflamatorias de dicha publicación.
"Puede
sonar pomposo", respondió, "pero
prefiero morir de pie que vivir de rodillas".
He ahí
uno de los paladines de la libre expresión, asociado a un grupo de personas percibidas como provocadores y provocadoras que sistemáticamente buscaban asesinarle el carácter y el espíritu a aquellos que
veían -en los groseros dibujos del Profeta- el derecho no sólo ya de amonestarlos en los tribunales, sino de
castigar con saña y crudeza a aquellos “otros,” irreverentes, blasfemos, engendros
del mal. Los irreverentes enemigos de la fe habían
de escarmentar. Ya la muerte -para todos- estaba echada.
Se apiló un copioso reporte – hecho público
en cada carátula del susodicho semanario- donde
desfilaban todas las trasgresiones habidas y por haber. Haciendo juicio
sumario, se dan los justicieros de la fe a escribir la sentencia de muerte, y se
ejecuta el primer acto en éste macabro juego
de las decapitaciones. Al asesinar a los obstinados y vulgares caricaturistas,
los rabiosos creyentes de la fe del profeta creen haber decapitado la libertad
de libre expresión, el máximo ícono tan caro al
Occidente. Las imágenes del asalto a las
oficinas del semanario y el despiadado homicidio de sus trabajadores es lo único que el mundo occidental ve antes de cualquier
raciocinio. El atentado es verdaderamente injustificable. En realidad en el proceso de desquitarse los “santos” justicieros se
deshumanizan por completo y mancillan una vez más
su fe milenaria, su sistema de credos, y la legitimidad de cualquiera de sus extraños propósitos. Se les viene
encima el sistema y la policía, el mundo
occidental más implacablemente, las réplicas
formales de los “estados libres” de la tierra no se hacen esperar, y creando símbolos y mártires, concluyen
el ciclo de venganza. La consigna “Yo soy
Charlie” es rápidamente elaborada y esparcida
a todos los rincones de la tierra para repudiarlos.
El violento asesinato de los
caricaturistas abre un cisma en la discusión
de lo estético, pero no en lo fundamental: si los unos se
pasaron de límites, los otros se recontra-repasaron en su respuesta. Estamos ante el segundo acto en el juego de las
decapitaciones. Los férreos guardianes
del sistema dan muerte a los rabiosos y ahora desesperados fanáticos sin titubeos. El drama llega a su nota más alta. Sangre franco-musulmana acrecenta la tristeza
en nuestras conciencias. Una vez más ha ganado la
justicia occidental. ¿Ha ganado realmente
la justicia? En el juego de las decapitaciones se cierra el tumultuoso ciclo de
los actos, por el momento, y se abre el pasmoso ciclo de las reflexiones. Hay campos y bandos. El suelo intelectual está minado de contrariadas emociones. Más de 1,500 millones de musulmanes en el mundo son mal
vistos una vez más a raíz
de estos hechos. Es hemisférica la divergencia
y los rangos de interpretación de lo que en
Francia ha sucedido. Muchos de los espectadores hemos sentido lo gélido del instante. La tragedia nos ha dejado golpeados,
inmóviles. Todo ha sucedido como en un ciclón. Pasamos de la perplejidad al análisis, y del análisis
a la conversación. Hacemos más por preguntar que por responder. A vuelo de pájaro todo esto está
mano por hombro. La verdad es que en éste escenario a un
tiempo real y metafísico, se ve muy mal todo, de
cabo a rabo. Al hablarnos, al preguntar, al contradecirnos vamos coleccionando
datos y pistas. Solo así llegaremos a la metódica deconstrucción
de esta fatídica puesta en escena y a su acertada comprensión. Hay campos y bandos moviéndose
sobre la escena del crimen. “Todos somos culpables,[2]”
nos recuerda Camus. Somos todos los llamados a descifrar el díscolo símbolo de los
hechos, pero pocos somos los independientes de cabeza y de corazón. Nos aventajan en número
los viscerales fijados en una sola imagen: la de la evidente brutalidad de los asesinos.
Así
el entramado de los brutales sucesos –reales sucesos- enmarcados en una trama discorde que pareciera
sacada de la sórdida novelística del siglo XX. Algunos dan por quedarse (en la última imagen antes de pasar a la siguiente página en el libro de la cotidianeidad) con el rictus
del poder, hoy por hoy todavía golillero, levantando
la indomeñable bandera de la Liberté sin cuestionar
su forma de ser, su moral y sus impulsos. Este no es el
momento de hacerse el examen de la política doméstica ni exterior. No. Heridos, le declaran la guerra
a un viejo fantasma que entra y sale cíclicamente del
continente europeo: el terrorismo. Hay resaca en lo político.
“Igualito que los hombres,” ha dicho
Johan Huizinga, “los animales juegan también.[3]” Sobrecogidos y aferrados a su descuidado estado de derecho, igual el ciudadano a
pie y el líder se niegan a leer los consejos y el aviso de su
paisano Paul Valéry, quien hacia 1945 escribió:
« Liberté: c'est un de ces détestables mots qui ont
plus de valeur que de sens ; qui chantent plus qu’ils ne parlent ; qui
demandent plus qu’ils ne répondent ; de ces mots qui ont fait tous les métiers,
et desquels la mémoire est barbouillée de Théologie, de Métaphysique, de Morale
et de Politique ; mots très bons pour la controverse, la dialectique,
l’éloquence ; aussi propres aux analyses illusoires et aux subtilités infinies
qu’aux fins de phrases qui déchaînent le tonnerre. »[4]
De éste lado del Atlántico otros nos damos en recordar que el viejo y
noble Azorín decía,
casi en estilo de mantra de cara a la catástrofe
de su pueblo: “donde uno entiende, dos no riñen.”
Proverbio que nos invita a forjar con nuestra inteligencia en marcha la cultura
del diálogo apasionado, siempre
apasionado, pero respetuoso. También acá imperan el abuso, la corrupción,
la deshumanización, la marginalización, la intolerancia, las burlas y las jugarretas de nuestras jóvenes
y débiles democracias. Asumimos por eso que la acción más valerosa y contundente
contra el juego de las decapitaciones es exigirnos a nosotros mismos el mantener
vivo el diálogo, y reivindicar la humana
capacidad de engarzar entenderes, por disparatadas e incongruentes que parezcan
nuestras filosofías o nuestras expresiones
ideológicas. Tenemos más de un siglo de observar con dolor la intolerancia y el fratricidio, y seguimos viendo la sangre caer cerca y lejos de nosotros. Comprometidos a cambiar el mundo en que vivimos
estamos por ello, aprendiendo de todas las tragedias del mundo de hoy para que mañana nuestros hijos, y los hijos de sus hijos, no las repitan.
En eso estriban nuestra fuerza moral, nuestra fe y nuestras esperanzas. Nous sommes profondément désolé pour votre perte.
Ario E. Salazar. Santa Helena, a 11 de enero de 2015.
[1] Tanto el libro sagrado por excelencia para los
musulmanes, el Korán, y su amanuense, El Profeta (“el perfecto modelo” el “más puro ejemplo” del
ser humano) son la expresión más alta de las características,
atributos y virtudes del Islam, de acuerdo a Malek Chebel. Les symbols de L’islam, Editions Assouline, Paris, 1997.
[2] “París es una farsa real, un hermoso entorno habitado
por cuatro millones de siluetas. ¿Casi cinco millones
en el último recuento? Bueno, ellos han hecho poco. No me sorprendería. Parece siempre que nuestros ciudadanos tenían dos
furias: las ideas y la fornicación. Una salvajada, por así decirlo. Vamos, por
otra parte, que los condenen; ellos no son los únicos así en el conjunto de Europa. A veces sueño con lo que de
nosotros dirán los futuros historiadores.
Una sentencia será suficiente para describir al hombre moderno entre ellos:
fornicó y leyó sus periódicos. Después de
esta alta definición, el tema será, me atrevería a decir, agotado.” Albert
Camus, La Chute, Éditions Gallimar, Paris, 1956.
[3] “Homo Ludens, Un estudio sobre el elemento del juego en la cultura.” Routledge
& Kegan Paul Ltd., Londres, 1949.
[4] “Libertad: es
una de esas palabras detestables que tienen más valor que sentido; que cantan
más de lo que hablan; que exigen más de lo que cumplen; una de esas palabras
que hizo todos los oficios, y donde la memoria se unta de Teología, de Metafísica
de la Moral y la Política; muy buena palabra para la polémica, la dialéctica,
la elocuencia; [una palabra] casi limpia de análisis y cargada de infinitas e
ilusorias sutilezas cuyo propósito en la frase es sólo que desate truenos.” Paul Valéry, Regards sur
le monde actuel, Éditions Gallimar, Paris, 1945.
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