“Pienso en esas grandes olas de
profundidad dentro del tiempo que cambian el significado de las palabras… Fragmentos
así,
de una vida que un tiempo fuera plena, fragmentos desordenados, muy cerca de
nosotros, nuestros por un instante, y después misteriosos e inaccesibles como las
líneas
de una piedra esculpida por las olas, o de una concha en las
profundidades.” Giórgos Seféris, Delfos.
<<Por muy cenegado que
el pasado permanezca entre ansias de libertad (propósito fallido, sandez o locura sórdida, sediciosa) no cabe duda: embalsamado
seguirá, fiel
a toda su desesperanza. Fútil
y vanidoso es pensar lo contrario. ¡Hombre! Es más: ningún revisionismo histórico, ni mucho menos una
acicalada reinterpretación de paradigmas podrá resucitar lo que en esencia yace allá, fétido, muerto. Estás loco si piensas que luego, muy antojadizamente,
lo vas a enderezar todo tú
solo por
otro camino. No hay credo religioso ni ideología capaz del milagro o del sortilegio>> O sea la política de nuestro país, su identidad cultural, el mitema de su organización social y catolicismo: un todo asentado
sobre represión y chicotazos.
En esos términos,
más o menos, podemos
resumir el status quo de los dueños de una finca que se llamaba El Salvador
a la hora en que aparece un tal Roque Dalton por esos lares. A través de todo el Siglo XX, así de ferruginosa ha sido la línea de pensamiento y acción de
las dictaduras fascistas y oligárquicas
del país,
logrando adoctrinar las capas sociales de El Salvador en sus muy castizas aulas
educativas.
En muchas culturas se dice que la luz de los
astros que alumbran durante el nacimiento de cada persona dictamina la ruta de esas vidas marcadas para
su grandeza espiritual o sus tragedias. Nosotros acá no nos dejaremos seducir por esa
astrología judiciaria, y diferiremos de esa línea intuitiva para desbrozar nuestro
camino entre las junglas de la historia, en su sentido más amplio, porque es en la historia y
en el intento vanguardista de hacer otra historia donde hallamos las claves del
fenómeno prodigioso y extraordinario de la vida y la obra del poeta que en
este encuentro conmemoramos.
Roque Dalton nació el 14 de mayo de 1935, el mismo año que en Viena Edmund Husserl hablará de las contribuciones hechas al
pensamiento griego por las vertientes filosóficas egipcias y babilónicas en una conferencia denominada:
“La filosofía en la crisis de la humanidad
europea.” Es también ese el mismo año que en España Franco es nombrado Jefe del Estado
Mayor Central, y
en El Salvador, tres años atrás el régimen genocida-dictatorial de Maximiliano Hernández Martínez había perpetrado “la espantosa masacre del año 1932, en que fueron asesinados… más de treinta mil campesinos y
obreros en menos de un mes.”
Hechos de los
cuales, dirá el mismo Roque en una de sus obras cumbres, El Salvador, Monografía, los
intelectuales de la época no hallarán qué decir y “los profesores de
historia e historiadores se cuidan mucho de incluir en sus cátedras o en sus textos.” Aunque a primeras luces no sea lógico hablar de “ángeles” para definir al duende estético del poeta que nos ocupa (un procaz y
desenvuelto comunista latinoamericano, evidentemente desgarrado entre las
contradicciones del materialismo dialéctico y la mística humanista-religiosa), lo que sí podemos decir de Roque Dalton es que tenía un espíritu libre, curioso, perplejo, inquieto,
ingenioso, que lo propulsa a volverse doloridamente ecuménico al entrar de lleno (con su potencia
intelectual) a la grave herida histórica que representa aquel baño de sangre del cual quedarían muy pocos sobrevivientes, entre ellos,
el emblemático Miguel
Mármol. La represión fue a mansalva, y dirigida al
campesinado indígena
salvadoreño. En
Praga, en el año
1966, Mármol le
hace entrega de un legado testimonial a Roque que hoy sin duda podemos entrever
como una obra cargada de un gran valor literario e histórico, características que lo transforman en un nuevo clásico de referencia para nosotros, los salvadoreños. Es de rigor esa lectura. Esa larga
entrevista con uno de los pocos sobrevivientes queda magistralmente convertida
en el memorial de una etapa de la lucha por la liberación nacional, y está dedicado a las futuras generaciones del
país en el libro homónimo, Miguel
Mármol, publicado originalmente en Costa Rica en
el año 1972.
Por eso hablar de Roque –tanto en el país como en el exterior- es desmadejar el
andamiaje de la desesperanza con la que los brutos nos han querido cocer. Roque
es alguien testarudamente empeñado en
ir siempre a contracorriente. En su talante poético es una de “esas grandes olas de profundidad dentro del tiempo que cambian el
significado de las palabras,” como dice el gran poeta griego Seféris. Hablamos de un muchacho devorador de libros, erudito,
brillante, educado por jesuitas “que le
hacen perder la fe” y que halla en el estudio del derecho, en el estudio de
la historia nacional, y en su aprehensión del Marxismo las claves para emprender una de
las travesías estéticas (estéticas por sobre todo), existenciales,
intelectuales e ideológicas que
aún hoy sigue sin parangón en las letras de El Salvador. Razón tiene Huezo Mixco al decir de él:
“Dalton es un Orfeo del siglo veinte que
bajó, para
no regresar, a los infiernos de una ética trastornada que debiéramos desterrar. Pocas literaturas
pueden darse el lujo de tener un mito como el suyo… Para desentrañar la historia de su muerte se requiere
de una máscara
antigás, como
la que él mismo propuso
para ingresar en los palacios de la Iglesia.”
Dalton es un Poeta rebelde, vanguardista, paradójico, mordaz, intimista, maestro de una
contagiosa energía irónica, saltimbanqui medular en pos siempre de
hacerle un corazón de esperanza y alegría al futuro de todo un pueblo, a despecho de las amenazas y gambetas del
inhóspito presente que le tocó
sortear y vivir. “Mi verdadero conflicto
hondureño-salvadoreño” dice en su poema “Guerra”, “fue con una muchacha.” O en uno de sus refranes ironiza: “Bueno es Dios, que no nos ha matado.” O
en “Por qué escribimos” barrunta:
“Uno tiene
en las manos un pequeño país,
horribles
fechas,
muertos
como cuchillos exigentes,
obispos
venenosos,
inmensos
jóvenes de pie
sin
más edad que la esperanza…
Uno se va a
morir,
mañana,
un
año,
un
mes sin pétalos dormidos;
disperso
va a quedar sobre la tierra
y
vendrán nuevos hombres pidiendo
panoramas.
Preguntarán qué fuimos,
quiénes con llamas puras les antecedieron,
a
quienes maldecir con el recuerdo.
Bien.
Eso
hacemos:
Custodiamos
para ellos el tiempo que nos toca.”
Absorber a fondo las caóticas lecturas
de la realidad, y sintetizar, alambicar así,
radicalmente, es quizá la más
alta y generosa tarea del poeta, no obstante las limitaciones que padeció y los cataclismos en que habitó o que lo habitaban. Los juicios
existenciales y lo juicios espirituales que desfilan -en el
descampado de la luz y el aire que abre cada uno de sus poemas- ejemplifican para nosotros la noción de que en
el arte el ser humano verdaderamente puede enquistarse en el sagrado incendio
de la libertad. En esa atmósfera donde toda
realidad antes de ser palabra es semilla, el poeta profesa la sed por una realidad más rica,
más humana, más profunda sin sustraerse de la sociedad. Pasa por un desierto de
calamidades y sufrimientos en lo concreto y en lo subjetivo, por los infiernillos, y eso no lo amarga, es
más, a la manera de Gibrán –que entendía en primera persona la relación entre el dolor y la alegría- la hazaña, el ciclo heroico lo hace entrar fértil de esperanzas y ternuras a las
profundidades de la tierra prometida, para luego regresar a la miseria y la desesperanza generalizadas con nuevos signos y vitales
preseas. Le da en los húmeros
y en los tuétanos
que no claudica, y a empellones de añil y sangre va desarmando el valle de los titiriteros
de la monstruosidad. Con cada fresco que arma, con cada poema entrañable arremete contra los esperpentos,
contra los deformes dueños de
un galimatías que
desde siempre les ha permitido mover
los hilos de lo cruel a perennidad, impunemente. En ese lenguaje donde nada es ramplón ni tardío (“Llegaste
temprano al humor/ al ron fraterno/ a las revoluciones” le dice Benedetti),
se intuye que Roque Dalton emprendió un camino que hoy sabemos truncado, dejado
a medio andar, camino que a muchos de nosotros nos ha tocado proseguir hoy, hoy
que precisamente dadas las jugarretas de la mezquindad ideológica de sus asesinos no podemos decirle en
viva persona, con alguno de nuestros abigarrados poemas: “¡Feliz octogésimo
segundo cumpleaños maestro!”. (Esperamos, sin embargo, que desde la galaxia
de la que nos sintoniza reciba nuestro cariño y respeto.)
Esta breve acotación sobre el impacto de su obra literaria no
es la apología de la manida dimensión política que mucha de la crítica actual
asume en aras de ampliar un solo sentido de la existencia del poeta, en
detrimento de las demás dimensiones que integran la figura de un ser humano tan
complejamente extraordinario dentro de la cultura centroamericana y salvadoreña.
Como Masferrer, como Francisco Gavidia, como Salarrué, como Alfredo Espino, y como
sus compañeros
de generación, Roque
tiene su propio nicho en el quehacer cultural de nuestro país, tanto dentro de
él, como en el exterior. El cometido de esta tarde es el dilucidar sobre el menos
cotejado de los Roques, el pensador, el poeta-filósofo e intérprete de la
historia de El Salvador que muy hábilmente ensortijó (en las narices de ese monstruo
existencial que lo vio nacer y vivir) una obra ahora apreciada como innovadora y
fundacional, sin que quepa de ello la menor duda. El crítico literario Saúl Yurkievich subraya lo siguiente a propósito del ingenio fundacional en la poesía de Vallejo:
“Vallejo no postula la
ideología
de la creación
individual. Su expansión
de recursos expresivos representa una expansión de la realidad abarcable… Así, restringiendo al mínimo el inmenso territorio de lo
indecible, ha expandido como nadie las fronteras de lo que la poesía puede decir.”
Lo mismo podríamos
afirmar sobre el impulso y los resultados estéticos en la obra de Roque. Con justo
denuedo podemos decir que la frase calza y nos lleva a la altura de un don compartido
entre estos dos poetas de vanguardia. De hecho, en un minucioso ensayo
publicado en la Habana en 1963, Roque deja un sentencioso registro de las
lecciones sacadas de sus lecturas de Vallejo. Refiriéndose a “Poemas humanos” algo de su propio destino literario capta cuando pone
al poeta peruano como “el más alto ejemplo… de una poesía en función del hombre… Solamente un hombre que además de su gran carga emocional y pasional
tenía
entre las manos el oficio de poeta, los instrumentos técnicos de poeta, pudo llevar a cabo la
enorme labor que significa ese libro en absoluto irreducible.”
En su poesía que
es casi siempre inmediata, epistolar, Roque habla desde la izquierda del corazón; desde una experiencia personal y sin embargo profundamente compartida con
otros amigos escritores, pintores, músicos, poetas y bohemios como él con los que traficó en todas sus andanzas en el exterior. Nos
hace comprender que el artista es el corazón de la aldea, y es el que interpreta sueño y pesadilla animado por los poderes de
la tierra y por la altura y sabiduría del celaje que se forma y disfuma en las cumbres
del Altépetl, la montaña
sagrada que guarda el agua y los dones para la comunidad asentada a su
alrededor.
Hasta en eso Roque es escuela. Logró la verdadera, profunda quintaesencia del espíritu de su tiempo –el análisis y comprensión de sus orígenes- y conformó con todo ello una poética erudita pero no pedante,
grandilocuente. Con el humor y la sátira, como recomendaba Martí, hizo un entramado literario que expresa
una cosmovisión, y
logró su
cometido con cada material y herramienta que la vida le otorgó para hacerle producir una obra duradera, integral.
Por eso hablar de Roque Dalton es pretender hablar entre nosotros como él, es decir, sin narices respingadas, con
respeto y atención a la
experiencia del vecino, sin practicas intelectuales monologantes,
fragmentarias, chovinistas, como bien ha acotado uno de sus mejores críticos, el escritor y filósofo salvadoreño Luis Alvarenga.
Lo que quiero compartir son cosas que he venido afiligranando y puliendo a
través de una vida que ahora se alegra de dar testimonio de ser un pulso en
torno a la creación estética, a pesar de las vicisitudes personales que en nada
se asemejan a las que Roque enfrentó. Sustancialmente, en mi obra –que es un pie de página en comparación con la obra monumental de Roque- yo hablo
de otras heridas y de otras alegrías, del
dolor que padecemos muchos por el terruño todavía enfermo, inmerso aún en los problemas de la ergástula, enajenado, y está, por supuesto, el mar de los sargazos que
es el exilio. En esas condiciones, el mejor homenaje a Roque es estudiar su
obra no para imitarle, sino para partir hacia nuevos horizontes desde esa obra,
sin obviar la influencia, pero sin tornar lo propio en un objeto verbal derivado
o en simple, choteado calco. Al menos para mí, en poesía, Dalton es el epítome y el espíritu más claro de la entrega y abnegación que un hombre de letras le rindiera a la
causa de la justicia social en El Salvador. Inspirados en su ejemplo surgieron
otros que también
ofrendaron sus vidas arando sobre el mar. Pero su ejemplo es único, extraordinario, original en el
paisaje literario del siglo XX. Por eso propongo hacer un giro drástico para desplazarnos a ésta otra parte
del diálogo con entusiasmo, y a través de ciertas preguntas que nos darán pie
de entrada hacia la elucidación de mutuos descubrimientos. Una, la primera de
esas preguntas fundamentales es: ¿Para qué sirven los libros de éste poeta seminal? ¿Qué significan los
ensayos, los libros testimoniales, la novela, su monografía de El Salvador, las
críticas de arte y los poemas de Roque Dalton para el escritor salvadoreño que
le sucede?
Para mí, a rajatabla yo tengo que en su conjunto, en su corpus literario, la
escritura de Roque Dalton sirve para aprender cómo se emplaza un nuevo impulso poético
y creativo, un abre-caminos que hace vanguardia emprendiendo así una lectura diferente de la realidad
nacional y mundial. En los dilemas y problemas que se propone resolver ese potente
cuerpo literario y poético queda cifrada una época, y se proyecta una visión crítica de
la estética del
agente de cambio, cribada anatomía del
poema –por naturaleza- dado que surte de un escritor desafiante del paradigma mundial
y nacional en boga. Eso fue ayer, es hoy, y será mañana. Sus asesinos únicamente desaparecieron aquella “isla de carne y hueso” que contenía la efervescencia de su espíritu, pero la laya de su espíritu y sus señalamientos siguen acá, vigentes en el corazón de las nuevas generaciones de artistas
salvadoreños
dentro y fuera del país; es
decir, lozano y redivivo sigue nuestro Roque Dalton. Y es que ahí está el hombre, rigurosamente escéptico, por primera vez
y para siempre en el registro de las letras salvadoreñas, decidiendo afianzar
bien su obra sobre inspiraciones fundamentales. A Nietzsche por ejemplo le tocó decir, en Ecce Homo, “¡Sí! ¡Estoy consciente de dónde es que vengo.” Roque en cambio dice: “¿Cuál
será
nuestro rostro? ¿Cuál será nuestra heredad? ¿Cuál
será
nuestro alimento? ¿Cuál será nuestra palabra? ¿Cuál será nuestro destino?
¿Cuál será nuestra fe? No somos guardianes de esos grandes anhelos… somos un
pueblo joven. Y esa aparente tristeza es una forma de dignidad.”
Hay un impulso ético, reivindicador en su obra que aborda
aquello que a Otto René
Castillo dolía
tanto: “Cuando se ha visto transitar el
hombre en sentido contrario/ Cuando se ha temblado dentro del vientre de la
madre/ sin conocer aún
el aire, la luz, o el grito de la muerte/ Cuando eso nos sucede no lloran los
ojos/ sino la sangre humana y lastimada”. Dicho de otro modo, estamos frente a un individuo
que crea aplicando una estética y una filosofía de la liberación, y así se echa de bruces al vacío, a la expedición de surcar toda la bazofia oficial
histórica, occidentalizada, colonizadora, que hasta el momento diáfano en
que al fin entra en conciencia de lo suyo, era el pan nuestro de cada día en
aquel sistema de injusticia y de opresión que mantenía sumiso al pleno de la
sociedad salvadoreña. ¿La recompensa por la hazaña? ¿La pepita de oro? Poder decir con todos los
poderes telúricos
de su sabia: “Discúlpame poesía por haberte hecho entender que no estás hecha sólo de palabras.” O aquel otro apotegma, hallado quizá en las mazmorras de alguno de sus cautiverios:
“La poesía es como el pan/ de todos.”
En su poema “Todos” Roque insiste que es un secreto
a voces el presentimiento que todos los salvadoreños hemos nacido medio muertos a partir de 1932. Ese descubrimiento lo obsesionaba
y crea una duda amenazante al centro de su ser, acaso “glauca” la denominaría él. Esa duda era lezna, corto-punzante, y sigue rediviva aún hoy entre nosotros, y se plantea
de la siguiente manera: ¿Es la realidad nacional una realidad verdadera o hemos nacido siendo
presas de una de las mayores farsas o estafas en la historia de América Latina? ¿Es, en esencia, el “Estado”
salvadoreño (más que una fachada) el principio generador de una híper-realidad esclavista, siniestra,
miserable, embrutecedora? Yendo a la yugular del asunto ¿es el estado salvadoreño, desde la época de la independencia hasta hoy,
el foco infeccioso que se sirve de y disemina una mentalidad colonialista?
Uno lee, por ejemplo, toda la poesía española de la generación del 27, y toda la poesía posterior a esa generación, y uno rápido cae en la cuenta que España está en crisis. Tanto los poetas de
adentro como los del exilio, desde el 27 hasta la caída de Franco, nombran el problema de
la represión y el fratricidio en su valiente poesía desde que la crisis se venía gestando, mientras sucedía, y a través de sus viajes de Gólgota hasta bien
entrada la década de los setenta. En El Salvador, en cambio, dada la estela de
represión que dejó en la memoria del pueblo cada lucha reivindicativa y La matanza, toda nuestra literatura adolece
de costumbrismo y folclor con el agravante que el ideario promulgado en ella es
el de las entelequias. Los paisajes no son reales, los campesinos no son
reales, ni sus costumbres ni sus aldeas, ni sus machetazos ni su bucólico contento. Apoyándose sobre el fonólogo, la prótesis, la epéntesis o la paragoge estas obras en
verso y en prosa hacen su tarea de inculcarnos nuestra inferioridad con sus inacabables
jarras de chicha, el aguardiente pleitista, los raptos con estupro, los robos,
el cuatrerismo, los “cinco mil pesos” una
fortuna (como en Jaraguá) hasta derruirse en tragedias, por un lado. Por el otro lado, tenemos el
idioma zen de una naturaleza primigenia, con aves de fuego y mariposas de
obsidiana que vuelan sobre serpientes de oro en las mansiones del dorado. La
omnisciencia castiza pinta muñequitos de barro, y los mueve mágicamente en esta literatura hechiza, haciéndonos obviar a todos la mar de
sangre que pulsa en el suelo de nuestra historia, insertándonos a todos en una
suerte de connivencia idolátrica, caudillista hacia el dictador en turno, muy a despecho de su
abismática presencia en todo. En esas estábamos
cuando aparece la obra de Roque. Roque apunta bien a sus enemigos ideológicos, a los de la mera mata. “Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo” dice en uno de sus poemas. A ver: acendremos
aún más nuestro impulso y revisemos algunos ejemplos
del pensamiento europeo del siglo XIX que se convierten en fuente y cátedras de
la visión de la realidad y la historia para nosotros acá, en Centro América, en
el mero corazón de la periferia.
Hacia 1817, en su Historia de la Filosofía decía Hegel, el
hombre fuerte del pensamiento de tiranos como Maximiliano Hernández Martínez: “El hombre es libre, cierto es que
ésta es la substancia fundamental del hombre, y yendo más allá, dicha
libertad no está supeditada al Estado, pero es en el Estado que en esencia y en
principio se realiza.” Aquí
entramos a la parte contenciosa del asunto, (prosigue el padre de los modernos
nacionalismos) “La libertad silvestre, la de la naturaleza, el regalo de la
libertad, no es algo real, porque el Estado es la primera realización fundamental de la libertad.” Si
leemos bien entre líneas, podemos inferir que el Estado es la primera y la
última instancia donde se otorga y se recibe la libertad. La pregunta a
resolver es, ¿qué clase de libertad? ¿Y qué decir
de la paz, de la justicia social? En
1821, el mismo año en que se declara y firma la mal llamada Independencia de
Centro América, Hegel escribía en su Filosofía del derecho: “El
Estado es la realidad concreta de la Idea (platónica) de la ética.” Más
tarde, en “La Filosofía del Espíritu,” que data de 1830, Hegel también
dijo: “Aunque el estado se origine en la violencia, no descansa en ella. La
violencia, al producir al Estado, ha generado únicamente lo que es justificable
en sí mismo, o sea, las leyes y una constitución.” Por si todo eso fuera
poco, hay una aseveración todavía más racista y avasalladora (ella data del año
1837, y se encuentra en el libro Cátedra sobre la Filosofía de la
Historia) Roque a través de toda su obra dialoga con ella
principalmente, y es la siguiente:
“La historia universal viaja del Este hacia el Oeste,
dado que Europa es el
fin Absoluto del proceso histórico, tanto como Asia es el principio. La
historia universal tiene un Este absoluto, a pesar de que el término “Este” es
de carácter relativo, porque a pesar de que el mundo es una esfera, la historia
no se mueve en forma circular alrededor del mundo, pero demuestra que tiene un
extremo Este bien definido, en éste caso queremos decir Asia. Es en esa
región del mundo desde la cual el sol físico y externo sale, y se pone cada día
en el Oeste; pero es en el Oeste [entiéndase, “Occidente”] donde éste
astro asciende a su plenitud dado que se transforma en el sol interno de la
conciencia individual, que emite un fulgor más alto.”
Habla, por supuesto, de los efectos de la luz solar sobre las virtudes de
la dialéctica del
pensamiento filosófico alemán. Meditemos. Si la historia universal
nace en el oriente y se direcciona como un río inexorable hacia el Mediterráneo
(para culminar y dar su mejor luz, sus mejores frutos en Europa) entonces sólo
queda, naturalmente, que América no es sino una continuación de esa historia
superior y afiligranada que es Europa en su antigüedad, medioevo, y modernidad.
Así lo insinúa Hegel y así lo entienden los criollos que hacen de Centro
América su hacienda, a través de los trucos fetichistas que conforman su independencia de España durante la última etapa del siglo XIX.
En este esquema, en éste planteamiento tan bien macerado en la intención de
adueñarse de nuestros países, la pregunta es: ¿Dónde quedan los pueblos
amerindios? ¿Dónde quedan el Medio Oriente, Egipto y el África Austral, Bantú?
La respuesta es sencilla y asoladora: bien arrumbaditas quedan para el justo
botín de las diferentes casas reales de Europa y sus conquistas. América Latina, es pues, el justo botín de los que hacen la conquista del nuevo
mundo, luego será de
sus hijos, los próceres
–de cepa colonialista- y para sus herederos, los criollos actuales, de abolengo
y formación
colonialista.
En la página 16 del primer capítulo de su “Monografía de El Salvador,” Roque menciona a Icelaca, una divinidad Lenca que era
adorada junto a Comizahual, “El-Tigre-Que-Vuela,” en uno de los
panteones mitológicos de El Salvador prehispánico. Icelaca se caracteriza por ser aquella
divinidad “de dos caras que interpretaba
el pasado y advertía sobre el porvenir.” En ese enigmático símbolo Lenca, entrañablemente certero, abridor de conciencias, está centrada la mística y la vigencia de la obra filosófica y literaria de nuestro poeta “comunicante” por antonomasia. Como
muchos otros escritores salvadoreños en el exterior, ahí encuentro yo el germen, la lucha
iniciática, el esplendor de una vida y una obra alucinantes con ese aparatoso
fin monstruoso, sórdido, desimaginante que sufre
el Roque físico. A través de su Monografía Dalton dialoga
abiertamente con los apologistas y promotores de la filosofía de Hegel, que tiene por dínamo y categoría absoluta “La Fuerza”, y a quienes por aferrarse a la doctrina del “manifest destiny”
Dalton cataloga como “historiadores
burgueses y antinacionales de El Salvador,” amaestrados “por la presencia enajenante y deformadora
del imperialismo norteamericano y de la oligarquía criolla.” En este trabajo Roque deja planteado
que lo suyo será “un medio de ahondar en el
problema de lo nacional y de darles bases de tradición a muchos aspectos de la lucha
por la independencia definitiva del país.” No cabe la menor duda: la de Roque Dalton es una estética que pondera y promueve la liberación
del ciudadano salvadoreño que
nace y crece inconsciente de la ergástula en que vive, esa superestructura creada y
blindada por fuerzas ocultas dentro de la historia misma del país para beneficio perpetuo de unos cuantos.
Esta condición de inexorable
ergástula con
eficiencia ha sido inyectada en la identidad del salvadoreño, ¡ah! pero su destrucción viene enmarcada en el contexto de una
ola más
grande, una limpieza más
amplia que era, de acuerdo a las apreciaciones
del mismo Roque, el inicio de
una nueva historia, de una meta-historia que estaba al alcance de sus manos
como posibilidad real, no abstracta,
y que está por
hacerse con el impulso de “las filas de los
grandes elegidos y de los iluminados cotidianos” de la humanidad, a saber: la
clase obrera y el campesinado hábilmente
organizado en su vanguardia. Esa ola es la Revolución Latinoamericana. Por eso
contundentemente escribe:
“Es hermoso considerar al poeta como un
profeta. En sí, tal consideración es un acto poético en que el creador de los poemas se
nos aparece oteando desde los altos montes al porvenir de la humanidad y señalando los grandes caminos. Yo prefiero,
sin embargo, ubicar al poeta más como
escudriñador de
su propio tiempo que del futuro…”
Y más
categórico
se pone cuando proclama:
“Honor de poeta revolucionario:
convencer a su generación de la
necesidad de ser revolucionario hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto
de epopeya. Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha
consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo
cuando la calidad de revolucionario se puede premiar con la muerte es lo
verdaderamente digno de la poesía. El
poeta toma entonces la poesía de su
generación y la
entrega a la historia.”
En la concepción estética y filosófica de Dalton La Historia es, pues,
la montaña sagrada donde yacen el agua y los dones que benefician a toda la
comunidad asentada a su alrededor. Su escudriñamiento, redescubrimiento y justa,
poética memorialización de ella es la dialéctica subyacente a través de todo un impulso creativo que da como fruto un corpus literario
original y cervantino a la vez, universal. Escalar esa montaña y ser su cartógrafo mientras se conquistan sus
cumbres en fraternidad con el resto de los oprimidos y vilipendiados de América es la más útil y perdurable labor de la poesía en la mística daltoniana. Por ello ruptura y
tradición; amistad y enemistad con el ego; egoísmo y solidaridad; caos y armonía en
el universo que nos engulle y desgasta son palabras vitales que empecinan al
poeta. Con su claridad, convicción y coherencia, con su disciplina y su
constante crecer intelectual y estético Roque Dalton nos demuestra que el poeta es
el epítome, el maestro de la ruptura y que también puede ser la nueva visión que
surte desde esa ruptura. Sin cotejar consecuencias se sitúa ante los insólitos cicloramas de su realidad, y
una y otra y otra vez no deja de asomarse al alma que late debajo del mundo,
debajo de la humanidad propia y la ajena puesto que está convencido que él
mismo, y el conjunto de personas que participan con él en la lucha continental por la
liberación de su país, son la luz y los matices que asumirá o descartará para
la composición de sus poemas. “La soledad
es, pues, una mentira muy útil.” Ha
dicho también… “La única organización pura que va quedando en el mundo
de los hombres es la guerrilla. Todo lo demás muestra manchas de pudrición” sentencia que brilla en Taberna y otros lugares.
Por eso Eros
y Tánatos; dicha y desdicha;
perennidad y fugacidad; apego y desprendimiento; partir y quedarse, lo sacro y
lo profano, fraternidad universal y fratricidios pormenorizados. O sea, paradoja,
paradoja, pérdida, fenecimiento, ilusión vivida, ilusión perdida, suma,
desmembramiento existencial, pírricas u opulentas avenidas que conllevan al contraste. Su portentoso éxtasis
y gula por la vida, su ostensible alimento en sí crece por sobre las flores y
hierbajos de la miseria y a pesar de lo nimio en ese magro panorama que a
través de la palabra viva
busca transformar. Por si eso fuera poco, su compromiso y consagración cobran
tetravalente vigencia desde el ánimo y la caricia del pan espiritual que para él representa el nudo gordiano del
ser amado, en todas sus concepciones. Ahí están los “Poems in law to Lisa,” “Aída: fusilemos la noche,” “Desnuda,”
“Pequeña oda para retenerte,” etc. Todo eso lo todaviiza en un atado de voces y registros,
acaecimientos que conforman una atmósfera de mundos evolutivos que compiten por
llegar –cual margarita emocionante- a
un mismo plano, en busca siempre del amor y la libertad, o acaso sea a la
inversa. ¿Quizá la invectiva daltoniana trata de llegar a la libertad total a través
del amor? Ese es su régimen y su estructura polivalente. Por ende desde sus líneas perdurables
la poesía de Dalton nos fisgonea, y a sus detractores por siempre imprecará
cuando enuncia:
“Mófense de mi sabiduría
repentina
de mis estertores frustrados en cada sorbo
de aire
sólo los
acostumbrados a la magia baldía
sólo los
capaces de danzar en el polvo
sólo los grandes desalojados
conocemos
y entendemos los vericuetos
de
éste glauco minuto.
Es que para esta fecha de aullido
estábamos tan sólo
predestinados
sólo para llegar a ella nacimos
y no cabe en nosotros la tregua
sino el agotamiento del negro deber
Danzad dancemos con la tibia llama
todo lo sé me duelo de saberlo
tanto
amor en el pecho me atormenta
danzad dancemos con la tibia llama
La más ignota duda desentraño
la más robada lámpara
consigo
el día más perdido
reconquisto
danzad
dancemos tiemblo de rocío.
Ario E. Salazar
Poeta salvadoreño.
Chalchuapa, Santa Ana, (1973 - )
Granada, Nicaragua, 15 de
febrero de 2017, XIII Festival Internacional de Poesía.
Un término de muy
controvertido expansionismo e imperialismo (moral y político)
acuñado por el periodista estadounidense John L.
O’Sullivan, un grandilocuente articulista enamorado del modelo democrático Jacksoniano [llamado
así en honor a Andrew Jackson, el
séptimo presidente de los EEUU]