martes, 11 de febrero de 2020

La crítica de los elegidos, por Ario E. Salazar




                                                             “Sucede a veces

                                                               que la llamada luz, no es más que la materia

                                                               de nuestras tinieblas.” Alfonso Kijadurías



Mi padre una vez me dijo, mirando conmigo a las estrellas del cielo diáfano salvadoreño en octubre, que el dinero y el poder son a la sociedad en pleno lo que el alcohol es al individuo: desinhiben cuerpo y alma, y revelan y agigantan la verdadera esencia de las personas, inclusive aquello que llevaban oculto creyéndolo enterrado en los más insospechados escondrijos de la inconciencia. Por regla general, prosiguió, lo que queda develado después de una descomunal borrachera de poder o ensimismamiento etílico es un ente herido, defenestrado, catastrófico y rociado por una mezcla de egoalturísmo y asco. Ya en mi adultez yo llamo a eso la goma moral de los gigantes borrachos de sí mismos, tal como nos lo apunta en los tamices de su alma el poeta hondureño Juan Ramón Saravia, cuando dice: 

“Y aconteció que el gigante se creyó invencible
y dijo en su corazón
que su destino manifiesto era humillar y sojuzgar a los débiles
hasta que un día
                   Un pastor de cabras
                   Civil enclenque
                   Casi anónimo

Le aplastó la creencia y la frente
con una piedra
       tan rústica
       como hay millones.”[i]   







Tal ha sido el espectáculo político al que hemos asistido una y otra y otra vez en éstos últimos tiempos en que la democracia de cualquier latitud, de tan trastornada y enferma que ha andado, se convulsiona y vomita toda la bazofia social y espiritual acumulada en su aparatoso descenso hacia las fosas más profundas y nefastas del capitalismo. Lo que ha entrado a una fase casi terminal en nuestros días son las debeladas instituciones de las sociedades democráticas-capitalistas, caracterizadas por ser injustas e insostenibles, gigantes ubicuos e inmisericordes. En el caso de sociedades atrasadas, la polaroid que emerge es la de pigmeas, corruptas y débiles instituciones de un modelo político y económico todavía más insano: el demócrata-consumista, aquel que hunde a sus ciudadanos en la ignorancia, en la más aberrante miseria material y cultural con el agravante de no producir nada, sino los parásitos y las enfermedades que le matarán, sin esperanza.


De ese cuadro epidemiológico soñábamos salir nosotros después de haber sufrido la conquista, la colonia, la patria del criollo, las dictaduras, el terrorismo de estado, los trastornos de la personalidad paranoide estadounidense en su política exterior, la guerra civil, la venta de todos los activos del estado a cambio del cese al fuego al final de la guerra, la dolarización y, por último, el desenfreno de una violencia más brutal y prevalente que la de la guerra ‘en plenos tiempos de paz.’ A falta de amor al terruño los vende-patrias no han hecho mucho, más allá de reproducir hasta las heces la miseria, y se ha llevado a la región centroamericana a la explosión social con  altos índices de desempleo, con un bajísimo crecimiento de la economía real y del PIB por décadas, con corrupción e impunidad endémicas, alta criminalidad, violencia, y la virtual extinción de todo valor o principio que atesore los más altos ideales humanistas y solidarios, de comunidad, aunado todo a un colapso de los derechos y garantías individuales por lo que magnicidios, fratricidios, mares de sangre popular y mares de tinta idealista han sido vaciados sobre los vertederos de un poder que no sabe vivir de otra manera sino extralimitándose, incesantemente, para no perder ni un sólo centímetro de su dominio.

Lo nuestro ha sido un subibaja entre oligarquía y plutocracia; el gobierno de las minorías opulentas perpetuamente aporofobas, es decir, con fobia al pobre y al trabajador que mal vive de míseros salarios.

El fenómeno no es exclusivamente regional. Por doquier vemos que la “vivianada” y la bravuconería política de todas las élites del mundo han ido corroyendo incluso sistemas o modelos que se sentían inmunes ante esos males comunes y supertípicos de cualquier república bananera, y se ha socavado, ante la mirada atónita de los grandes defensores de las avanzadas democracias capitalistas, los fundamentos de su inquebrantable optimismo en la constante búsqueda por perfeccionar su modelo. En los EEUU, por ejemplo, (hasta hace poco parangón indiscutible de todas las variaciones de la derecha capitalista) lo que ha quedado -después del juicio político y parcial del presidente más abiertamente racista y desacatado de esa democracia- no es sino el vago recuerdo de lo que era confiar en la distribución del poder representativo, con sus balanzas y contrapesos hoy en el cesto de la basura, y un esquema constitucional drenado, es decir, sin el vigor y la imparcialidad de instituciones independientes otrora guiadas por el mítico y emblemático lema  de “We, the People…”  La “centroderecha” y la derecha liberal se han quedado en shock, de espaldas planas y paralizadas ante la desastrosa humareda de lo que en otros dorados tiempos parecía ser todo un paraíso, a pesar de sus evidentes contradicciones e inaceptables paradojas.

El Salvador, que nada conoce de paraísos pero sí todo de infiernos colmados de perpetuas congojas, de convulsiones y realidades inframundanas y apocalípticas, hoy vuelve a entrar a la lista de las democracias estancadas, desgraciadas, obscenamente degradadas y envenenadas por un acercamiento pandémico a la política por parte de personalidades con rasgos egosintónicos, personalidades claramente tipificadas en el Grupo B del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (trastornos de las personalidades: antisocial, límite, histriónica, y narcisista.) Es decir, con muy contadas excepciones en algún órgano del estado, al país lo ha venido gobernando, por más de tres décadas, una tanda de individuos enloquecidos por las mieses del poder, individuos desequilibrados y enzarzados en un vergonzoso y pírrico desenvolvimiento político, con una doble moral que crea mortales y gravísimos costos para la población en general. Entre el pueblo salvadoreño y sus representantes electos para gobernar siempre ha habido un cisma tenebroso y desalentador, aunque la causa no esté en el pueblo. Bien cabe la posibilidad de que muera de abuso y desnutrición esta hija de tan antiguos rechazos (la recién nacida democracia salvadoreña) antes de que empiece a caminar por el buen camino. Esperemos que no termine todo lo ganado por la borda. Lo cierto es que el repudio nacional e internacional ha sido contundente y unánime ante la primera plana impresa y virtual que habla de los hechos inusitados del domingo nueve de febrero de 2020, frente al edificio de la asamblea legislativa.  

En una desquiciada y bochornosa obra de teatro de un solo acto, el ciudadano Nayib Bukele, presidente de El Salvador, recurriendo a palabras descocadas y coercitivas, desplegó toda una puesta en escena que ni en tiempos de Duarte, el presidente más vendido y respaldado por los EEUU por antonomasia, se había visto en el país: la agresiva y leguleya petición de que sus deseos se vuelvan realidad a punta de insultos, bota y cañón, respaldado todo ello por turbas afines a su agenda, turbas fanáticas, y cuya rabia y descontento son comprensibles, pero sin cabida en el plano del diálogo político que debiera ser la dinámica subyacente de su administración, producto de un proceso democrático. Esa perpetua esperanza de diálogo y concertación es la que cae hecha añicos con el errado obrar del presidente, que obviamente vive muy malaconsejado por sus asesores. El ciudadano Bukele tiene muchísimos adeptos y seguidores, es cierto. Adeptos y seguidores que adulan y agigantan su ego. Cierto es también que quienes debilitaron y apolillaron los que pudieran haber sido los férreos fundamentos de la democracia salvadoreña hoy son una oposición casi huérfana, deslegitimizada, oposición que él mismo conoce y desconoce de revés y derecho por haber militado en ella, y que por venganza personal hoy con saña (y burda alevosía política) manipula y acorrala, arrinconándole como se arrincona a una bestia indeseable que debe ser eliminada a toda costa. En vez de haber sido firme y generoso en la victoria de los votos, para luego extender una rama de olivo a sus adversarios y hacer patria, como él mismo dice ‘hacer historia,’ lo que decidió hacer es convertirse en el implacable azote y escarmiento de sus antiguos camaradas, y discursa a cada rato que es más gigante y superior que todos ellos en parva, porque en su narrativa él es el ungido, el elegido del pueblo a quien a cada rato le implora: no me dejen solo 


Todo tiene su ascendiente y sus descendientes, también los elegidos y sus seguidores. Barruntemos. En su humillante intento de endiosarse a perpetuidad en el poder ni la izquierda ni la derecha salvadoreña se pusieron a calcular el gravísimo daño que se causaban a sí mismos, a esa nueva clase privilegiada mal llamada la clase política. Tampoco se pusieron a meditar en el mal que le causaban a la recién ganada democracia del país cuando su agenda política se desvinculó del bien común y del trabajo en conjunto para sacar a la patria de la fosa de ruinas y desesperanza generalizada, recién entrados los años noventa. Ninguno de ellos nos afilió a la esperanza, como había recomendado Roque. Utilizados fuimos con ese lema. Nadie de estos señores y señoras, ahora todos muy respetables, nos convidó a transformar la realidad de raíz, de fondo, como predicaba Ellacuría, ni se nos invitó a colaborar en la creación de vehículos para revolucionar a la patria, con una indómita y marcada preferencia por los pobres y la clase trabajadora. Convencidos de que marginando a la sociedad civil para poder robarle el cien por ciento del país al pueblo, ateniéndose a montar altos muros de corrupción y el fortalecimiento del hampa, de leyes que les privilegiaban, de dádivas que disfrazaban la violencia y su origen (la pobreza), convencidos de que la impunidad, el clientelismo y las ahora conocidas negociaciones ilícitas los volverían semidioses, materia intocable, hoy se sienten vulnerados más allá de lo impredecible, violados y vejados, tal cual el pueblo mismo se ha sentido por más de tres décadas, y no dan crédito a lo que ven sus ojos: el espectro y realidad de un Frankenstein político que ellos mismos diseñaron y al cual ellos mismos, con su propio aliento, dieron el soplo de vida necesario para que los despedazara. Es la misma pócima que dieron a beber a los jóvenes desorientados y sin recursos de la posguerra para cimentar el problema de las pandillas. Menudo trabajo de la doble mampostería ideológica salvadoreña con un mismo resultado: el jaque mate a su reinado con un repudio cruel, imperecedero. A pesar de dichos secretos a voces, los errores y distorsiones de los corruptos en el gobierno son corregibles a través del voto maduro y revolucionario del pueblo acendrado en su democracia. El poder no sólo embriaga y corrompe: también distorsiona. Cabe recordarle al señor presidente que no estamos en tiempos de las ciudades-estados Mayas, y que las tentaciones de arrancarle el atavío, las orejeras y el cetro de poder a sus enemigos, para luego ponerles un turbante de papel (y adornos de papel en los oídos y las pectorales) antes de decapitarlos en la plaza frente a su séquito de teócratas convencidos, no es el proceso de purga y fortalecimiento de nuestra época y nuestra democracia. Aunque sea al margen de la galaxia cultural y a trastabillones cosmopolitas, ya somos parte de occidente y de su modernidad. La lucha del pueblo por llegar a la democracia nos sumó al concurso de las demás naciones y nos ha dado un pequeño lugar en la historia. En este sentido las alarmas de la opinión pública nacional e internacional son el sensato llamado a replantearse los problemas del gobierno, que son difíciles de resolver; a resarcir con humildad lo que haya que resarcir, y a no perder las brújulas del diálogo y las soluciones por consenso. La soberbia y la prepotencia, por lo general, sólo engendran catástrofes y tragedias.

Yich'ak Balam: capturado, humillado y ejecutado el 29 de noviembre del 
                                                                              año 735 D.C., Dos Pilas




Con su voto el pueblo no elije gobernantes, sino que pone en movimiento una esperanza, desde siempre, y siempre termina burlado. En su comprensible sufrimiento y hartazgo, el pueblo salvadoreño le ha conferido, de su libre albedrío, el voto de esperanza al ciudadano Bukele, fallando quizá en calcular que el precio a pagar, la medicina amarga de la que él habla, iba a llevar al país de nuevo a tener una imagen sórdida, viva, tangible de la era hostil de los gorilas y los trogloditas que, desde la independencia hasta el final de la guerra civil, gobernaron el país. Aunque esas imágenes del pasado sean imborrables, muchos de nosotros habíamos almacenado eso en los sótanos de la memoria como una etapa, una mala pasada que ya todos creíamos superada, algo para ser contado alrededor de una fogata por las abuelas o por algún viejo lobo de mar (como parte de la mitología cuscatleca) en noche de brujas, a lo más. Por eso quien celebre las turbas del poder ejecutivo, vitoreado mientras se desplaza con un innegable mensaje de metralletas, atropellos y amenazas de piedra y garrote dirigidas a la frágil institucionalidad de este inverosímil país, está condenado a vivir su vida en sentido contrario, del lado equivocado del péndulo de la ley y de la historia. A estas alturas del juego todo indicio de linchamiento público y matonería es repudiable. Ya padecimos demasiado de esos dolores donde juez y parte se absuelven antes o después de perpetrar barbaridades.

La magnificación de una sola personalidad mesiánica, la prostitución del ejército y de la policía nacional civil, mancornado a tretas de manipulación emocional y yijadistas en masa, más la mentira de hacernos creer que es el pueblo el que se subleva para hincar y darle fuego a la asamblea legislativa, son cosas típicas de caudillos y sátrapas que nada, ni una sola partícula subatómica siquiera, tienen que ver con el ideal de lo ganado a fuer de tantos sacrificios: la oportunidad de construir la democracia en el país. Es consabido, el ideal democrático ha sido siempre el ideal del pueblo por el que mucha conciencia ya ofrendó su vida a través del oscurantismo dictatorial, la guerra civil, y aún a través de la posguerra.

Todos somos falibles y cometemos errores. Hacerse cargo, rectificar y disculparse es de sabios. Ser presa de su propio frenesí y montar berrinches internacionales es un grave error que cualquier funcionario público en el mundo es capaz de cometer, no cabe duda. Todo ello tiene remedio. Hay cosas, sin embargo, a un tiempo públicas e íntimas que no tienen arreglo. Orar con el corazón envenenado no es ni de judíos, ni de moros, ni de cristianos, mucho menos de materialistas dialécticos o de ídolos del siglo XXI, de todo un autoproclamado influencer. Un alto perfil público a nivel internacional no puede perder la cordura, los protocolos, el garbo. Siempre se está en la mira en un juego de dioses y semidioses envidiosos, mezquinos, egoístas. Por eso es preferible ser pueblo, pequeño, de a pie: mortal. Estulto es quien embriagado de sí mismo no sepa que la plegaria es una entrevista mística e íntima entre Dios y una de sus ínfimas criaturas, aquella que conscientemente elije someterse a la divinidad ilímite para crear un instante, un nexo eterno en donde el alma se desata de la materia temporal para unirse en luz y energías vivas con la fuente de vitalidad, sabiduría, y comunión armónica que rige al universo, si de veras hay convicción y coraje para salir del mundo... fusionándose hasta lo profundo con lo que se pide para causar el milagro inmerecido. Quien causa un milagro abre caminos para la humanidad. Hasta los científicos cuánticos dan fe de esto, de la transfiguración de las personas al trascender los límites de lo corpóreo a través de la plegaria, del concéntrico poder de la bondad, el perdón y la sanación concentrada en un rezo. Y esto es así, porque orar es salirse de sí mismo, negarse a sí mismo, trascender tiempo, espacio, mezquindades, dolores, y demás ensimismamientos y cotidianeidades. El acto sagrado e inmemorial de hablar con la divinidad no puede ser una patraña pública, electorera, onerosamente televisada (¡en la noche de los Óscares para mayor desparpajo!) con el envenenado afán de alguien que por caprichos políticos reza antes de amenazar de muerte constitucional a sus enemigos en las próximas elecciones. Esa burda mezcla de lo sacro revuelto con lo profano vergüenza nacional y ajena ha de provocar. Peor aún, cerrar los ojos y alzar las manos al cielo en busca de la voz de Dios, pidiéndole los deformes trofeos de una desubicada megalomanía política lo único que logra es revelarle al mundo entero el descarado complejo de mesías díscolo y tropicalizado que se profesa, algo totalmente impropio de un hombre de fe que además funge como jefe de estado. Eso indigna, por muy desmerecida o débil que sea la democracia en la que ese jefe de estado haya sido elegido. Más que un insulto a sí mismo, ese tipo de numeritos párvulos son un irrespetuoso insulto al pueblo y a todos los círculos al que perteneciere tal susodicho elegido, sin importar sus latitudes.


A.E.S. – 10 de febrero de 2020




[i] DE CÓMO LAS PIEDRAS, EL BAMBÚ Y OTROS SUPUESTOS DESPERDICIOS HAN DEMOSTRADO SER EXCELENTE MATERIAL DIDÁCTICO PARA LA CÁTEDRA DE HISTORIA. Puertas Abiertas. Antología de poesía centroamericana. Fondo de Cultura Económica. México, 2011.

domingo, 5 de marzo de 2017

EL PODER DE LA POESÍA EN GRANADA

Por Ario E. Salazar



Desde mi ventana veo que la lluvia ha cesado su martirizante chipichipi sobre las callecitas del pueblo. Ese gélido chipichipi ha hecho añicos el manto de nieve que nos cercaba. A lo lejos el mar de Bellingham, joven y proceloso, ésta mañana tritura cualquier conato de cobardía en el esfuerzo de andar descalzo por el valle de los recuerdos. Sobre sus olas se embarcan mis pensamientos y fundamentalmente recuerdo. Recuerdo que El 7 de febrero de 2017, justo antes de embarcarme hacia el XIII Festival de Poesía de Granada, muere el gran pensador Búlgaro Tzvetan Todorov. Pensador que decía: “Cuando se encuentran dos culturas no hacen la guerra; hacen el amor, y nacen niños que comparten rasgos comunes. Esa es la historia de la humanidad.” Con esa entrañable brújula partí hacia Granada. La Poesía me buscó y eligió hace más de seis lustros. Yo no lo sabía entonces, pero Granada iba a ser quizá mi mejor puerto poético. Fui uno de los elegidos, uno de los convocados cuyo deber era entablar nexo con otras estéticas y con otras culturas, invitado a conmemorar la gran fiesta de la palabra viva, ese Ka cosmopolita y vital que transfigura la luz y el viento tornando en vivencia el harpa de los ríos. Cada uno de nosotros, cada uno de los conjurados, con sus dolencias y sus gozos, somos una suerte de río tributario que desemboca en Granada por siete noches de mágica espesura. Somos una suerte de ríos circulares y de Granada, que es el mar, de Granada te llevas a casa lo que en primera instancia habías traído. Sin duda. En mi caso hablo de aprendizaje, iluminación, agradecimiento, generosidad y del hedónico abrazo a la potencia transformadora que tiene ese despliegue de la conciencia creadora, fuerza pura que es lámpara del corazón del ser humano y es capaz de despertar entumecidos gigantes: la Poesía. Más allá de los dulces recuerdos, de Granada salgo y regreso a mi mundo libre de censuras, atiborrado de ternuras y aprendizajes ilímites.



En Granada aprendí que la Poesía es un proyecto y un don del espíritu. Que los festivales de Poesía son el mestizaje de la palabra. Que las flautas ancestrales de Diriamba, al tocar para su Toro Huaca, son hermanas de las flautas de Tesalia. Aprendí que todo lo que sucede, sucede entre nosotros y que hay mujeres que han escuchado primigeniamente a sus dioses en español. Aprendí que en cada crepúsculo los chocoyos forman un estrépito de cantos y revoloteos capaces de resonar en la plaza con el mismo vigor que ostentan las palabras de los poetas del mundo. Igual pulso tienen en su frenesí. Aprendí que quienes eliminaron a Roque Dalton han desandado la historia, que realmente son ellos los que se encuentran caídos, muy por debajo de la altura del hombre. Aprendí además que Cristo, Marx y Quetzalcóatl regentaban la vida heroica de ese poeta Centroamericano. Aprendí que los colores de la danza son como los colores del destino, y que sale y entra la noche por las hendijas de nuestro corazón. Recorrí rigurosamente la ciudad con pasos rituales y bifurcados. Mi cuerpo andaba sobre los empedrados mientras que mi espíritu sobre las páginas de mis hermanos y hermanas poetas. Como limaduras de sol arrumbadas en las esquinas de algún negocio o algún impregnado convento, efímeros vientecillos de virtud saltaban desde el centro del universo hacia mí. Bisbiseaban consignas o mensajes inexistentes fuera de esta dichosa gota de ámbar que era Granada en febrero. Fue a través de esos vientecillos de virtud que supe que cuando Hero cruzó las aguas grifos y grullas se paseaban por la orilla. Supe de alguien cuya familia acabó como un cuerpo de cristal, destrozado en el suelo. Quien rubrica ese verso es un íntimo hermano mío. En Granada tuve noticias de un Animal No Identificado. Vi su tríptico de un amor no encontrado y la casa que se derrumba sobre el amante. 






Recibí bien la lección. Aprendí que la luna es al loco lo que la poesía es al poeta; que los trapecistas son almas con cierto nivel de sarcasmo y que no es bueno contradecir en público al Búho, aunque uno tenga la razón. De lo contrario uno se vuelve su presa favorita. Granada es mística, mágica, encantadora. La Poesía embruja tanto a los poetas como a sus habitantes por siete noches alucinantes. Ahí aprendí que lo que creamos nos sigue a todas partes y entrega cosas al aire dondequiera que vayamos.  Aprendí que las Voces de América Latina son pletóricas, telúricamente continentales, y que llevan en su alforja el embrión de la libertad, sueños, voces y más voces… catedrálicas voces. Si cada poema de América fuera un árbol, la tierra sería un santuario de pulmones.  Mezcla de labios y de párpados bendecidos por los timbres de la eternidad, las esquinas culturales y lingüísticas del planeta se juntan y se besan en las calles de Granada y dan a luz un racimo de esperanzas. Dentro de éste Festival está Nicaragua y el mundo, pero durante ocho días y siete noches el tiempo cesa y se queda inmóvil lo mundano. Se retuerce Ponce de León en su tumba cuando le digo que la Fuente de la Eterna Juventud está en Granada, en el Festival de Poesía que a guisa de Torre de Babel hace de la palabra el instrumento superno, edificante de un mundo sin muros, ni zanjas, sin odio ni egoísmos; una atmósfera febril y ubérrima donde la dignidad humana derrumba el anacrónico mitema de la otredad. Las plantas, los peces, los pájaros y demás animales de la fauna real y fantástica deambulan sobre un aire descomunalmente enrarecido por el poder adánico que les concede la Poesía. En Granada derrumbé el último vestigio de los puentes de la otredad que me desmerecían. En los trazos del poema ajeno emprendí la conjetura de descifrar el rostro de mi alma. Sólo así comprendí que mi nombre tiene algo de cielo y algo de tragedia, porque me duele el mundo. Que mis constelaciones están regidas por tres mujeres sabias, por siete gatos lúcidos. Que quienes sabemos algo de la muerte sabemos que es más sencilla que una montaña. Que para alcanzar la dicha siempre nos hace falta una pulgada. Que el tiempo de Granada, en su Festival de Poesía, es siempre “Hoy.” Y que en ése “hoy” hasta los pájaros escriben en el aire. Que es imposible que yo mismo sea el hombre que cae por la ventana de la alienación. Comprendí que por fortuna no soy ningún profeta. Que los profetas son “gente seria” y que tienen que comportarse en la debida forma, lo cual para mí es una camisa amansa-locos. Comprendí que la Poesía es energía, un sendero hacia la causa primigenia, un relámpago de revelaciones, y que aun así las amenazas a la Poesía han sido cambiantes y difusas, según los vientos políticos, según el estado de conservación de los equilibrios sociales en las distintas partes del mundo. Sí, sí, sí lo confieso, soy un saqueador de primera clase. Cierro mis meditaciones con una bucanera paráfrasis de un poema de Toshishiro Motomura y del prólogo de Aérea, Revista Hispanoamericana de Poesía, porque tanto y tanto fulgor genésico acaparé en las calles y los sitios de Granada durante el XIII Festival Internacional de Poesía, que me freí las ansias y el cerebro, y no me quedó más opción que acceder a pulsar y descargar toda esa energía sobre la página feral con el mismo amor y agradecimiento con el que retuve cada una de estas vitales preseas que a forma de alhajas os he venido mostrando procazmente y con franqueza en mi recuento. Yo, que no soy aquel que se bebiera un vaso de vino dos mil años antes del nacimiento de Platón, sí puedo decir que soy aquel ser Sagitario para siempre marcado por el fuego purificador de la poesía encontrada en mis congéneres cosmopolitas, en los ojos de la muchedumbre granadina, en las plazas, en las calles y en los recintos de Granada, Nicaragua. El XIII Festival de Poesía de Granada es una imperecedera gota de ámbar coagulada y resguardada para siempre en el seno de la fraternidad y la solidaridad que existe entre todos los pueblos del mundo. ¡Abajo con los muros Poetas del Mundo! y ¡Que viva la Poesía! 





viernes, 24 de febrero de 2017

VALOR Y VIGENCIA DE LA POÉTICA DALTONIANA EN EL EXTERIOR


“Pienso en esas grandes olas de profundidad dentro del tiempo que cambian el significado de las palabras… Fragmentos así, de una vida que un tiempo fuera plena, fragmentos desordenados, muy cerca de nosotros, nuestros por un instante, y después misteriosos e inaccesibles como las líneas de una piedra esculpida por las olas, o de una concha en las profundidades.”  Giórgos Seféris, Delfos.

<<Por muy cenegado que el pasado permanezca entre ansias de libertad (propósito fallido,  sandez o locura sórdida, sediciosa) no cabe duda: embalsamado seguirá, fiel a toda su desesperanza. Fútil y vanidoso es pensar lo contrario. ¡Hombre! Es más: ningún revisionismo histórico, ni mucho menos una acicalada reinterpretación de paradigmas podrá resucitar lo que en esencia yace allá, fétido, muerto. Estás loco si piensas que luego, muy antojadizamente, lo vas a enderezar todo tú solo por otro camino. No hay credo religioso ni ideología capaz del milagro o del sortilegio>> O sea la política de nuestro país, su identidad cultural, el mitema de su organización social y catolicismo: un todo asentado sobre represión y chicotazos. En esos términos, más o menos, podemos resumir el status quo de los dueños de una finca que se llamaba El Salvador a la hora en que aparece un tal Roque Dalton por esos lares. A través de todo el Siglo XX, así de ferruginosa ha sido la línea de pensamiento y acción  de las dictaduras fascistas y oligárquicas del país, logrando adoctrinar las capas sociales de El Salvador en sus muy castizas aulas educativas. 

En muchas culturas se dice que la luz de los astros que alumbran durante el nacimiento de cada persona  dictamina la ruta de esas vidas marcadas para su grandeza espiritual o sus tragedias. Nosotros acá no nos dejaremos seducir por esa astrología judiciaria, y diferiremos de esa línea intuitiva para desbrozar nuestro camino entre las junglas de la historia, en su sentido más amplio, porque es en la historia y en el intento vanguardista de hacer otra historia donde hallamos las claves del fenómeno prodigioso y extraordinario de la vida y la obra del poeta que en este encuentro conmemoramos.

Roque Dalton nació el 14 de mayo de 1935, el mismo año que en Viena Edmund Husserl hablará de las contribuciones hechas al pensamiento griego por las vertientes filosóficas egipcias y babilónicas en una conferencia denominada: “La filosofía en la crisis de la humanidad europea.”  Es también ese el mismo año que en España Franco es nombrado Jefe del Estado Mayor Central[1], y en El Salvador, tres años atrás el régimen genocida-dictatorial de Maximiliano Hernández Martínez había perpetrado “la espantosa masacre del año 1932, en que fueron asesinados… más de treinta mil campesinos y obreros en menos de un mes.”[2] Hechos de los cuales, dirá el mismo Roque en una de sus obras cumbres, El Salvador, Monografía, los intelectuales de la época no hallarán qué decir y “los profesores de historia e historiadores se cuidan mucho de incluir en sus cátedras o en sus textos.” Aunque a primeras luces no sea lógico hablar de ángeles” para definir al duende estético del poeta que nos ocupa (un procaz y desenvuelto comunista latinoamericano, evidentemente desgarrado entre las contradicciones del materialismo dialéctico y la mística humanista-religiosa), lo que sí podemos decir de Roque Dalton es que tenía un espíritu libre, curioso, perplejo, inquieto, ingenioso, que lo propulsa a volverse doloridamente ecuménico al entrar de lleno (con su potencia intelectual) a la grave herida histórica que representa aquel baño de sangre del cual quedarían muy pocos sobrevivientes, entre ellos, el emblemático Miguel Mármol. La represión fue a mansalva, y dirigida al campesinado indígena salvadoreño. En Praga, en el año 1966, Mármol le hace entrega de un legado testimonial a Roque que hoy sin duda podemos entrever como una obra cargada de un gran valor literario e histórico, características que lo transforman en un nuevo clásico de referencia para nosotros, los salvadoreños. Es de rigor esa lectura. Esa larga entrevista con uno de los pocos sobrevivientes queda magistralmente convertida en el memorial de una etapa de la lucha por la liberación nacional, y está dedicado a las futuras generaciones del país en el libro homónimo, Miguel Mármol, publicado originalmente en Costa Rica en el año 1972.  Por eso hablar de Roque –tanto en el país como en el exterior- es desmadejar el andamiaje de la desesperanza con la que los brutos nos han querido cocer. Roque es alguien testarudamente empeñado en ir siempre a contracorriente. En su talante poético es una de “esas grandes olas de profundidad dentro del tiempo que cambian el significado de las palabras,” como dice el gran poeta griego Seféris. Hablamos de un muchacho devorador de libros, erudito, brillante, educado por jesuitas “que le hacen perder la fe” y que halla en el estudio del derecho, en el estudio de la historia nacional, y en su aprehensión del Marxismo las claves para emprender una de las travesías estéticas (estéticas por sobre todo), existenciales, intelectuales e ideológicas que aún hoy sigue sin parangón en las letras de El Salvador. Razón tiene Huezo Mixco al decir de él:

“Dalton es un Orfeo del siglo veinte que bajó, para no regresar, a los infiernos de una ética trastornada que debiéramos desterrar. Pocas literaturas pueden darse el lujo de tener un mito como el suyo… Para desentrañar la historia de su muerte se requiere de una máscara antigás, como la que él mismo propuso para ingresar en los palacios de la Iglesia.”[3]





Dalton es un Poeta rebelde, vanguardista, paradójico, mordaz, intimista, maestro de una contagiosa energía irónica, saltimbanqui medular en pos siempre de hacerle un corazón de esperanza y alegría al futuro de todo un pueblo,  a despecho de las amenazas y gambetas del inhóspito presente que le tocó sortear y vivir. “Mi verdadero conflicto hondureño-salvadoreño” dice en su poema “Guerra”, “fue con una muchacha.” O en uno de sus refranes ironiza: “Bueno es Dios, que no nos ha matado.” O en “Por qué escribimos” barrunta:

                “Uno tiene en las manos un pequeño país,
                horribles fechas,
                muertos como cuchillos exigentes,
                obispos venenosos,
                inmensos jóvenes de pie
                sin más edad que la esperanza…

Uno se va a morir,
                mañana,
                un año,
                un mes sin pétalos dormidos;
                disperso va a quedar sobre la tierra
                y vendrán nuevos hombres pidiendo panoramas.

                Preguntarán qué fuimos,
                quiénes con llamas puras les antecedieron,
                a quienes maldecir con el recuerdo.

                Bien.
                Eso hacemos:
                Custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.”

Absorber a fondo las caóticas lecturas de la realidad, y sintetizar, alambicar así, radicalmente, es quizá la más alta y generosa tarea del poeta, no obstante las limitaciones que padeció y los cataclismos en que habitó o que lo habitaban. Los juicios existenciales y lo juicios espirituales que desfilan -en el descampado de la luz y el aire que abre cada uno de sus poemas-  ejemplifican para nosotros la noción de que en el arte el ser humano verdaderamente puede enquistarse en el sagrado incendio de la libertad. En esa atmósfera donde toda realidad antes de ser palabra es semilla, el poeta profesa la sed por una realidad más rica, más humana, más profunda sin sustraerse de la sociedad. Pasa por un desierto de calamidades y sufrimientos en lo concreto y en lo subjetivo, por los infiernillos, y eso no lo amarga, es más, a la manera de Gibrán –que entendía en primera persona la relación entre el dolor y la alegría- la hazaña, el ciclo heroico lo hace entrar fértil de esperanzas y ternuras a las profundidades de la tierra prometida, para luego regresar a la miseria y la desesperanza generalizadas con nuevos signos y vitales preseas. Le da en los húmeros y en los tuétanos que no claudica, y a empellones de añil y sangre va desarmando el valle de los titiriteros de la monstruosidad. Con cada fresco que arma, con cada poema entrañable arremete contra los esperpentos, contra los deformes dueños de un galimatías que desde siempre les ha permitido mover los hilos de lo cruel a perennidad, impunemente.  En ese lenguaje donde nada es ramplón ni tardío (“Llegaste temprano al humor/ al ron fraterno/ a las revoluciones” le dice Benedetti), se intuye que Roque Dalton emprendió un camino que hoy sabemos truncado, dejado a medio andar, camino que a muchos de nosotros nos ha tocado proseguir hoy, hoy que precisamente dadas las jugarretas de la mezquindad ideológica de sus asesinos no podemos decirle en viva persona, con alguno de nuestros abigarrados poemas: “¡Feliz octogésimo segundo cumpleaños maestro!”. (Esperamos, sin embargo, que desde la galaxia de la que nos sintoniza reciba nuestro cariño y respeto.) 

Esta breve acotación sobre el impacto de su obra literaria no es la apología de la manida dimensión política que mucha de la crítica actual asume en aras de ampliar un solo sentido de la existencia del poeta, en detrimento de las demás dimensiones que integran la figura de un ser humano tan complejamente extraordinario dentro de la cultura centroamericana y salvadoreña. Como Masferrer, como Francisco Gavidia, como Salarrué, como Alfredo Espino, y como sus compañeros de generación, Roque tiene su propio nicho en el quehacer cultural de nuestro país, tanto dentro de él, como en el exterior. El cometido de esta tarde es el dilucidar sobre el menos cotejado de los Roques, el pensador, el poeta-filósofo e intérprete de la historia de El Salvador que muy hábilmente ensortijó (en las narices de ese monstruo existencial que lo vio nacer y vivir)  una obra ahora apreciada como innovadora y fundacional, sin que quepa de ello la menor duda. El crítico literario Saúl Yurkievich subraya lo siguiente a propósito del ingenio fundacional en la poesía de Vallejo:

“Vallejo no postula la ideología de la creación individual. Su expansión de recursos expresivos representa una expansión de la realidad abarcable… Así, restringiendo al mínimo el inmenso territorio de lo indecible, ha expandido como nadie las fronteras de lo que la poesía puede decir.”[4]

Lo mismo podríamos afirmar sobre el impulso y los resultados estéticos en la obra de Roque. Con justo denuedo podemos decir que la frase calza y nos lleva a la altura de un don compartido entre estos dos poetas de vanguardia. De hecho, en un minucioso ensayo publicado en la Habana en 1963, Roque deja un sentencioso registro de las lecciones sacadas de sus lecturas de Vallejo. Refiriéndose a “Poemas humanos” algo de su propio destino literario capta cuando pone al poeta peruano como “el más alto ejemplo… de una poesía en función del hombre… Solamente un hombre que además de su gran carga emocional y pasional tenía entre las manos el oficio de poeta, los instrumentos técnicos de poeta, pudo llevar a cabo la enorme labor que significa ese libro en absoluto irreducible.”[5]   

En su poesía que es casi siempre inmediata, epistolar, Roque habla desde la izquierda del corazón; desde una experiencia personal y sin embargo profundamente compartida con otros amigos escritores, pintores, músicos, poetas y bohemios como él con los que traficó en todas sus andanzas en el exterior. Nos hace comprender que el artista es el corazón de la aldea, y es el que interpreta sueño y pesadilla animado por los poderes de la tierra y por la altura y sabiduría del celaje que se forma y disfuma en las cumbres del Altépetl, la montaña sagrada que guarda el agua y los dones para la comunidad asentada a su alrededor.[6] Hasta en eso Roque es escuela. Logró la verdadera, profunda quintaesencia del espíritu de su tiempo –el análisis y comprensión de sus orígenes- y conformó con todo ello una poética erudita pero no pedante, grandilocuente. Con el humor y la sátira, como recomendaba Martí, hizo un entramado literario que expresa una cosmovisión, y logró su cometido con cada material y herramienta que la vida le otorgó para hacerle producir una obra duradera, integral. Por eso hablar de Roque Dalton es pretender hablar entre nosotros como él, es decir, sin narices respingadas, con respeto y atención a la experiencia del vecino, sin practicas intelectuales monologantes, fragmentarias, chovinistas, como bien ha acotado uno de sus mejores críticos, el escritor y filósofo salvadoreño Luis Alvarenga.

Lo que quiero compartir son cosas que he venido afiligranando y puliendo a través de una vida que ahora se alegra de dar testimonio de ser un pulso en torno a la creación estética, a pesar de las vicisitudes personales que en nada se asemejan a las que Roque enfrentó. Sustancialmente, en mi obra –que es un pie de página en comparación con la obra monumental de Roque- yo hablo de otras heridas y de otras alegrías, del dolor que padecemos muchos por el terruño todavía enfermo, inmerso aún en los problemas de la ergástula, enajenado, y está, por supuesto, el mar de los sargazos que es el exilio. En esas condiciones, el mejor homenaje a Roque es estudiar su obra no para imitarle, sino para partir hacia nuevos horizontes desde esa obra, sin obviar la influencia, pero sin tornar lo propio en un objeto verbal derivado o en simple, choteado calco. Al menos para mí, en poesía, Dalton es el epítome y el espíritu más claro de la entrega y abnegación que un hombre de letras le rindiera a la causa de la justicia social en El Salvador. Inspirados en su ejemplo surgieron otros que también ofrendaron sus vidas arando sobre el mar. Pero su ejemplo es único, extraordinario, original en el paisaje literario del siglo XX. Por eso propongo hacer un giro drástico para desplazarnos a ésta otra parte del diálogo con entusiasmo, y a través de ciertas preguntas que nos darán pie de entrada hacia la elucidación de mutuos descubrimientos. Una, la primera de esas preguntas fundamentales es: ¿Para qué sirven los libros de éste poeta seminal? ¿Qué significan los ensayos, los libros testimoniales, la novela, su monografía de El Salvador, las críticas de arte y los poemas de Roque Dalton para el escritor salvadoreño que le sucede?  





Para mí, a rajatabla yo tengo que en su conjunto, en su corpus literario, la escritura de Roque Dalton sirve para aprender cómo se emplaza un nuevo impulso poético y creativo, un abre-caminos que hace vanguardia emprendiendo así una lectura diferente de la realidad nacional y mundial. En los dilemas y problemas que se propone resolver ese potente cuerpo literario y poético queda cifrada una época, y se proyecta una visión crítica de la estética del agente de cambio, cribada anatomía del poema –por naturaleza- dado que surte de un escritor desafiante del paradigma mundial y nacional en boga. Eso fue ayer, es hoy, y será mañana. Sus asesinos únicamente desaparecieron aquella “isla de carne y hueso” que contenía la efervescencia de su espíritu, pero la laya de su espíritu y sus señalamientos siguen acá, vigentes en el corazón de las nuevas generaciones de artistas salvadoreños dentro y fuera del país; es decir, lozano y redivivo sigue nuestro Roque Dalton. Y es que ahí está el hombre, rigurosamente escéptico, por primera vez y para siempre en el registro de las letras salvadoreñas, decidiendo afianzar bien su obra sobre inspiraciones fundamentales. A Nietzsche por ejemplo le tocó decir, en Ecce Homo, “¡Sí! ¡Estoy consciente de dónde es que vengo.” Roque en cambio dice: ¿Cuál será nuestro rostro? ¿Cuál será nuestra heredad? ¿Cuál será nuestro alimento? ¿Cuál será nuestra palabra? ¿Cuál será nuestro destino? ¿Cuál será nuestra fe? No somos guardianes de esos grandes anhelos… somos un pueblo joven. Y esa aparente tristeza es una forma de dignidad.”[7] Hay un impulso ético, reivindicador en su obra que aborda aquello que a Otto René Castillo dolía tanto: “Cuando se ha visto transitar el hombre en sentido contrario/ Cuando se ha temblado dentro del vientre de la madre/ sin conocer aún el aire, la luz, o el grito de la muerte/ Cuando eso nos sucede no lloran los ojos/ sino la sangre humana y lastimada”. Dicho de otro modo, estamos frente a un individuo que crea aplicando una estética y una filosofía de la liberación, y así se echa de bruces al vacío, a la expedición de surcar toda la bazofia oficial histórica, occidentalizada, colonizadora, que hasta el momento diáfano en que al fin entra en conciencia de lo suyo, era el pan nuestro de cada día en aquel sistema de injusticia y de opresión que mantenía sumiso al pleno de la sociedad salvadoreña. ¿La recompensa por la hazaña? ¿La pepita de oro? Poder decir con todos los poderes telúricos de su sabia: “Discúlpame poesía por haberte hecho entender que no estás hecha sólo de palabras.” O aquel otro apotegma, hallado quizá en las mazmorras de alguno de sus cautiverios: “La poesía es como el pan/ de todos.”  

En su poema “Todos” Roque insiste que es un secreto a voces el presentimiento que todos los salvadoreños hemos nacido medio muertos a partir de 1932. Ese descubrimiento lo obsesionaba y crea una duda amenazante al centro de su ser, acaso “glauca” la denominaría él. Esa duda era lezna, corto-punzante, y sigue rediviva aún hoy entre nosotros, y se plantea de la siguiente manera: ¿Es la realidad nacional una realidad verdadera o hemos nacido siendo presas de una de las mayores farsas o estafas en la historia de América Latina? ¿Es, en esencia, el “Estado” salvadoreño (más que una fachada) el principio generador de una híper-realidad esclavista, siniestra, miserable, embrutecedora? Yendo a la yugular del asunto ¿es el estado salvadoreño, desde la época de la independencia hasta hoy, el foco infeccioso que se sirve de y disemina una mentalidad colonialista?

Uno lee, por ejemplo, toda la poesía española de la generación del 27, y toda la poesía posterior a esa generación, y uno rápido cae en la cuenta que España está en crisis. Tanto los poetas de adentro como los del exilio, desde el 27 hasta la caída de Franco, nombran el problema de la represión y el fratricidio en su valiente poesía desde que la crisis se venía gestando, mientras sucedía, y a través de sus viajes de Gólgota hasta bien entrada la década de los setenta. En El Salvador, en cambio, dada la estela de represión que dejó en la memoria del pueblo cada lucha reivindicativa y La matanza, toda nuestra literatura adolece de costumbrismo y folclor con el agravante que el ideario promulgado en ella es el de las entelequias. Los paisajes no son reales, los campesinos no son reales, ni sus costumbres ni sus aldeas, ni sus machetazos ni su bucólico contento. Apoyándose sobre el fonólogo, la prótesis, la epéntesis o la paragoge estas obras en verso y en prosa hacen su tarea de inculcarnos nuestra inferioridad con sus inacabables jarras de chicha, el aguardiente pleitista, los raptos con estupro, los robos, el cuatrerismo, los “cinco mil pesos” una fortuna (como en Jaraguá) hasta derruirse en tragedias, por un lado. Por el otro lado, tenemos el idioma zen de una naturaleza primigenia, con aves de fuego y mariposas de obsidiana que vuelan sobre serpientes de oro en las mansiones del dorado. La omnisciencia castiza pinta muñequitos de barro, y los mueve mágicamente en esta literatura hechiza, haciéndonos obviar a todos la mar de sangre que pulsa en el suelo de nuestra historia, insertándonos a todos en una suerte de connivencia idolátrica, caudillista hacia el dictador en turno, muy a despecho de su abismática presencia en todo. En esas estábamos cuando aparece la obra de Roque. Roque apunta bien a sus enemigos ideológicos, a los de la mera mata. “Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo” dice en uno de sus poemas. A ver: acendremos aún más nuestro impulso y revisemos algunos ejemplos del pensamiento europeo del siglo XIX que se convierten en fuente y cátedras de la visión de la realidad y la historia para nosotros acá, en Centro América, en el mero corazón de la periferia.





Hacia 1817, en su Historia de la Filosofía decía Hegel, el hombre fuerte del pensamiento de tiranos como Maximiliano Hernández Martínez: “El hombre es libre, cierto es que ésta es la substancia fundamental del hombre, y yendo más allá, dicha libertad no está supeditada al Estado, pero es en el Estado que en esencia y en principio se realiza.” Aquí entramos a la parte contenciosa del asunto, (prosigue el padre de los modernos nacionalismos) “La libertad silvestre, la de la naturaleza, el regalo de la libertad, no es algo real, porque el Estado es la primera  realización fundamental de la libertad.” Si leemos bien entre líneas, podemos inferir que el Estado es la primera y la última instancia donde se otorga y se recibe la libertad. La pregunta a resolver es, ¿qué clase de libertad? ¿Y qué decir de la paz, de la justicia social?  En 1821, el mismo año en que se declara y firma la mal llamada Independencia de Centro América, Hegel escribía en su Filosofía del derecho: “El Estado es la realidad concreta de la Idea (platónica) de la ética.” Más tarde, en “La Filosofía del Espíritu,” que data de 1830, Hegel también dijo: “Aunque el estado se origine en la violencia, no descansa en ella. La violencia, al producir al Estado, ha generado únicamente lo que es justificable en sí mismo, o sea, las leyes y una constitución.” Por si todo eso fuera poco, hay una aseveración todavía más racista y avasalladora (ella data del año 1837, y se encuentra en el libro Cátedra sobre la Filosofía de la Historia) Roque a través de toda su obra dialoga con ella principalmente, y es la siguiente:

“La historia universal viaja del Este hacia el Oeste, dado que Europa es el fin Absoluto del proceso histórico, tanto como Asia es el principio. La historia universal tiene un Este absoluto, a pesar de que el término “Este” es de carácter relativo, porque a pesar de que el mundo es una esfera, la historia no se mueve en forma circular alrededor del mundo, pero demuestra que tiene un extremo Este bien definido, en éste caso queremos decir Asia. Es en esa región del mundo desde la cual el sol físico y externo sale, y se pone cada día en el Oeste; pero es en el Oeste [entiéndase, “Occidente”] donde éste astro asciende a su plenitud dado que se transforma en el sol interno de la conciencia individual, que emite un fulgor más alto.”[8]

Habla, por supuesto, de los efectos de la luz solar sobre las virtudes de la dialéctica del pensamiento filosófico alemán. Meditemos. Si la historia universal nace en el oriente y se direcciona como un río inexorable hacia el Mediterráneo (para culminar y dar su mejor luz, sus mejores frutos en Europa) entonces sólo queda, naturalmente, que América no es sino una continuación de esa historia superior y afiligranada que es Europa en su antigüedad, medioevo, y modernidad. Así lo insinúa Hegel y así lo entienden los criollos que hacen de Centro América su hacienda, a través de los trucos fetichistas que conforman su independencia de España durante la última etapa del siglo XIX[9]. En este esquema, en éste planteamiento tan bien macerado en la intención de adueñarse de nuestros países, la pregunta es: ¿Dónde quedan los pueblos amerindios? ¿Dónde quedan el Medio Oriente, Egipto y el África Austral, Bantú? La respuesta es sencilla y asoladora: bien arrumbaditas quedan para el justo botín de las diferentes casas reales de Europa y sus conquistas. América Latina, es pues, el justo botín de los que hacen la conquista del nuevo mundo, luego será de sus hijos, los próceres –de cepa colonialista- y para sus herederos, los criollos actuales, de abolengo y formación colonialista.

En la página 16 del primer capítulo de su “Monografía de El Salvador,” Roque menciona  a Icelaca, una divinidad Lenca que era adorada junto a Comizahual, “El-Tigre-Que-Vuela,” en uno de los panteones mitológicos de El Salvador prehispánico. Icelaca se caracteriza por ser aquella divinidad “de dos caras que interpretaba el pasado y advertía sobre el porvenir.” En ese enigmático símbolo Lenca, entrañablemente certero, abridor de conciencias, está centrada la mística y la vigencia de la obra filosófica y literaria de nuestro poeta “comunicante” por antonomasia. Como muchos otros escritores salvadoreños en el exterior, ahí encuentro yo el germen, la lucha iniciática, el esplendor de una vida y una obra alucinantes con ese aparatoso fin monstruoso, sórdido, desimaginante que sufre el Roque físico. A través de su Monografía Dalton dialoga abiertamente con los apologistas y promotores de la filosofía de Hegel, que tiene por dínamo y categoría absoluta “La Fuerza”, y a quienes por aferrarse a la doctrina del “manifest destiny”[10] Dalton cataloga como “historiadores burgueses y antinacionales de El Salvador,” amaestrados “por la presencia enajenante y deformadora del imperialismo norteamericano y de la oligarquía criolla.” En este trabajo Roque deja planteado que lo suyo será “un medio de ahondar en el problema de lo nacional y de darles bases de tradición a muchos aspectos de la lucha por la independencia definitiva del país.” No cabe la menor duda: la de Roque Dalton es una estética que pondera y promueve la liberación del ciudadano salvadoreño que nace y crece inconsciente de la ergástula en que vive, esa superestructura creada y blindada por fuerzas ocultas dentro de la historia misma del país para beneficio perpetuo de unos cuantos. Esta condición de inexorable ergástula con eficiencia ha sido inyectada en la identidad del salvadoreño, ¡ah! pero su destrucción viene enmarcada en el contexto de una ola más grande, una limpieza más amplia que era, de acuerdo a las apreciaciones del mismo Roque, el inicio de una nueva historia, de una meta-historia que estaba al alcance de sus manos como posibilidad real, no abstracta[11], y que está por hacerse con el impulso de “las filas de los grandes elegidos y de los iluminados cotidianos” de la humanidad, a saber: la clase obrera y el campesinado hábilmente organizado en su vanguardia. Esa ola es la Revolución Latinoamericana. Por eso contundentemente escribe:

“Es hermoso considerar al poeta como un profeta. En sí, tal consideración es un acto poético en que el creador de los poemas se nos aparece oteando desde los altos montes al porvenir de la humanidad y señalando los grandes caminos. Yo prefiero, sin embargo, ubicar al poeta más como escudriñador de su propio tiempo que del futuro…”

Y más categórico se pone cuando proclama:

“Honor de poeta revolucionario: convencer a su generación de la necesidad de ser revolucionario hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto de epopeya. Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo cuando la calidad de revolucionario se puede premiar con la muerte es lo verdaderamente digno de la poesía. El poeta toma entonces la poesía de su generación y la entrega a la historia.”[12]

En la concepción estética y filosófica de Dalton La Historia es, pues, la montaña sagrada donde yacen el agua y los dones que benefician a toda la comunidad asentada a su alrededor. Su escudriñamiento, redescubrimiento y justa, poética memorialización de ella es la dialéctica subyacente a través de todo un impulso creativo que da como fruto un corpus literario original y cervantino a la vez, universal. Escalar esa montaña y ser su cartógrafo mientras se conquistan sus cumbres en fraternidad con el resto de los oprimidos y vilipendiados de América es la más útil y perdurable labor de la poesía en la mística daltoniana. Por ello ruptura y tradición; amistad y enemistad con el ego; egoísmo y solidaridad; caos y armonía en el universo que nos engulle y desgasta son palabras vitales que empecinan al poeta. Con su claridad, convicción y coherencia, con su disciplina y su constante crecer intelectual y estético Roque Dalton nos demuestra que el poeta es el epítome, el maestro de la ruptura y que también puede ser la nueva visión que surte desde esa ruptura. Sin cotejar consecuencias se sitúa ante los insólitos cicloramas de su realidad, y una y otra y otra vez no deja de asomarse al alma que late debajo del mundo, debajo de la humanidad propia y la ajena puesto que está convencido que él mismo, y el conjunto de personas que participan con él en la lucha continental por la liberación de su país, son la luz y los matices que asumirá o descartará para la composición de sus poemas. “La soledad es, pues, una mentira muy útil.” Ha dicho también… “La única organización pura que va quedando en el mundo de los hombres es la guerrilla. Todo lo demás muestra manchas de pudrición” sentencia que brilla en Taberna y otros lugares.

Por eso Eros y Tánatos; dicha y desdicha; perennidad y fugacidad; apego y desprendimiento; partir y quedarse, lo sacro y lo profano, fraternidad universal y fratricidios pormenorizados. O sea, paradoja, paradoja, pérdida, fenecimiento, ilusión vivida, ilusión perdida, suma, desmembramiento existencial, pírricas u opulentas avenidas que conllevan al contraste. Su portentoso éxtasis y gula por la vida, su ostensible alimento en sí crece por sobre las flores y hierbajos de la miseria y a pesar de lo nimio en ese magro panorama que a través de la palabra viva[13] busca transformar. Por si eso fuera poco, su compromiso y consagración cobran tetravalente vigencia desde el ánimo y la caricia del pan espiritual que para él representa el nudo gordiano del ser amado, en todas sus concepciones. Ahí están los “Poems in law to Lisa,” “Aída: fusilemos la noche,” “Desnuda,” “Pequeña oda para retenerte,” etc. Todo eso lo todaviiza en un atado de voces y registros, acaecimientos que conforman una atmósfera de mundos evolutivos que compiten por llegar –cual margarita emocionante- a un mismo plano, en busca siempre del amor y la libertad, o acaso sea a la inversa. ¿Quizá la invectiva daltoniana trata de llegar a la libertad total a través del amor? Ese es su régimen y su estructura polivalente. Por ende desde sus líneas perdurables la poesía de Dalton nos fisgonea, y a sus detractores por siempre imprecará cuando enuncia:
            Mófense de mi sabiduría repentina
            de mis estertores frustrados en cada sorbo de aire
            sólo los acostumbrados a la magia baldía
            sólo los capaces de danzar en el polvo
            sólo los grandes desalojados
            conocemos y entendemos los vericuetos
            de éste glauco minuto.

            Es que para esta fecha de aullido
            estábamos tan sólo predestinados
            sólo para llegar a ella nacimos
            y no cabe en nosotros la tregua
            sino el agotamiento del negro deber

            Danzad dancemos con la tibia llama
            todo lo sé me duelo de saberlo
            tanto amor en el pecho me atormenta
            danzad dancemos con la tibia llama

            La más ignota duda desentraño
            la más robada lámpara consigo
            el día más perdido reconquisto
            danzad dancemos tiemblo de rocío.[14]



Ario E. Salazar
Poeta salvadoreño.
Chalchuapa, Santa Ana, (1973 - )

Granada, Nicaragua, 15 de febrero de 2017, XIII Festival Internacional de Poesía.













[1] El año siguiente Franco traicionará a su mando, y comenzará La Guerra Civil española.
[2] Roque Dalton, El Salvador, Monografía. UCA Editores, San Salvador, 1994.
[3] Miguel Huezo Mixco, “Roque Dalton: un corazón aventurero.” Prólogo al Volumen III de “No pronuncies mi nombre, Poesía Completa.” CONCULTURA, DPI, San salvador, 2008.
[4] Saúl Yurkievich, Fundadores de la nueva poesía latinoamericana, Edhasa, Barcelona, 2002.
[5] Roque Dalton, César Vallejo, Cuadernos de la Casa de las Américas 6, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963.
[6] Eduardo Matos Moctezuma, Tenochtitlán, Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, Serie Ciudades, México, D.F. 2006
[7] “El hijo pródigo.” IV, Los pequeños infiernos, 1966.
[8] Lectures on the Philosophy of World History. GHF Hegel. Translated from the German by H.B. Nisbet. Cambridge University Press, 1975. Traducción al Castellano de Ario E. Salazar para éste artículo.
[9] Escribe Enrique Dussel en su Filosofía de la liberación: “En la periferia, la familia aristocrática, oligárquica, o grupos dominadores, lo mismo que en el centro pero con diferencias comprensibles, conservan instituciones fetichistas que han heredado de los conquistadores, colonizadores, opresores, burócratas imperiales o impuestos por los medios de comunicación colectiva...” Fondo de Cultura Económica, México, 2014.
[10] Un término de muy controvertido expansionismo e imperialismo (moral y político) acuñado por el periodista estadounidense John L. O’Sullivan, un grandilocuente articulista enamorado del modelo democrático Jacksoniano [llamado así en honor a Andrew Jackson, el séptimo presidente de los EEUU]
[11] El materialismo dialéctico concede gran importancia a las categorías de las Posibilidades Formales (Abstractas) y las Reales. De ahí tenemos que: “La posibilidad desvinculada de las condiciones concretas necesarias para su realización se llama Posibilidad Abstracta, o Formal.” Se infiere que lo opuesto conforma la Posibilidad Real. 
[12] Roque Dalton: “Sobre algunos problemas de la poesía”, La Gaceta de Cuba, La Habana, 1962.
[13] Luis Alvarenga concuerda conmigo: ¿Por qué es tan significativo esto? Porque en la poesía, la palabra es la materia prima. Pero la palabra “no está hecha sólo de palabras”: No se queda encerrada en un terreno donde no roza la vida. Por lo tanto, tenemos aquí una concepción integral de la palabra. La palabra tiene más que un simple carácter de significación… La tensión o el desgarramiento entre la palabra y la vida es lo que lo hizo crecer como intelectual. Por ello, su obra está animada por una voluntad de transformar, a través de la palabra, a su país. La palabra deja de ser una simple explicación de la historia y busca rehacer la historia.” Una temporada en el infierno: La poesía de madurez de Roque Dalton. CONCULTURA, DPI, San Salvador, El Salvador, 2008. 
[14] Para hacer énfasis en la lectura del texto digité con letra negrilla ciertas frases del poema; dicho arreglo visual no corresponde al texto original de Roque.