“Es
muy fácil pensar
las cosas; pero es muy difícil
serlas.” Nietzsche
Por
ahora podemos decir que el Darwinismo Literario es únicamente un
club con potencial de crecer y de convertirse en un grupo. Sólo se
cuenta con treinta – más o menos – neófitos declarados en el
mundo académico. El amplísimo campo de la biopoesía
– disciplina
que relaciona a la música y a las artes visuales con las teorías de
Darwin – quizá podría añadir un puñado más. Aún así la
propuesta del Darwinismo Literario ha conquistado la imaginación de
un número de catedráticos que crecieron con otras técnicas de
crítica literaria y que en algún momento terminaron enfadados de
ellas. Brian Boyd, por ejemplo, un reconocido experto en la obra de
Vladimir
Nabokov
y catedrático de la Universidad de Nueva Zelanda en Auckland dio un
giro en sus años cuarenta hacia el Darwinismo Literario que lo hizo
presa de lo que él llama “una
sencillísima y poderosa idea.”
Pudiera
parecer extraño que catedráticos del idioma Inglés faltos de
inspiración se vuelquen hacia la biología evolucionista, pero no
debemos subestimar el atractivo que alberga la visión del mundo que
Darwin formuló. Tiene una manera especial de llamar la atención de
la gente. Es cierto que a muchos de nosotros nos incomoda el que se
nos recuerde que los seres humanos descendemos de los monos (o peor
aún, de bacterias procarióticas), pero también a muchos de
nosotros nos gusta la sutil certeza que el Darwinismo nos ofrece. A
pesar de que su teoría promulga que el cambio incesante es la
esencia de la vida, tiene la facultad de ser una filosofía
alentadora porque profesa de que hay respuestas. Es más, una
filosofía que nos sugiere de que “sobreviven los más fuertes”
es un piropo para cada uno de nosotros ya que estamos aquí, leyendo
precisamente sobre esto. Por lo tanto no nos sorprende que la
biología evolucionista ha superado la etapa de ser invocada
únicamente como una teoría que versa sobre los cambios físicos en
la constitución de los seres vivientes. Ahora también es una
herramienta explicativa que tiene atractivo tanto para el catedrático
como para el pequeño psicólogo de barrio que todos llevamos dentro.
(En sus explicaciones de por qué se comporta como un chico malo, Jack
Nicholson le dijo a un entrevistador del New
York Times
en el 2002: “tengo
una debilidad por lo que me atrae. No es simplemente cuestión de
psicología. Es glandular y tiene que ver con la continuación de la
especie sin pensárselo demasiado.”)
El
Darwinismo Literario –como tantas ramificaciones del árbol del
Darwinismo – tiene una tendencia a hallar deleite en aquellos que
andan en busca de explicaciones universales. Como sucedió antes con
el Freudianismo y el Marxismo, tiene ambiciones a gran escala: el
buscarle explicaciones no únicamente a un texto en particular o a un
autor seleccionado sino a todos
los
textos y a todos
los
autores a través del tiempo y a través de las culturas. Puede que
le sirva también a los catedráticos de la lengua Inglesa para
recuperar un poco de la influencia – y del dinero – que las
ciencias, en la lucha Darwiniana por recursos universitarios, le han
robado a la facultad de humanidades durante el último siglo. Pero
por ahora para ponerse en marcha bajo las consignas del Darwinismo
Literario uno tiene que ser independiente e intrépido. “La
más sencilla y efectiva forma de repudiarnos es ser ignorados,”
dice Carrols.
Los
Darwinistas Literarios dan la sensación de ser un culto. Cuando se
ponen a chismorrear sobre aquellos colegas que en privado comparten
sus ideas, pero que por temor a la academia en público no dan a
conocer sus verdaderas creencias, algunas veces hasta los llegan a
catalogar como que están “en el clóset.” Al ahora cincuentón
de Carroll la conversión a la nueva disciplina le sucedió cuando en
su juventud se hallaba perdido –a pesar de tener plaza fija de por
vida- como catedrático del idioma Inglés en la Universidad de
Missouri en St. Louis. Cuenta que agarró El
origen de las especies y
El
orígen
del
hombre, y
tuvo la sacudida, la convicción intuitiva de que había dado con la
llave maestra para resolver el acertijo de la literatura. A Carroll
siempre lo habían seducido las grandes ideas. Dice haber pasado por
una intensa etapa “Hegeliana” cuando tenía veintiún años. “El
concepto fundamental se cristalizó en mí en cuestión de semanas,”
rememora,
y dice que las notas que empezó a tomar en un estado de “altísima
intensidad” se fueron coagulando hasta llegar al libro ahora
imprescindible sobre el asunto: Evolución
y teoría literaria, publicado
en 1995.
Jonathan
Gottschall, el editor de El
animal literario comenzó
su maestría en lengua Inglesa en la Universidad Estatal de Nueva
York en el campus de Binghampton en 1994 y estaba sorprendido de ver
el poco interés que sus profesores tenían por dar con “el
enorme proyecto délfico de ir en busca de la sustancia de la
naturaleza humana. No tenían vocación para el conocimiento. Es más,
parecían pericos recitando únicamente las palabras.” Cuando
en una tienda de libros usados se topó con una copia de El
simio al desnudo, libro
del zoólogo Desmond Morris, publicado en 1967, las observaciones del
autor sobre el empalme entre la conducta de los primates y la
conducta humana hallaron sentido en él. (A menudo los animales
juegan un papel importante en los procesos de conversión. Así
tenemos que Ellen Dissanayake, una bíopoeticista en la Universidad
del Estado de Washington, y autora del libro ¿Para
qué ha de servir el arte? fue
incitada a tener su conversión en parte al ponerse a observar la
conducta de animales salvajes y al hacer comparaciones entre los
animales y sus niños – su esposo era director del Zoológico
Nacional de Washington en aquel entonces.)
Poco
después de haber leído El
simio al desnudo, Gottschall
volvió a leer la Ilíada, uno de sus libros predilectos. “Como
siempre,” escribe
en la introducción a El
animal literario “Homero hizo que mis huesos se flexionaran y me
dolieran bajo el peso de todo el terror y la belleza de la condición
humana. Sin embargo esta vez también se me dio el experimentar a la
Ilíada
como
quien está frente a un drama de simios al desnudo: pavoneándose
todos ellos, acicalándose, peleándose, tatuando sus pechos, y
bramando en su poderío mientras competían por la dominación
social, por las mejores hembras, y por los recursos materiales.”
Aventuró
a llevar sus ideas y conceptos a la clase. “Cada
vez que yo decía ‘sociobiología’
y
‘biología
evolucionista’ en
clase, mis compañeros lo único que visualizaban era ‘eugenesia’
y
‘Hitler.’
Aquellas
reacciones eran una medida concreta de cuán tóxico era aquel
material,” recuerda.
Su
interés por el Darwinismo Literario parece no haberle ayudado en su
carrera. Por ejemplo El
animal literario fue
rechazado por más de una docena de casas editoriales antes de que la
editorial Northwestern
University Press accedió
a tomar el manuscrito. El mismo Gottschall sigue desempleado (aunque
debemos de aclarar que ésta es una condición propia de los que
tienen un doctorado en lengua Inglesa). Los Darwinistas Literarios
alegan de que hasta el día de hoy ninguno de sus adeptos declarados
ha recibido una plaza fija a nivel nacional. “La
mayor parte de mis amigos terminaron en escuelas élite o en sus equivalentes,” dice
Joseph Carroll, mientras que él trabaja “en
un campus lejano que es parte de un conglomerado de proveedores
educativos para un sistema universitario.”
El
Varón
Alfa del
Darwinismo Literario es el septuagenario biólogo egresado de la
Universidad de Harvard Edgard
O. Wilson.
“No
hay nadie más a quien se le deba tanto,” asegura
Gottschall. Wilson contribuyó con el prólogo de El
animal literario en
el que vaticina que si el Darwinismo Literario prevalece y “no
únicamente la naturaleza humana, sino que sus mejores producciones
literarias pueden ser ligadas con fundamento a sus raíces
biológicas, entonces tendremos uno de los más grandes eventos en la
historia intelectual. ¡Las
ciencias y las humanidades al fin unidas!” Por treinta años Wilson
se ha ocupado de preparar el camino para que tal momento llegue. En
1975 lideró la expansión de la biología evolucionista moderna con
la publicación de su libro: Sociobiología:
la nueva síntesis. En
el último capítulo de la obra trató de demostrar que las presiones
evolutivas juegan un rol importante no sólo en la sociedad animal
sino en la cultura humana también. “Muchos
científicos se hubieran quedado quietos si yo me hubiera dedicado
únicamente a estudiar chimpancés,” Wilson
se daría a recordar más tarde, “pero
el desafío y la exaltación que sentía eran demasiado grandes como
para resistirme.”
En
su obra Sobre
la naturaleza humana publicada tres años después Wilson volvió al asunto con renovadas energías.
La disciplina que surgió –en parte gracias a sus esfuerzos- la
psicología evolucionista asegura que muchas de nuestras
actividades mentales y las conductas que de ellas se derivan (el
lenguaje, el altruismo, la promiscuidad) se pueden rastrear hasta
llegar a las preferencias que fueron codificadas en nosotros durante
la prehistoria cuando eran necesarias para ayudarnos a sobrevivir. De
acuerdo a los psicólogos evolucionistas todos los desajustes
mentales que tenemos, así como los deseos de cantar o de ahorrar son
circuitos mentales con los que estamos programados. También es la
labor de los psicólogos evolucionistas el desentrañar y
desmitificar la sustancia de la conciencia misma aventurando la
teoría, por ejemplo, de que el cerebro es una colección de módulos
separados que han ido evolucionando para facilitar operaciones
mentales, algo parecido a uno de esos cuchillos multiusos equiparados con un sin fin de herramientas. El cerebro no es algo parecido a un alma. Una
repercusión controvertida de sus teorías es que la evolución es la
causante de tantas desigualdades en muchos grupos. Sólo hace falta
recordar el lío en el que se metió Lawrence Summers, el Presidente
de la Universidad de Harvard en el 2006, al especular de que la evolución era culpable
de dejar a las mujeres con menor capacidad que los hombres para dar
un rendimiento óptimo en los campos científicos y en la ingeniería:
dicha noción aún nos sigue irritando.
Al
mismo tiempo hoy día hablamos casualmente de preferencias innatas,
comportamientos de adaptación, y estrategias para mejorar nuestra
condición física. Consideremos hasta qué punto la psicología
evolucionista ha desplazado a Freud. ¿Hoy quién diría que ha
descubierto una tribu remota donde existe el incesto como tabú y que
por eso podemos concluir que eso es así porque los hijos viven
reprimiendo inconscientemente una atracción sexual hacia sus madres?
En vez de eso citaríamos algún principio de biología evolucionista
que declara que hemos desarrollado una repugnancia innata por la
endogamia porque produce defectos de nacimiento y éstos a su vez son
una barrera para nuestra supervivencia.
Recién
le pedí a Wilson en una conversación telefónica que me diera una
apreciación del estado en el que se encontraba la revolución que él
tímidamente comenzó. Me interesaba saber qué tan lejos han llegado
los sociólogos y los psicólogos en el proceso de incorporar
principios evolucionistas en sus campos de trabajo. Wilson se rió y
muy afablemente me contestó “me
parece que no han avanzando mucho.” Sin
embargo parece emocionarse con la idea de que la sociobiología
pueda ser capaz de botarle el polvo a las artes –especialmente a la
literatura- con su magia inherente. “La
confusión es lo que reina en el campo de la crítica literaria,”
ha
dictaminado Wilson en su prólogo a El
animal literario. Por
teléfono clarificó aún más su punto: “Se
limitan a seguirlo presentando, a seguir enseñándolo, a seguir
explicándolo de la mejor manera en que se les ocurre.” Dentro de la crítica literaria en boga, especialmente en la escuela de
Derrida, sólo ve “una
expresión de desarraigadas asociaciones libres y una tentativa por
crear directrices analíticas basadas en percepciones idiosincrásicas
que no aclaran cómo es que el mundo y la mente funcionan. No pude
hallar ningún tipo de coherencia.” Quizá
intuyendo mis objeciones se dio en proceder: “No
estamos hablando de reducir, corroer, deshumanizar. Estamos hablando
de aportar historia profunda, de darle una profunda historia genética
a la crítica literaria.”
Los
Darwinistas Literarios usan esa “historia
profunda” para
explicar el poder de los libros y de la poesía que de otro modo
podría confundirnos, añadiendo quizá de este modo satisfacción a
nuestra lectura de ellos. Tomemos por ejemplo a Hamlet.
Al ponerlo bajo la lupa del Darwinismo Literario, la trama de
Shakespeare se convierte en la historia de un joven con el dilema de
escoger entre un interés personal (apoderarse del reino a través
del asesinato de su tío, el nuevo esposo de su madre) y su interés
genético (si su madre tiene hijos con su tío, él podría tener
nuevos hermanos que poseerán tres octavos de sus genes). ¡Por eso
vemos al príncipe de Dinamarca tan confundido sin saber qué hacer!
Veamos
también el estudio que Jonathan Gottschall elaboró sobre la Ilíada:
enfáticamente sugiere que la lucha por las mujeres en esta épica no
sustituye a la lucha por el territorio, como muchos comentaristas han
asumido, sino que es el tema central del poema que es el resultado de
un desequilibrio en la antigüedad en lo referente a la relación
porcentual entre hombres y mujeres, un dato que fue excavado en parte
a través del estudio de los vestigios arqueológicos hallados en
osarios contemporáneos a la obra.
Una
de las principales propuestas de la psicología evolucionista dice
que el placer es adaptable, por lo tanto es significativo que da
gusto practicar el Darwinismo Literario. Si bien es cierto que sus
observaciones sobre libros individuales pueden ser entretenidas y
memorables, también a veces pueden parecer cursi. “Una
muy rica probadita del pastel, pero ¿qué han hecho con el resto?”
dice
David Sloan Wilson, un editor de El
animal literario y
catedrático de biología y antropología en la Universidad Estatal
de Nueva York en Binghampton.
Además,
el Darwinismo Literario no es diestro en explicarlo todo. Es bueno
para el análisis de las grandes novelas sociales, o sea, explicando
el comportamiento de las personas en el contexto de un grupo. Como
bien señala el novelista inglés Ian McEwan en su contribución a
El
animal literario “si uno se pone a leer relatos de… tropas de
bonobos
(chimpancés
enanos) uno
halla en esos relatos los borradores de todos los temas de la novela
inglesa del siglo XIX.” De
ninguna manera estoy dispuesto a creer –por muy arrojada que sea
nuestra imaginación- que un chimpancé sea capaz de evocar en
nosotros la finura de obras como La
tierra baldía
(The Waste Land) o
el Finnegans
Wake.
El
tono, el ángulo o punto de vista, la fiabilidad del narrador –
éstos son tropos literarios que por lo general se les escapa a los
Darwinistas Literarios, una limitación interpretativa que quizá
pueda estar directamente ligada al carácter de Darwin. Una vez su
hijo se quejó de su padre diciendo que “siempre
nos dejaba atónitos el ver la clase de basura que el viejo toleraba
a la hora de seleccionar novelas.” Darwin
se sentía muy atraído a libros que eran darwinianos. De igual modo,
los Darwinistas Literarios están en mejores manos cuando leen a
Emile
Zola
y John
Steinbeck
que cuando leen a Henry
James
o a Gustave
Flaubert.
Con gusto me daría a leer sus apreciaciones sobre las obras
históricas de Shakespeare antes de leer lo que piensan sobre las
tragedias, y leería lo ponderado sobre las tragedias antes de entrar
en las comedias, y por ejemplo en sus análisis sobre La
tempestad
me
daría mucha curiosidad leer sus observaciones sobre la tríada de
los personajes de Próspero, Miranda, y Fernando pero no hallaría
quizá el mismo deleite en sus apreciaciones sobre Calibán
o Ariel. La verdad es que no me interesa analizar el tipo de
presiones evolutivas que aquejan a los distraídos, o a los elfos o a
seres hechos de rocío.
∞
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