martes, 6 de agosto de 2013

Los Darwinistas Literarios, Primera Parte


Recientemente ha habido una expansión en los círculos de la teoría Darwiniana de la evolución, desplazándose de la biología a la psicología hasta el territorio de las ideas. Ahora también ha penetrado en el campo de la literatura. El escritor y crítico norteamericano D.T. Max le echa un vistazo a ésta nueva forma de crítica literaria.


Jane Austen publicó Orgullo y prejuicio por primera vez en 1813. Tenía sus aprehensiones con respecto al libro y quejumbrosamente señalaba en una carta enviada a su hermana de que la obra le parecía “demasiado liviana, alegre y efervescente.” Pero dichas cualidades pueden ser precisamente las causantes de que ese libro sea la más popular de sus obras. La novela nos cuenta la historia de Elizabeth Bennet, una jovial muchacha nacida al seno de una familia aristocrática (venida a menos) que por azar conoce al Señor Darcy, un verdadero aristócrata. Al principio los dos se caen mal. El Señor Darcy es arrogante; Elizabeth es lista y despierta. Sin embargo, a través de una serie de pequeños encuentros que los hace verse en una luz reveladora y atractiva Elizabeth y el Señor Darcy al fin llegan al amor – ayuda a la trama la sabia intervención de Darcy en el problema del rapto de la hermana menor de Elizabeth, Lidia, perpetrado por un oficial llamado Wickham (Darcy resuelve sobornar al desconsiderado don Juan para que éste se case con Lidia) Total, la pareja dispareja se enamora, se casan, y como se intuye al finalizar el libro, viven felices por el resto de sus días.

Para el lector promedio Orgullo y prejuicio es una comedia romántica. El placer derivado de la obra surge de la vivificante cuota de realidad que Austen vierte en los personajes y la familiaridad que aún hoy sentimos por ellos: sentimos que conocemos a Elizabeth y a Darcy. En un plano literario mayor podemos decir que degustamos del diálogo inteligente de la autora y de su experto manejo del humor. Por razones similares los críticos han tenido a bien catalogar a la novela como a un clásico, lo cual representa la más alta (si no es que la más definida) expresión de que la obra queda aprobada.

Más para una emergente escuela de crítica literaria conocida como Darwinismo Literario, la novela se significa por razones diferentes. Así como Darwin estudió a los animales para descubrir los patrones evolutivos tras su desarrollo, los Darwinistas Literarios leen libros en busca de los innatos patrones de conducta de los seres humanos, entre ellos: el deseo de tener hijos y de criarlos; el esfuerzo por obtener recursos (dinero, propiedades, influencia); y el asunto de la competencia y la cooperación al seno de las familias y las comunidades. Alegan que es imposible la apreciación y la comprensión de un texto literario a menos de que estemos concientes de que los seres humanos nos comportamos universalmente de ciertas maneras. Alegan de que esto es así porque nuestros circuitos han sido programados para que seamos de esa manera. Para estos críticos las obras de literatura más genuinas y efectivas son aquellas que aluden o ejemplifican estas verdades básicas y sencillas.

Desde los primeros enunciados en el primer capítulo: “Es una verdad universalmente aceptada de que un hombre soltero y posesionado de una buena fortuna debe sin duda querer tener una esposa,” hasta las palabras finales de la obra: “Feliz en la satisfacción de sus sentimientos maternos fue llamado el día aquel en que la señora Bennet (la madre de Elizabeth y de Lidia) se desprendió de sus dos buenas hijas,” la novela está cargada con la clase de ritos de transformación personal que para los Darwinistas Literarios apuntan hacia un mayor significado. Uno de ellos -por ejemplo- llama a la novela su “mosca frutífera.” En el libro las mujeres se desviven por casarse con hombres de estatus social elevado, en armonía con la idea darwiniana de que las hembras intentan siempre encontrar parejas cuyos estatus garantizarán el éxito de los retoños. De igual modo, en la contraparte los hombres compiten para poder casarse con las mujeres más atractivas, en armonía con la idea darwiniana de que los machos buscan juventud y belleza en las hembras como signos inequívocos de que son fértiles. Los juegos de flirteo entre Darcy y Elizabeth demuestran el trabajo que los mamíferos nos tomamos en discernir y hacer la distinción entre intereses pasajeros (una aventura amorosa, un mero despertar sexual) e intereses a largo plazo (estabilidad, compromiso, fortuna, buena salud física y mental). Mientras tanto Wickham – el pobre diablo burócrata que en su intento por aparearse inicia tratando de robarse a la hermana de Darcy y termina robándose a Lidia – es el claro ejemplo de lo que los biólogos evolucionistas llaman, “la teoría del subrepticio macho caliente” (y que conste que estoy usando un liviano eufemismo comparado a como ellos realmente hablan).

Las personas situadas más allá de la edad fértil también tienen su rol en el paradigma de los Darwinistas Literarios. Consideremos por ejemplo a la señora Bennet, la madre de Elizabeth. Jane Austen la cataloga de “perpetuamente bufa,” y la mayor parte de críticos en los dos últimos siglos han estado de acuerdo con ella. Pero para los Darwinistas Literarios su obsesión con el matrimonio tiene perfecto sentido, porque también le va la vida en ello. Si una de sus dos hijas tiene hijos, entonces la señora Bennet habrá transferido su bagaje genético, alcanzando así la meta primordial de todo ser viviente de acuerdo a los teóricos evolutivos: la re-producción de los genes propios. (Alguien una vez le preguntó a J.B.S. Haldane, un biólogo inglés, si le hubiera gustado ser su hermano y él dijo que no, pero que sí le hubiera gustado ser dos hermanos u ocho primos)

Es importante estar al tanto de las corrientes de crítica literaria del momento para entender en qué se diferencian los Darwinistas Literarios. La teoría de crítica literaria del momento tiende a ver al texto como el resultado de una condición social en particular, o en menores casos ve en lo escrito una red de referencias que emerge de otros textos. (Jacques Derrida, el padre de la deconstrucción es famoso por haber acuñado la frase que estipula de que “nada queda fuera del alcance del texto.”) Generalmente la teoría de crítica literaria se enfoca en las maneras en las cuales las identidades del escritor y de el lector – heterosexual, homosexual, femenina, masculina, de color, blanca, colonizado o colonizador – forjan una cierta narrativa o su interpretación. En algunos casos estos teóricos consideran que la ciencia no es más que otro tipo de lenguaje, o ponen en tela de juicio lo dicho por científicos cuando dicen que hablan en nombre de la naturaleza. Los ven con sospecha, y dicen que lo que en verdad están haciendo es poner en claro su propia afirmación del poder. Los Darwinistas Literarios rompen con estos cercos ideológicos. Primero que nada, su misión es estudiar a la literatura a través de la biología – no a través de la política o de la semiótica. En segundo lugar, dan por sentado de que la literatura es poseedora de su propia verdad, o de un conjunto de verdades, pero aseguran que esas verdades son derivadas de las leyes de la naturaleza.

The Literary Animal (El animal literario) es la primera antología docta dedicada al tema del Darwinismo Literario. Se nutre de varios campos que son parte del haz de estudios evolucionistas darwinianos, inclusive aquellos que profesan psicólogos y biólogos evolucionistas, y por su puesto no faltan los catedráticos en literatura. Los ensayos de la obra son ponencias que examinan la importancia del nexo entre varones en la épica y en los romances, la batalla de los sexos en la obra de Shakespeare y el motivo tan recurrente en la tradición literaria de Japón y del occidente del hombre que rechaza al hijo bastardo porque es hijo del adulterio. El animal literario sondea siglos y culturas individuales con más valentía que bravura. “No hay obra literaria escrita en ninguna parte del mundo, en ninguna época, elaborada por cualquier autor, que esté fuera del alcance del análisis darwiniano,” asevera Joseph Carroll, un catedrático del idioma Inglés en la Universidad de Missouri en St. Louis en un ensayo que aparece en El animal literario.

¿A qué llevar a la literatura a un plano científico que esencialmente brega con las ciencias sociales?

La respuesta nos la provee Jonathan Gotschall, uno de los editores de El animal literario, y lo sintetiza así: “Una cosa fundamental que la literatura nos brinda es datos, información. Información rápida, sin límites, cruzando fronteras culturales a un bajo costo.”

Hay un don circular en esta clase de argumentos que se centra en usar textos que hablan de la gente para demostrar que la gente se comporta de maneras muy humanas. Y aquí me acuerdo del verso de Robert Frost que dice: “La tierra es el lugar más apropiado para amar/ No puedo concebir otro lugar en donde esto sea mejor.” Pero el Darwinismo Literario tiene un segundo enfoque: también quiere investigar porqué leemos y escribimos ficción. Al centro del Darwinismo Literario está la idea de que heredamos muchas de las predisposiciones que catalogamos como culturales a través de nuestros genes. Dicha propuesta pone a nuestro comportamiento bajo la misma lupa y bajo los mismos exámenes de aptitud como hasta ahora se había hecho con nuestros cuerpos, es decir, si un rasgo conductual carece de propósitos entonces la evolución –dado cierto período de tiempo- puede que lo elimine. Por lo tanto, se hacen la pregunta los Darwinistas Literarios, ¿porqué seguimos empeñados en seguir practicando este extraño ejercicio de la imaginación? ¿En qué nos beneficia la escritura y lectura de nuestras ficciones? En su ensayo intitulado Ingeniería de narrativa a la inversa Michelle Scalise Sugiyama trata de simplificar el asunto desarmando tramas, separando las partes en personajes, escenarios, ambientaciones, causalidades y cronogramas de acción (lo que ella llama “los aparatos y piñones del arte de contar cuentos) para luego preguntarse qué función cumple cada uno de ellos: ¿cómo contribuyen a nuestro proceso de adaptación? ¿cómo es que nos vuelven más capaces de transferir nuestros genes?

Traducción de Ario E. Salazar. Colectivo Ala de Colibrí. Chalchuapa.
Sacado de La antología de los mejores artículos de ciencia “The Best American Science Writing, 2006.”







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